dissabte, 31 de gener del 2015

SU CAMBIO, GRACIAS

Media hora para tomar una decisión. Media hora aderezada con diversos ingredientes que habrán pesado lo suyo. Media hora observando por la calle con el pretexto de unas compras. Viendo el movimiento de un barrio medio pero céntrico de una gran ciudad europea en medio de una mañana benévola de invierno. Arrastrando los prejuicios educativos anclados. Sorprendido por mujeres conduciendo motocicletas de alta cilindrada. Por hombres musculados, barbudos, enfundados en ropa de motorista macarra y que tienen gestos completamente afeminados. Viendo abuelos arrepentidos de haber dejado que fueran sus nietos quienes eligieran la montura de sus nuevas gafas, aquella lejana mañana en que se hicieron cargo de ellos. Comprobando como el repentino aluvión de librerías de segunda mano acaba reciclándose en almacenes de vaivén para novelas románticas cuyas lectoras puede que ya hayan olvidado que aquella que se llevan en una bolsa, todas contentas, la leyeron ya apenas hace unas semanas. Viendo como todas las tiendas que ahora venden cartuchos de tóner para impresoras eran las que hace unos meses vendían cigarrillos electrónicas. Especulando en qué venderán de aquí o unos meses, llegando a la conclusión de que pronto se unirán al ejército de tiendas de alimentación que se aprovechan de la confusa legislación para pasarse abiertas todos los días. Pensando en el cartel que leo cada cierto tiempo : "Mini-Supermarket". Pensando en Twitter y cómo se lleva algunos de mis mejores flashes. Sin vuelta atrás. Elucubrando sobre la diferencia entre reseñista, crítico y prescriptor. Pensando que si fuera prescriptor (cosa que me suena muy farmacéutica) me ganaría muchos enemigos a base de definir el público idóneo para cada libro. Que me llamarían misógino, caprichoso, gerontófobo, clasista, radical, errático, incoherente y muchas cosas más. Reseñista suena industrial, como a producción. Crítico es perfecto. Tú haces y yo juzgo lo que tú haces. El gusto de despacharse a gusto. Ja. Decisión tomada: menos leer y más escribir. Decisión tomada porque empiezo a leer alguna cosa que pienso que yo haría mejor. Qué leches es la modestia cuando le pones a un blog tu nombre. Deberes: facilitarle mi contraseña a Alex Azkona para que mis párrafos en bloque (como este va a acabar siendo) no descorazonen a la gente. Deberes: publicar un post cada semana, entre viernes y domingo, explicando qué tal han ido las cosas. En lo político, en lo cultural, en lo deportivo. Porque echo de menos aquello de generar cierta expectación y porque ya está bien de reservar ciertas cosas para ciertos sitios. Si algo me encanta lo repetiré o lo cambiaré para adaptarlo. Cada post llevará un número, el del año y el de la semana, y una o dos palabras que lo definan. Sin pasarse.
La semana que viene Y15W06. Las palabras ya las veremos.

dimarts, 27 de gener del 2015

GENTILICIOS


Joder con mi indecisión a la hora de escribir mis espaciadísimos posts. Lo que el sábado iba a ser una plácida descripción de la relativamente tensa espera de las elecciones griegas, el domingo por la mañana hubiera sido una casi exacta previsión de sus resultados, y por la tarde, una mera crónica con un leve toque de euforia (leve porque Grecia sigue estando muy lejos). Pero hoy martes es simplemente una plana y fría descripción de algo que no hay ningún término que defina mejor que la palabra decepción. Confiado como estaba, tanto por los avisos paternalistas previos (griegos: no votéis a Syriza que son el demonio colorao) y por las desconsideradas reacciones posteriores (capitaneadas por el insultante juego de palabras: desGrecia) de que la victoria encrespara los ánimos e hiciera, al fin, reaccionar de alguna forma a este amodorrado y aborregado estrato social que podríamos aglutinar bajo el término clases desfavorecidas, la fulgurante progresión y no menos fulgurante búsqueda de un socio contra-natura, que habrá impuesto sus condiciones, me hacen albergar muy pocas esperanzas acerca de que ese torbellino que iba a arrasar el conservadurismo y los recortes y las políticas de avaricia vaya a ser mucho más que un vaso de gaseosa agitado con una pajita. Vamos.
Claro: van a tener que gobernar y van a tener que poner en práctica algunos de los postulados que les han procurado esa amplia representación. Pronto para criticarles o pronto para plantarme como un Don Cenizo cualquiera a echarle el agua al vino de todo un continente. Pero mi poca esperanza ya no viene solo de que pacten con una fuerza de derechas. Mi esperanza se desmorona por la escasa determinación que he notado, por la falta de contundencia y la carencia de una chulería que hace mucha falta. Sí: la gente espera con avidez que los políticos de izquierdas se decidan a poner la carne en el asador en serio, y que lo hagan sin mirar de reojo las reacciones de los índices bursátiles. Expropiaciones, encarcelación de defraudadores, solicitud de responsabilidades a los responsables de la crisis que llegó para quedarse. No amabilidad, no buenas maneras, no darse la mano con quienes de buena gana te destruirían. Reformular la política realmente sería eso: negar el saludo a los que han hecho todo lo posible para no perder su poltrona.
Entonces quizás al lado de la tortilla francesa, el pastor alemán y la montaña rusa podamos hablar de la revolución griega.

