Debo adelantarme: Quién Pereira ha prometido hablar de Catalunya algún día en su blog. Yo no puedo arriesgarme a que manipule malintencionadamente a las masas, caso de ser esa su aviesa intención. A la vez, si lo que pretendiera es redactar un encendido panegírico glosando virtudes que convierten esta, mi pequeña nación sin estado, en un lugar idílico para vivir y para morir, si ése fuera su plan, no puedo yo menos que adelantarme y ser el primero en explicar detalladamente los motivos del orgullo de mis raíces.
Así que nada mejor que dar un paso adelante.
Los catalanes tenemos, como cualquier cultura con lengua propia e idiosincrasia que se precie y se distinga, muchos dichos (o refranes) propios.
Uno es : Si la fas, fes-la grossa.
O sea : Si vas a hacerla, hazla grande.
Algún iluso podría especular con que ello es el mejor reflejo de la ambición de un pequeño país, que no se conforma con los segundos planos, que necesita el cajón más alto del pódium, pues el segundo es el primero de los perdedores; no os matéis, el dicho no va por ahí, y el pronombre "la" no se refiere necesariamente a hazaña alguna. Intrínsecamente habla de algo malo, algo reprobable. Por lo cual, si vas a hacerlo, y es lógico que hacerlo ta arriesga a que seas descubierto y castigado, al menos compénsalo con un acceso a la celebridad por la puerta grande.
Y, ya que nos hemos encargado de publicitar de sobras nuestros grandes artistas y cocineros o deportistas, desde Dalí a Adrià, a Xavi o a Guardiola, en algún momento decido que tan legítimo será el que yo opte por presentar a mi país a través de sus villanos más célebres.
Cosa que me decepciona: ni asesinos en serie, ni grandes atracadores o conocidos pistoleros o héroes particularmente crueles y despiadados en hazañas bélicas. Un desgraciado disfuncional como el "violador de l'Eixample", que no sabe estarse quieto con la picha en la bragueta. Navajeros de extrarradio cautivos de las poli-toxicomanías. Lamentable bagaje: uno ve lo que pueden ofrecer otros países en el mundo criminal y dice: vaya birria, mi país. Gángsters, integristas en grado de ideología o de ejecución, el carnicero de Milwaukee, el maestro aquel de Ucrania, Madoff, Charles Manson, Pol Pot, Stalin, los nazis, los militares serbios. Cómo compararse a eso. El cajón de delincuentes catalanes es un absoluto desastre: además, ya todo el mundo ha hablado demasiado de Félix Millet.
Pero entonces me encuentro dos casos que me llaman la atención. Pues tienen sus similaridades y todo. Si celebramos nuestra fiesta nacional el día de una derrota. Si somos un pueblo obstinado en recordar todo lo mucho que nos da por el saco el primero que llega (luego lo hacen los siguientes, también, hasta que la cola se acaba), en llevar una especie de contabilidad de todas las humillaciones y abusos que se nos ha hecho pasar. Circunstancia que debemos agradecerle a disponer de la clase política más babosa y cagada en los calzoncillos de la historia de la humanidad, particularmente representada por el hecho que nos gobierna una coalición que ni siquiera es capaz de ponerse de acuerdo en unirse definitivamente en más de veinte años. Con esa situación, nada puede representarnos mejor que dos víctimas profesionales.
Enric Marco: el tipo éste, cuyo aspecto frágil y venerable agradecería (insistiré más adelante, por supuesto) que no ablandara el corazón a nadie, se hizo pasar durante varios lustros por prisionero superviviente del campo de concentración y exterminio de Mauthausen. Se inventó una historia de heroicidad y sufrimiento que lo encumbró hasta la presidencia de una asociación de ex-prisioneros, la Amical de Mauthausen. Supongo que, épicamente, incluiría pasajes particularmente lúgubres y sórdidos. Llevó su impostura al límite figurando, en lugar destacado, en toda clase de eventos donde iba de pobre deportado maltratado, resistente a torturas y humillaciones pero ahí, en pie, para decirle a todo el mundo lo que había pasado y de lo que había sido testigo. Por medio, comidas, invitaciones, viajes, celebridad, abrazos emocionados, admiración pública, cariño, empatía, prebendas, sillas preferentes, siéntese aqui que lo que habrá usted pasado, Creu de Sant Jordi, textos elogiosos, fotos con gente emocionada, fírmeme aquí, usted es historia viva de la humanidad, qué fuerza, qué entereza, qué bien se conserva después de tanto sufrimiento, qué ejemplo para todos, hágase una foto con mis nietos, que puedan decir que lo conocieron.
