Nuestro personaje es músico. De éxito y respetado. Por lo que crea y por lo que piensa. Toma riesgos y los toma por los débiles. Un día el médico le pone una etiqueta, como a un yogur. Y se da cuenta de que sus hijos, veinteañeros, son justo lo contrario que él. Conservadores y adocenados. Decide ponerlos a prueba. Para estar todos más tranquilos: ellos con la herencia, él con su viaje al otro mundo.
Sí: está permitido, incluso está incentivado. Posibilita evitar duchas innecesarias, contagios, decepciones ante la cercanía implacable, problemas conyugales (si el nivel de tolerancia está sólo algo por encima del cero). Ajustes de agenda, situaciones de lejanía física y mental. Muestras lo que te apetece, como todo el mundo. La foto aquella en que no se ve demasiada tripa, la de después de las vacaciones, que habían hecho que las ojeras descendieran a la mitad, o menos (pásate por el forro las cremas milagrosas). Esa misma. Ya está: ya soy el perfecto amigo virtual. Puedo especular sobre relaciones frías o ardientes con cualquiera que esté dispuesto y haya construido una realidad que me atraiga lo suficiente. Ni el autobús de vuelta a casa habrá que pagar. Será bizarro o enfermizo o un enorme engaño a nivel mundial en la que lo único informe es que siempre hay un mínimo nivel de camuflaje de las realidades individuales.
Facebook ha declarado pérdidas y sus acciones se han desplomado. Efecto dominó: Zynga, desarrolladora de juegos virtuales para Facebook(de irritantes juegos virtuales como el Farmville) también pierde lo suyo. Y yo no encuentro el apalabrados de las narices para Blackberry. A pesar de todo, Facebook se acerca a los mil millones de usuarios, y supongo que al que le toque ese número, mágico según el sistema decimal, le agasajarán de alguna manera. Igual lo invitan a visitar la sede o a cenar con Mark Zuckerberg. O a lo mejor, si esas pérdidas sumen a la compañía, y a sus accionistas, en un mar de dudas, dejan correr lo de celebrar tal evento. Curioso mundo: una compañía obtiene un éxito desmesurado y eso no parece servirle para que sea rentable. Curioso mundo, pero yo lo venía diciendo hace tiempo: qué hemos pagado en Facebook, salvo emplear nuestro tiempo en nuestros accesos. ¿Quién ha sacado una tarjeta de crédito para abonar algo que ha visto allí?. O sea: en la práctica ni un céntimo ha salido del bolsillo de una gran mayoría de gente para que pueda hacer de Facebook un gran negocio. Como respirar, si nadie te cobra por el aire. Facebook tiene éxito porque es gratis y mientras sea gratis. Cuando planteen obtener un sólo céntimo directamente, adiós mil millones de usuarios, adiós. Lo mismo pienso de Twitter (que progresivamente me genera la curiosidad del chascarrillo, de la frase rápida que te gusta recordar mientras no tienes otra cosa)y, ya puestos, de prácticamente todo lo que hay en internet. Por supuesto, Google, y Blogger. Ya pagamos esas caras cuotas de ADSL, que es como el fluido eléctrico que llega a casa, o el suministro de agua. Luego ya eliges si conectas la TV o la plancha, luego ya decides si te duchas o te bañas. El flujo de datos es un nuevo suministro e internet es su sentido: no sólo eso, sino que internet es lo que ha hecho que los ordenadores sean algo más que máquinas para hacer cartas y cálculos. Entró en la vida, la facilitó e hizo partes de ellas más sencillas, más estimulantes. Nos hemos acostumbrado, e internet sólo desaparecerá para dar lugar a algo mejor. A saber qué. Pero el dinero, los beneficios millonarios, esas cifras mareantes, intuyo, es algo de lo que muchos harían mejor si fueran olvidándose. Nadie está dispuesto a pagar por el aire que respira.
¿Habéis visto a la mayoría de los futbolistas cuando fallan un penalty o cuando marran un gol fácil?. Todos acaban mirándose la bota, por si no está bien atada, o se ha movido en ese momento crucial, o comprobando la superficie desde la que han chutado. Miran y miran buscando qué les ha impedido concretar y marcar. Van locos por encontrar el motivo externo que los ha dejado en evidencia, "si yo lo hago todo perfecto", y, en todo caso, esa escenificación les permite disimular, no mirar a los ojos al público decepcionado ante su error.
¿Pues entonces a qué voy a culpar yo de lo que me ha pasado ayer con Pedro Páramo?.
