Creo haber escrito en alguna ocasión sobre las numerosas pequeñas editoriales independientes que han proliferado en España últimamente. Las cuales llevan a cabo labores artesanales que me merecen el máximo respeto. Pues desempolvan escritores extranjeros cuyas obras no han sido traducidas. Algunos de países y escenas literarias realmente exóticas. Prácticamente todos, desconocidos para los no expertos. O reeditan nuevas traducciones de clásicos a los que se les aporta un nuevo enfoque. Periférica es una, y las hay a montones. No se les puede negar su enorme valentía, vista tanto la situación económica, pues no dejan de ser emprendedores, como la concreta situación de la cultura y la literatura, que se vienen reduciendo a un ghetto absoluto. Sin necesidad de prolongados ensayos que lo revelen. Igual que España es el país de donde surgieron engendros como Bisbal, nuestro concepto de la industria literaria es encontrar el filón de turno, llámese Dan Brown, Stieg Larsson, lo que sea, y dejar que todo lo que no sea eso se muera del asco. Repito, morirse de asco.
Con lo que esta situación me pone en un brete respecto a esta novela de Thomas Wolfe: El niño perdido. Que me ha parecido un coñazo insufrible. a pesar de ser leída relajadamente a la sombra, en el banco de un parque, rodeado de niños sanos y de relativo poco griterío. Cuando tanto la propia imaginería de la edición como la reacción crítica parecen encumbrarla a categoría de clásico. Tengo presente el comentario de Horacio (y otros: por qué demonios se atribuyen lectores de mi blog ser malos lectores? ) en cuanto a lo que se disiente entre opinión crítica y pública. A mí, este libro me ha parecido una ñoña y previsible exhibición de sensiblería (lo que algunos denominarían lirismo), de evocación cursi y relamida (a ésto le llamarían melancolía) y, en general, tan lejano a mí como ciertas películas de los años 30 que siempre parecían ir trufadas de moralina catolicista y americanizante. Lleno (no repleto, al menos el libro es cortito) de estereotipos lindando el lagrimeo. ¿Soy un insensible por leerlo y mantenerme inmune?. Pues podría. De hecho, me ha dado por pensar que el acceso a determinados libros te hace saltar de nivel. Ya he superado, dicho sea sin chulería ni soberbia, el nivel de esta clase de libros. Como ver The shield tras ver The Sopranos, como ver determinado cine policíaco de los 80 tras ver las de Tarantino. Has estado en el nivel superior, y el inferior ya te viene muy pequeño. Seguramente en un orden de lectura diferente tendría un agradable recuerdo de este libro y luego hubiera accedido a otras lecturas. Pero el cúmulo de clichés, el buenismo, los avaros comerciantes que engañan a niños, el clasismo, las veinte páginas iniciales de descripción sin ir a ningún lado. Todo ese cóctel no me lleva ni a la indiferencia: este libro es un aburrimiento.
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