Qué cara más dura.
Sobre el 2005 se descubrió que todo era una patraña, que su presencia en Alemania en 1941 era voluntaria, pues trabajaba en una empresa química alemana, en el marco de un acuerdo de colaboración, iba a decir hispano-alemán, pero no, fue Franco-Hitleriano. Así que, lejos de ser una víctima, el hombrecillo este (el
illo no implica cariño, implica desprecio) era prácticamente un colaboracionista. Vaya: no sé cuantos de aquí habéis leído ya
Estrella distante (tendré un sueño húmedo en que oiré: "todos"), pero tengámoslo muy claro, sin necesidad de mencionar películas como
El hundimiento: todos los asesinos despiadados que acaban envejeciendo a pesar de sus crímenes, llega un día en que nos parecen pobres ancianos indefensos y dignos de compasión. No hay nada más injusto que Pinochet o Franco muriendo de ancianos en camas. Y sus nietos y sus hijos viéndolos con los ojos del cariño y el afecto incuestionable. Pero son sólo, eran sólo,
viejos asesinos. El sujeto: asesino. El adjetivo: viejo. Bueno, de acuerdo, éste Enric Marco no era un asesino. Simplemente un aprovechado del sufrimiento ajeno y de la compasión que éste despertaba. Que es una cosa sibilina, y algunos dirán que inofensiva.
Preguntado sobre el motivo que le indujo a engrandecer ese engaño, el hijodeputa (todo seguido) dijo que había llegado a interiorizar ese papel como si realmente hubiese sufrido, y que sentía que estaba siendo de ayuda. Vaya. De lo que es capaz la jeta y la desfachatez humana para justificar los hechos más retorcidos y reprobables. Einstein, apunta. La cara dura tampoco tiene límite.
Tania Head
Giuliani y Bloomberg: alcaldes los dos de NY en la época del 11-S.
En medio, como arropada por celebridades, de blanco, oronda y
vivida: Tania Head, de nombre real Alicia Esteve. De familia barcelonesa, hija de industriales venidos a menos, lo cual garantiza residencia inicial en buenos barrios de Barcelona, niñez desahogada, pues industrial venido a menos, en Barcelona, normalmente siempre venía a significar que sus fortunas estaban bien escondidas, a salvo del fisco, y de acreedores legítimos (podría decir decenas de ejemplos, de empresarios embargados y arruinados, que siguen con yates y Mercedes y casas en la Costa Brava con piscinas rebosantes). Tania, a los pocos días del 11-S estaba, la mar de sana, siguiendo clases de un máster en ESADE. Muy apropiado y casual, justo ese detalle. Pero, igual como aprendizaje de las materias del máster, a ese ciclo formativo que, no lo digo yo, lo dijo una de esas que cursó ese tipo de estudios,
convierten el talento en avaricia, como
trabajo voluntario, decidió lanzar el bulo de que ella estaba en una de las torres, y que su novio pereció en el atentado.
Si la fas, fes-la grasa. Adaptación ad-hoc: si vas a hacerla, hazla gorda.
Pero esta mujer debía tener un hambre descomunal. De celebridad, digo. Pues no le bastaba ser un nombre más en una lista de personas heridas. No hay que conformarse con tan poco. ESADE forma líderes, no figurantes en listas ordenadas alfabéticamente. Los periódicos de esas fechas no publicaban listas de supervivientes al lado de semblanzas recogidas precipitadamente de sus vidas. Eso lo hacían con las personas fallecidas. Y la mente enferma de esta pájara no podía conformarse con eso. Así que pronto se situó a sí misma en esa torre, en el día del atentado. Trabajando en una gran empresa del mundo financiero. Con ese novio que murió en la otra torre, esa semblanza tan poética de los dos separados por aire y por lapsos de minutos, en medio del tiempo detenido de ese día. Un hombre al cual se había prometido para casarse. Siendo rescatada, por un hombre misterioso que salvó a varias personas. Sufriendo una herida que dejó inútil uno de sus brazos.