Ese parque, esos árboles, esos lugares donde uno se achicharra o incluso, milagro en julio en Barcelona, pasa fugaz una ligera brisa. Donde las únicas interrupciones son las que uno se impone, para cambiar de pose y evitar que se agarroten las piernas, para el avituallamiento del mozo al que custodio. Pero no. Recuerdo una primera lectura de Pedro Páramo hace unos cinco años. Espoleado por la buena escritura, me dejé llevar por esas escasas 100 páginas y, aunque lejos del entusiasmo que detectaba (y detecto) desde su contraportada hasta los foros más recónditos, creí entender el sustento literario de la historia. Aunque no del todo: soy consciente de que hay libros que hay que ir revisando. Después de todo, lo hice con Salinger, otro autor de obra mínima pero referencial, y esquivo con los medios. Entonces, por la cuestión de toda mi experiencia reciente, decidí que era el momento de una segunda lectura. Pero, insisto, no. Eso: ha sido el parque y las cotorras que gritan desde las ramas. Los culpables de que yo me entere, aún menos, que en la primera lectura. Que llegue a los detalles de la primera vez, los de la cuestión estilística, pero que me siga pareciendo confuso y caótico, en su manía de los saltos cronológicos y el desplazamiento de la figura del narrador. De los nombres extraños y de las personas vivas que callan y de las muertas que hablan. De mezclarlo todo hasta lograr una argamasa que, insisto, yo, insisto, ayer, insisto, allí, no fui capaz de descifrar. Detallo esas circunstancias para que queden claras. Esta semana le he zurrado la badana a un héroe de la música de un país, le he dado la espalda al icono de la nueva literatura americana y ahora no me muestro genuflexo ante un clásico indiscutible. Actúo casi como un estudiante de secundaria al que le plantan elegir leer un libro para hacer un trabajo escolar como alternativa a una sugerente tarde libre con amigos y amigas. Digo glups cuando alguien me muestra entusiasmo ante lo que yo pueda opinar de este libro. Ese glups significa tragar saliva, significa mirar ligeramente de soslayo y decir: puede que deba esperar un tiempo más.
Hasta hace dos días, pensaba que Chloe Sevigny era francesa. De hecho, llevaba una empanada sobre Julie Delpy, Chloe Sevigny y Avril Lavigne, bastante considerable. Confusión que voy aclarando, y que atribuyo a ese dígrafo "gn" que lo afrancesa todo. Julie Delpy es una actriz francesa algo lánguida, y Avril Lavigne una cantante faux punk canadiense (insoportable, por muy apetitosa que esté), y, desde hace dos días, Chloe Sevigny es norteamericana, y es Mia. Sí, Mia.
Puede que hasta hace dos días estuviera convencido al 100% de que era una mujer y ahora no lo esté.
Chloe Sevigny era famosa, entre otras cosas, porque, siendo pareja de Vincent Gallo, este sí, francés, director de cine y músico que publicaba en Warp (detalle a tener en cuenta), una de sus películas, The brown bunny, incluyó una escena completita en que la chica le practicaba a su novio, también actor en la película, una felación. Real, cámara fija y sin una duda. Normalmente, la conservadora escena americana no perdona estos desmadres. Pero la Sevigny parece haberse sobrepuesto. Y de qué manera.
Estaría convencido de que es una mujer si no lo hiciera tan bién como transexual en esta pequeña maravilla llamada Hit & Miss. No es un espóiler: apenas han aparecido los títulos de crédito y Mia, su personaje, ya ha hecho de las suyas. Se ha cargado a tiros a un tipo en un párking y, al llegar a casa tras la jornada de trabajo, nos ha mostrado su asunto pendiente entre las piernas. Apenas tres minutos en el primer episodio; ese misterio se resuelve antes de llegar a plantearse. O sea, esto no es Juego de lágrimas. A partir de ahí, la carta que recibe y su vida, su apacible vida de transexual que se dedica a ser asesino a sueldo, una vida, claro, normal como otra cualquiera, se trastoca y sufre en sus cimientos, en esos cimientos que son presa de frío cálculo y frío crimen, parece ir a obrar un cambio.
Basta. Vedla vosotros: son, para variar en series británicas, seis capítulos de una, parece, única temporada. Donde los varones nos sentiremos algo incómodos: ¿es normal que resulte tan atractiva una chica que interpreta a un transexual? ¿qué me tomo, doctor?. Atrae la actriz y atrae el personaje, y mientras dudamos nos dan ganas de rascárnoslo todo, aunque salimos de dudas, ah, sí, que socorrido el pretexto: la Sevigny hace tan bién de transexual que nos hace dudar y todo. Pero no, machotes, tranquilos: es chica. De extraña belleza, pero chica. Con ese pequeño retoque de maquillaje para endurecer rasgos y esa exageración física para masculinizarla cuando asesina y para feminizarla cuando seduce. Con el pingajillo colgando, que es látex o lo que sea, pero que es una prótesis. Tranquilos. Para todos los gustos. Glups, cómo suena eso. En fin, repito: vedla vosotros y comprobad otra vez la estética azulada y los secundarios desconocidos y el eterno verdor y las nubes de la campiña inglesa. Los pubs de mala muerte con asientos siempre reservados para los mismos. Las noches y las esperas en coches con el volante a la derecha. Magnífica serie.
