Aquí voy a explicarles un poco en qué consiste esto del terrorismo de estado. Primero, hay que ir con muchísimo cuidado. Un día, un altísimo mandatario, normalmente un presidente del gobierno, tantea a un asesor con el que tiene una gran complicidad. Sobre un tema que le agobia y que no ve manera de resolver ley en mano. Le dice "ya no sé qué hacer" o le dice "habrá que hacer algo" o, más crípticamente, "hemos llegado a un cul de sac". Y, si ve receptividad por parte del interlocutor, si se cruza alguna mirada cómplice, que alguno diría que es la que se cruzan dos niños cuando planean alguna trastada de las gordas, si ese lenguaje no verbal despeja las dudas, la conversación avanza.
Avanza por terrenos minados, aunque el tanteo sigue. Las palabras son medidas escrupulosamente, pues cualquier exceso te saca de la pista. Los conceptos, como la insuficiencia de ciertas leyes, o la esencia básicamente algo masoquista de la democracia, surgen de modo tímido. Pero se presentan para quedarse. Es posible que, conscientes que el tema tratado es delicado y comprometido, una tercera persona sea consultada solo después de calibrar la confianza puesta en ella, junto a la apelación de variados sentimientos, todos ellos henchidos de valor humanamente indiscutible: discreción, los sentidos del deber y del sacrificio, el patriotismo más altruista y desinteresado, la firmeza más desvergonzada.
Eso sí: rara vez hay marcha atrás. Pues el puro hecho de plantearlo ya modifica de manera irreversible la posición. Pasan a ser hombres dispuestos a todo, con tal de sacar adelante la situación. El caso es que el gobierno había hecho todo lo posible para mejorarla. Pero seguía faltando dinero a patadas. Y se era muy consciente de que todos los mecanismos estaban agotados. De que ya no había más zumo en el limón, ni más sudor en esos organismos exhaustos. Los impuestos, el recorte de prestaciones, de subvenciones, las ayudas externas, las subidas de cotizaciones, la venta de activos, la eliminación de instituciones, el despido de funcionarios, el saneamiento de las empresas públicas.
"La ley no nos permite acceder al dinero dónde sabemos que éste está"
Esa posiblemente sería la frase que todo lo resumía. La que desencadenó la creación de la unidad. No, la Unidad. Se trataba de conseguir que las grandes fortunas, los ricos de verdad, los de 8 cifras para arriba en euros, aportasen dinero, el dinero que habían amasado, y lo aportasen sin la mediación de las leyes que tan bien se les había dado regatear.
¿Los medios?.
Los que fuera.
Por eso actuábamos tan tranquilos. Éramos indemnes ante la justicia. Lo único que nos dijeron: si os atrapan, que sea muertos. Pero ni un policía acudiría a las llamadas de auxilio de nuestras posibles (sí, las hubo) víctimas (odio ese nombre: pero contribuyentes poderosamente estimulados es muy largo). La llamada se perdería en centralitas y coches patrulla despistados. En descoordinación y errare humanum est. En jueces con problemas para instruir casos. Que enfermarían, que tendrían secretarias torpes en el trasiego de pruebas de la defensa. En testigos claves disuadidos a última hora. En inexplicables suicidios. Era de esperar que con esa poderosa protección no nos detuviéramos ante nada. Banqueros, empresarios de moda, del transporte, de los seguros, de la informática. Comunicación, alimentación, promotores. Clanes mafiosos, por qué no. Entre bueyes no hay cornadas. Deportistas de élite, estrellas de la música, el mundo del arte.
Nuestro precio: un montón de dinero en efectivo, al final de todo el proceso, y una vida nueva.
Eso me dijeron.
Y yo, al principio, les creí. Cuánto tiempo, no lo sé. Pero sabía que estábamos actuando sobre el borde de la mesa. No nos dejaban entrar dentro, porque no existíamos, y en cualquier momento un paso en falso nos haría caer.
Con lo que no contaban es que empezásemos a tomar conciencia del extraño emplazamiento en que nos habían ubicado. Éramos los primeros que actuaban ilegalmente con el amparo de un estado. A nuestro lado, los medios que quisiésemos emplear, entre los cuales escaseaba la amabilidad y la paciencia. Del otro lado, el anonimato, el silencio, el ocultismo. Un nexo, un "y", era la frontera que separaba una maquinaria estatal respetable y bendecida por los votos, de las hordas que peinábamos los barrios residenciales de chalets fortificados, a la búsqueda de cajas fuertes y códigos de acceso a cuentas en Suiza.
Lo tuve claro: del "y" hacia el otro lado, nadie podía salir vivo de aquello.
Con lo que no contaban es que empezásemos a tomar conciencia del extraño emplazamiento en que nos habían ubicado. Éramos los primeros que actuaban ilegalmente con el amparo de un estado. A nuestro lado, los medios que quisiésemos emplear, entre los cuales escaseaba la amabilidad y la paciencia. Del otro lado, el anonimato, el silencio, el ocultismo. Un nexo, un "y", era la frontera que separaba una maquinaria estatal respetable y bendecida por los votos, de las hordas que peinábamos los barrios residenciales de chalets fortificados, a la búsqueda de cajas fuertes y códigos de acceso a cuentas en Suiza.
Lo tuve claro: del "y" hacia el otro lado, nadie podía salir vivo de aquello.
Otra saga? Me gusta!
ResponEliminaBueno, saga... si George Lucas lo hzo, why not me... es una precuela de El último extremo... no garantizo continuidad, para nada.
EliminaMe quedó clarísimo, yo creo que merece una secuela.
EliminaY otra vez presionando !!
Elimina