Alguien debe estar poniendo de moda las entradas ligeramente elegíacas. No soy mucho de seguir modas, no obstante nada en contra. En 1977 yo tenía unos muy tiernos trece años. Justo la edad que tiene mi hija ahora. Diferente esa edad en aquellos tiempos. En 1977 cierto cadáver estaba aún muy fresco, o muy caliente, según se vea. Ese cadáver nos había dejado bastantes muestras de su paso, de su prolongado e inteminable paso. Un rey marioneta que garantizase la perpetuación de ciertas situaciones. Un ensimismamiento colectivo, del que empezábamos a intentar despojarnos, bajo el cual todo lo de fuera era extraño, y todo lo extraño era, potencialmente, muy malo o muy poco de fiar. Un atraso debido a este aislamiento. Una sensación de alienamiento cuando uno se decidía a usar abiertamente aquella lengua que nuestros padres habían preservado, sin medios públicos hablados ni escritos que intentasen protegerla. Una sensación de constante culpa por la persistente presencia de la religión en la vida de las personas. Semanas Santas con bares y cines cerrados, con turbios programas de interminables y oscuras, tenebrosas procesiones. Habrá quien piense que eran tiempos mejores porque entonces éramos niños y ahora no. Yo no seré uno de esos. 1977 aún conservaba muchos vestigios muy poco deseables. Algunos de los cuales se intentaba erradicar sin motivo, por el mero hecho de hacerlo.
Mi despiste en esa época era el lógico a esa edad. Desorientado por todo lo que cambiaba a mi alrededor, recuerdo noches de reyes acudiendo a medianoche al Corte Inglés. La música que existía era la que había en la radio. Si querías oir otras cosas, o tenías amigos más inquietos (con hermanos o conocidos o allegados que se aventuraban a comprar discos más allá de los Pirineos), o te dedicabas a recorrer las emisoras de radio que, tímidamente, osaban programar música y artistas que aquí sólo intuíamos. Por esa época a mí me dió por comprar singles de siete pulgadas, me gustaban mucho aquellos con ostentosas etiquetas (number one in USA), un disco grande me parecía algo aventurado y difícil. Recuerdo particularmente varios grupos : MFSB, la Love Unlimited Orchestra de Barry White, un muy freaky megagrupo llamado Viva La Gente, o algo así, luego la Ritchie Family, Tina Charles, los Manhattan Transfer, Silver Convention y los Boney M. Aquí ya empecé a atreverme con los discos grandes. Yo estaba muy contento con esos discos. Era una alegría no exenta de candidez.
Por la curiosa influencia de los hermanos mayores, una chica (niña?) de mi clase me prestó Even in the quietest moments de Supertramp. Era la época de las primeras fiestas sin padres por medio. Sólo recuerdo lo mucho que me costó devolvérselo, pues en ese disco empecé a oir cosas que no había oído en los demás. No sabía cuales, eso sí. Los desarrollos instrumentales de las canciones más largas, aquellas que no eran singles y por tanto no saldrían nunca por la radio. Recuerdo que era una época en que la gente cogía sus discos, se los ponía bajo el brazo y se iba a casa de algún amigo a oirlos. Así vino Torkemada con los de Labordeta, que no me gustaban. Y así vino un día Xavier Font con Animals de Pink Floyd (el del globo en forma de cerdo volador en la portada). Pusimos el disco aunque Xavi me dijo que ni a él le acababa de convencer. Yo no tenía ni idea de qué podía encontrarle a esa música (nunca fui un devoto incondicional de Pink Floyd más allá de Wish you were here), pero sí que me quedó muy presente la mala impresión que Xavi se llevó de mi colección de música, de la que no dudó en recriminarme su excesiva comercialidad. No sé por qué, no hay que darle más vueltas, ese comentario caló en mí, y aquello se acabó. Ningún single más de música disco volvió a entrar en casa. Sí lo hizo un doble disco (cuando los artistas que hacían dobles discos eran una absoluta minoría) de la Electric Light Orchestra. Bob Marley. Blondie. Siuoxsie and the Banshees. Y si he de decir cuando ví definitivamente que el delirio por la música (por música con un cierto criterio, con un cierto riesgo, con una cierta voluntad) tomaría el control de muchas fases de mi vida, marcaría y acompañaría y trazaría estados de ánimo, seguramente sería una tarde de sábado en que, acompañado por mi hermano, entré en la tienda que Castelló tuvo en Nou de la Rambla (entonces seguro que aún se llamaba Conde del Asalto) y volví a casa eufórico con cuatro LPs bajo el brazo. No he podido recordar uno de ellos, ni como con quince o dieciséis daños me las apañé para obtener el dinero para comprar tantos discos, pero los otros tres eran Exodus de Bob Marley, Going deaf for a living de Fischer-Z y Pretenders de los Pretenders. Entonces estaba claro que ya era tarde para curarme.
Temo que para mí sea el principio del fin.
ResponEliminaHe encargado para mañana el primer cd de la primera temporada de The wire.