Trazada esa realidad alternativa, se enfrascó en la tarea de ser miembro de organizaciones de víctimas del atentado. Nada a medias: pronto pasó a ser la máxima dirigente de una de ellas. De ahí la foto junto a Bloomberg y Giuliani, en la zona cero. Supongo que, como Enric Marco, diría conferencias y glosaría modesta, no sus méritos, sino los de policías y bomberos y tanta gente anónima a la que ella, gustosa, accedía a representar a la salud de la memoria colectiva.
En 2007 fueron descubiertas, una tras una, todas sus mentiras y parece que nada más se supo de ella. Los testimonios posteriores de gente que la conocía la dibujaron (a posteriori, of course) como una persona ambiciosa, manipuladora, fantasiosa, retorcida y mentirosa. Y todo el mundo desmintió todo lo que se atribuyó. El brazo ya estaba lesionado, no había novio ni trabajo en Merryl Lynch.
Punto sin especificar de un hipotético decálogo del mentiroso:
Contra más detalles le das a tu mentira, mayores brechas por donde pueden pillarte.
Otro punto, aún más inespecífico:
Mentir delante de mucha gente sólo lo hacen bien (y cada vez menos) los políticos en campaña electoral.
Y esta es la triste semblanza de dos impostores que nos representan. Ni a delincuentes llegan. Ni con la gracia de hacerlo para estafar espectacularmente a una aseguradora y vivir de una pensión o de una enorme indemnización, o de cobrar un sueldazo de una fundación o de dar conferencias por todo el mundo con billetes de avión en
business-class y los gastos pagados (eligiendo pisos bajos en hoteles o habitaciones luminosas, para alejar fantasmas del pasado). Queriendo dar lástima y recibir cariño en proporción a esa lástima. A la cruel injusticia de haber sido víctimas inocentes de malvados nazis o de crueles islamistas.
Acude a mi mente cierto diálogo en
Trainspotting. Cuando, tras llegar a la campiña escocesa ( y antes de decidir, en grupo, regresar a la heroína), Renton, creo, dice que los escoceses son tan patéticos que ni siquiera han sabido encontrar un país decente que los tenga sometidos.
Ni tan siquiera somos sometidos por líderes carismáticos y aplomados. Nos somete, a través de intermediarios, algo como la Merkel, que parece que no haya pegado un polvo en 20 años.
Algo de nuestra esencia está ahí. En tener enemigos directos sólo un poco más grandes que nosotros, como para pajearnos ante la posibilidad de rebelarnos y derrotarlos. En entronizar a Guardiola y tardar tres semanas en llenar su figura de dudas porque su adiós no responde plenamente al guión perfecto. En ser el país de la bravata (título alternativo que consideré hasta el último momento). El que amenaza y amenaza pidiendo a
sotto voce que nada nos ponga en la tesitura de acabar teniendo que mostrar que no íbamos a pasar de la amenaza. Que ni nos planteábamos hacerlo, ya desde el principio. El que cuantifica todo en cifras en vez de aportar el étereo montón del talento inmesurable. El de la mano levantada
niño que te doy el cachete pero a la vez pensando
y si le doy fuerte y tengo que ir a urgencias o si me denuncia o si rompemos algo.
Planificándolo todo, eso sí. Para que si un día, después de mil intentonas, el pueblo obliga a los políticos a cumplir tanta palabrería, haya marcha atrás. O si nos derrotan, lo hagan en febrero, o en marzo, para poder celebrar una fiesta conmemoratoria en esos días, que entre Reyes y Semana Santa no hay fiestas y se hace eterno.
Una tierra con 1000 oportunidades.
Pero 999 en manos de unos pocos.