Pues sí: el deterioro físico de Michel Houellebecq empieza a resultar bastante preocupante. Ya no es solo que su edad empiece a marcar sus rasgos y que sus (posibles) vicios hagan mella en él. Es que el brillo malicioso de sus ojos cuando rondaba la cuarentena no hacía presagiar esa repentina metamorfosis. Cuando muchos escritores, conforme pasan los años, optan por revestirse de cierta pose honorable, Houellebecq parece obstinado en parecer un malvado duende de esos que gastan bromas crueles y pesadas que dejan a todo el mundo sollozando en un rincón. Pero acaba de ser víctima (faltan muchas comillas aquí) de una broma cruel y pesada, de la más cruel y pesada que podía imaginar. Pues resulta que Soumission, su última novela, ha salido a la venta justo en la misma semana del asalto yihadista a la redacción de Charlie Hebdo. Última novela que, por si alguien no se ha enterado, plantea el acceso al poder, en la Francia no tan lejana de 2022, de un partido islamista. Merced a un descabellado (y por tanto, muy posible) acuerdo entre los dos grandes partidos, y con tal de evitar que el Front National se erija en gobernante. Así que Houellebecq se ha convertido, súbitamente, en una referencia perfecta para analizar todo lo acontecido. Lo tranquilo que estaba Houellebecq, y Soumission va a convertirse en un best-seller global, en carne de tertulias, en objeto de encendidas defensas e inflamados ataques. El hombre (que además mantenía amistad con una de las víctimas mortales del ataque) ha corrido a esconderse (no sé bien de qué exactamente) y ha suspendido la promoción del libro (al que ya no va a hacerle falta).
Por supuesto, habré de esperar para leer el libro, aunque puede que la enorme repercusión precipite su traducción y publicación en castellano, o en catalán, para opinar sobre él. Estoy seguro de que Houellebecq no me decepcionará. Pero va a ser complicado abstraerse al circo mediático que le rodeará. Pero centrémonos un poquito. El humor, malo o bueno, ha sido siempre un componente necesario aquí. Y Charlie Hebdo era un semanario satírico, es un semanario satírico, y aunque ya hace mucho que dejé de prestar mucha atención a estas publicaciones, no hay nada malo en provocar que la gente piense a la vez que sonríe. Y hay que burlarse de todo el mundo. Qué cojones. Pero es que lo que, parece, hace Houellebecq en Soumission es provocar a toda esa gran mayoría del buenismo político que opta por comprender a todo el mundo en todas las circunstancias. Sí; todos sabemos de qué hablamos. Ahora, otra vez, tras el 11S, tras el 11M, habrá sesudos señores de gafas de concha y pose adusta que nos dirán desde las tertulias que no todo el mundo musulmán es así. Tendrán razón. Habrá osados señores de aspecto juvenil, algunos llevarán pelo largo y patillas y camisas con dos botones desabrochados, que dirán que quizás la convivencia de tan distintas concepciones de la vida es más problemática que el idílico melting-pot a cuenta del que muchos llevan años babeando. Tendrán razón. Habrá gente hablando de sus magníficos amigos llamados Mohamed, que son ciudadanos ejemplares y acuden a las reuniones de padres de la escuela y suben las bolsas de la compra a las ancianas cuando se estropea el ascensor. Tendrán razón. Habrá metepatas de toda la vida que hablen de los crímenes del capitalismo/occidente/sociedad de consumo/totalitarismo y se presenten blandiendo estadísticas de los muertos, no de muertos elegidos y designados, sino de muertos anónimos y aleatorios. Tendrán razón. Habrá, hay, a montones, ojo, gente desesperada, desorientada y fanatizada, jaleando esas acciones y considerándolas modestos pero heroicos triunfos de enormes masas de población del mundo que son ignoradas, porque no nos gusta mirar esos rincones, solo nos gusta que sean escenarios para películas de gran presupuesto para recoger rápido los bártulos e irnos de cabeza a la ducha. Claro que tendrán razón, también. O es que vamos a decirle a la gente de qué tiene o no tiene que alegrarse, Habrá gente recordando de dónde sale el dinero que financia esas acciones y por qué esa linea de relación acaba en los logos de las camisetas que llevan cada fin de semana nuestros equipos de fútbol. Tendrán razón. Y habrá quien enlace eso con la dependencia de los combustibles fósiles, con el hundimiento del barril de brent, con un dólar por los cielos. Todos tienen razón y todos creen que las cosas no pueden seguir así. Pero siguen.
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