divendres, 9 de gener del 2015

Charlie, oportunamente

Pues sí: el deterioro físico de Michel Houellebecq empieza a resultar bastante preocupante. Ya no es solo que su edad empiece a marcar sus rasgos y que sus (posibles) vicios hagan mella en él. Es que el brillo malicioso de sus ojos cuando rondaba la cuarentena no hacía presagiar esa repentina metamorfosis. Cuando muchos escritores, conforme pasan los años, optan por revestirse de cierta pose honorable, Houellebecq parece obstinado en parecer un malvado duende de esos que gastan bromas crueles y pesadas que dejan a todo el mundo sollozando en un rincón. Pero acaba de ser víctima (faltan muchas comillas aquí) de una broma cruel y pesada, de la más cruel y pesada que podía imaginar. Pues resulta que Soumission, su última novela, ha salido a la venta justo en la misma semana del asalto yihadista a la redacción de Charlie Hebdo. Última novela que, por si alguien no se ha enterado, plantea el acceso al poder, en la Francia no tan lejana de 2022, de un partido islamista. Merced a un descabellado (y por tanto, muy posible) acuerdo entre los dos grandes partidos, y con tal de evitar que el Front National se erija en gobernante. Así que Houellebecq se ha convertido, súbitamente, en una referencia perfecta para analizar todo lo acontecido. Lo tranquilo que estaba Houellebecq, y Soumission va a convertirse en un best-seller global, en carne de tertulias, en objeto de encendidas defensas e inflamados ataques. El hombre (que además mantenía amistad con una de las víctimas mortales del ataque) ha corrido a esconderse (no sé bien de qué exactamente) y ha suspendido la promoción del libro (al que ya no va a hacerle falta).
Por supuesto, habré de esperar para leer el libro, aunque puede que la enorme repercusión precipite su traducción y publicación en castellano, o en catalán, para opinar sobre él. Estoy seguro de que Houellebecq no me decepcionará. Pero va a ser complicado abstraerse al circo mediático que le rodeará. Pero centrémonos un poquito. El humor, malo o bueno, ha sido siempre un componente necesario aquí. Y Charlie Hebdo era un semanario satírico, es un semanario satírico, y aunque ya hace mucho que dejé de prestar mucha atención a estas publicaciones, no hay nada malo en provocar que la gente piense a la vez que sonríe. Y hay que burlarse de todo el mundo. Qué cojones. Pero es que lo que, parece, hace Houellebecq en Soumission es provocar a toda esa gran mayoría del buenismo político que opta por comprender a todo el mundo en todas las circunstancias. Sí; todos sabemos de qué hablamos. Ahora, otra vez, tras el 11S, tras el 11M, habrá sesudos señores de gafas de concha y pose adusta que nos dirán desde las tertulias que no todo el mundo musulmán es así. Tendrán razón. Habrá osados señores de aspecto juvenil, algunos llevarán pelo largo y patillas y camisas con dos botones desabrochados, que dirán que quizás la convivencia de tan distintas concepciones de la vida es más problemática que el idílico melting-pot a cuenta del que muchos llevan años babeando. Tendrán razón. Habrá gente hablando de sus magníficos amigos llamados Mohamed, que son ciudadanos ejemplares y acuden a las reuniones de padres de la escuela y suben las bolsas de la compra a las ancianas cuando se estropea el ascensor. Tendrán razón. Habrá metepatas de toda la vida que hablen de los crímenes del capitalismo/occidente/sociedad de consumo/totalitarismo y se presenten blandiendo estadísticas de los muertos, no de muertos elegidos y designados, sino de muertos anónimos y aleatorios. Tendrán razón. Habrá, hay, a montones, ojo, gente desesperada, desorientada y fanatizada, jaleando esas acciones y considerándolas modestos pero heroicos triunfos de enormes masas de población del mundo que son ignoradas, porque no nos gusta mirar esos rincones, solo nos gusta que sean escenarios para películas de gran presupuesto para recoger rápido los bártulos e irnos de cabeza a la ducha. Claro que tendrán razón, también. O es que vamos a decirle a la gente de qué tiene o no tiene que alegrarse, Habrá gente recordando de dónde sale el dinero que financia esas acciones y por qué esa linea de relación acaba en los logos de las camisetas que llevan cada fin de semana nuestros equipos de fútbol. Tendrán razón. Y habrá quien enlace eso con la dependencia de los combustibles fósiles, con el hundimiento del barril de brent, con un dólar por los cielos. Todos tienen razón y todos creen que las cosas no pueden seguir así. Pero siguen.
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