Fueron muy malos los tiempos de enero para este blog. El crudo invierno, supongo. Como hoy empieza a hacer ese placentero calor mediterráneo, ese tipo de clima agradable en el que Barcelona se sume hasta finales de mayo, más o menos, me he decidido a poneros el gráfico de arriba, donde, antes de mediodía, este blog dobla en marzo las visitas que tuvo en enero. Un enorme placer.
Las calles empiezan a oler a ese Sant Jordi tan estereotipado y, ya lo tengo asumido, yo no estaré en ninguna librería firmando hojas impresas a los fans, con algún post favorito. Los escaparates de las librerías también calientan motores, pronto TV y radio anunciarán libros para toda clase de gustos. Mucha gente cumplirá el ritual, y el libro de este año empezará a criar polvo al lado del del año pasado, que tiene una capa, y el del anterior, que tiene dos, y esa progresión aritmética nos marcará su edad y su inicio en la costumbre, justo como los anillos en los troncos de los árboles. Los que dedicamos otros días a comprar libros puede que busquemos la complicidad de alguna calle adyacente al centro, para instalarnos en una terraza, a observar. En una terraza de esas que tanto le gustan a Y, si me leyera sabría que me he acordado. Una terraza de esas que, cerca de una playa te hace desear a gritos que alguien ponga ya de una santa vez el mejor disco para oír al sol de todos los tiempos (a un sol que acaricie como lo hacen sus notas) : GETZ/GILBERTO (con Jobim, con Stan Getz al saxo, con Joao Gilberto, con Astrud Gilberto, a los que habría que unir una divinidad en la mesa de mezclas). Una terraza de esas que ahora aún encienden esas estufas, pero puede que en abril ya no, veremos, hay que ver como evoluciona el tiempo. En París ya se han prohibido las estufas, por su elevado nivel de emisiones. Como somos un país muy mimético, ver que los franceses lo hacen provocará que pronto se haga aquí. Curioso que en un día donde saco pecho (no pechito argentino, pero pecho) de la exitosa andadura del blog me dé por sacar un tema que es pasto de suicidas del marketing. No me gusta criminalizar a nadie, pero tampoco me gusta que ahora sentarse en una terraza sea prácticamente un sinónimo de ser lentamente ahumado. Alguien debe comprender ya que estas leyes a medias no funcionan.
Catherine Deneuve y Joaquín Sabina desafian las leyes y fuman ostentosamente en salas de prensa de hoteles (la Deneuve en Madrid, Sabina en Montevideo). Su chulería desprende distintos aromas : la de Deneuve es la de la diva que piensa que su belleza, aunque sea crepuscular, pero no marchita, y el mito que la rodea, la pone por encima de todos. Fuma, pero si le apeteciera, y su glamour se lo permitiera, pincharía sus venas con toda la elegancia que les falta a los pobres desgraciados de The Corner. Puede que su estampa, con su blanca dentadura tirando afanosamente de una tira de caucho, mientras la aguja hipodérmica atravesase su piel, que olería a algún perfume exclusivo, fuese fotografiada y, pasadas unas décadas, fuese portada de algún disco de guitarras y medios tiempos otoñales.
Pero con Sabina no puedo. Sabina carece de todo talento y su cigarro encendido dónde no le está permitido es sólo una manera más de llamar la atención, de pretender que todo el mundo le considere un maldito, un transgresor. No chico, ser maleducado no es ser transgresor. Y su insoportable música, sus trilladas letras llenas de ripios y pseudolírica, letras a las que las descripciones de los catálogos del Lidl no tienen nada que envidiar, su pose con sombrero y chaleco y vaso de whisky y cigarro en mano (y dejar pensar en lo que se dejó en la mesa que está detrás), me enferman y me ponen de los nervios. Detesto tanto a Sabina que me dan ganas de buscar la manera de decirle a Serrat (no un santo de mi gran devoción, pero al menos una persona discreta y coherente) que qué hacía con ese mamarracho (de Ana Belén y Víctor Manuel mencionarlos aquí ya es mucho más de lo que se merecen) sobre un escenario, dejando que ensuciase sus canciones, y ensuciándose él con las suyas.
El bajón : ya dejo de emitir chorros incontrolados de bilis. Mi hija avanza por las cortísimas 150 hojas de Roberto Bolaño regalándome estampas a las que me va a costar mucho no acostumbrarme. Lee pasajes en voz alta y pegará frases que le impacten, que ya lleva unas cuantas, en su perfil de Facebook. Creo que le pediré que escriba algo sobre lo que el libro le ha inspirado, y puede, que lo cuelgue en mi post, mencionando la fuente. Puede que le diga que es para eso, como cuando la mencioné en una carta a RDL, o puede que simplemente ésto quede entre nosotros. Si alguien quiere sugerirme qué hacer, sería un consejo que tendría en cuenta.