A lo largo de los últimos veinte meses debo haber leído más de la mitad de los libros que he leído, por placer, en mi vida. Normal sería que hiciese varias cosas. Una, descansar, parar un poco, justo cuando recuerdas libros entre brumas y sus respectivos personajes se vinculan y se confunden. Otra, llegar a una conclusión con visos de definitiva sobre qué es y qué no es literatura.
En mi reflexión sobre este punto me acaba sumiendo el final de la lectura de Club de lucha de Palahniuk. Autor que lo tenía todo para llegar a gustarme, en un aspecto teórico. Escrupulosamente contemporáneo, irreverente, sucio en el lenguaje y en los planteamientos. El libro que leo menciona referencias en la contraportada que, como mínimo, son de mi interés: Easton Ellis, por ejemplo.
Entonces, ¿por qué es un sufrimiento llegar hasta el final de su lectura? ¿por qué a pesar de planteamiento e idea tan original y novedosa, tan al día, tengo ganas de acabar con su lectura y pasar a otra cosa, con una sensación no lejana al cabreo y a estar siendo engañado?.
Sí: puede que se trate de buscar otro libro de Palahniuk para borrar esa sensación. Puede que este sea el efecto Selassie de Palahniuk, aunque lo dudaría: primera obra y llevada al cine, dirigida por David Fincher. O que Palahniuk pretendiese con este libro escribir una réplica a La naranja mecánica ecológica y amable con los ancianos a ¿Qué coño pasa, pues?. Sin descartar que los años que voy cumpliendo hagan mella en mi paciencia ante ciertos libros, en un descenso del nivel en el cual ésta se desborda. Encuentro absurdo el desarrollo y bizarra la idea. No veo posibles sus hechos ni lógicos sus procesos. Confundo los personajes y los momentos y no cazo ni una - ni una - de sus analogías con sociedades enfermas o alienizadas en busca de nuevos retos y nuevas emociones. Tiendo a verlo como una tontería con pretensiones esteticistas (sí: la lectura me remite a pasajes de la película, que en su momento, parece, no me impactó como debería) preparada para tomar cuerpo visual. Los hematomas, los puntos de sutura en las heridas, las salpicaduras de sangre. Las tomas picadas en las terrazas de edificio, las situaciones límite con pistolas clavadas sobre carne humana, a punto de ser disparadas.
Qué sensación de lo gratuitamente bizarro, qué sensación de lo pretendidamente epatante.
No hago más que preguntármelo. Cómo puedo atreverme a que no me guste Palahniuk. No conforme con haber dejado de leer con interés a Welsh, algo hastiado de cierta repetición de temas, ahora esto.
Con la ilusión que me hacía: a partir de ahí, atacar su libro sobre el cine snuff, y seguir una a una, con todas esas obras que debe haber consagrado a todos los clásicos temas de los enfants terribles de la literatura americana. Drogas extremas, sexo enfermo o disfuncional, enfermedades incurables del cuerpo y de la mente. Tendencias suicidas, psycho-killers, experimentos secretos, pederastas, corrupción. Renuncio a ese menú porque Club de lucha me ha parecido un legajo de 230 páginas de tonterías confusas e incoherentes. Sin sustento literario. Sin frases que conservar en la memoria, ni que sea por esa pose de rebeldía contra el sistema. Sin frases para carpeta de estudiante de cinematografía o literatura marginal. Sin frases para pintadas en lavabos de gimnasios de barrios de extrarradio, tan siquiera. Que hasta, unos 15 años después, podríamos aplicar retrospectivamente. Ya estaban indignados entonces, y así lo mitigaban. Renuncio, creo, a darle otra oportunidad a Palahniuk (que viene a Barcelona y congrega multitudes babeantes de fans irredentos mendigando que diga sólo una frase sobre lo nuevo en lo que anda). Soy así de implacable, y así de arriesgado. Lo soy. Eso parece. Convencedme de que no, si acaso.
Lo repetiré las veces que haga falta, con ligeras variaciones en función del momento y del entusiasmo que reine en mí: larga vida a Orsai, gracias Orsai, felicidades Orsai. Que no quede duda de que le debo unas cuantas cosas, ni que sean impulsos iniciales prestados o tomados sin preguntar. Pero me creo con todo el derecho de ejercer la crítica, sobre todo cuando lo hago sobre un mullido colchón de cariño entrañable y agradecimiento: Orsai abandona progresivamente ese status de revista literaria, esa condición de refugio de aficionados a las letras, y lo hace para tomar otro camino algo más convencional, algo más propio del mundo del que quiere desmarcarse. ¿Acaso un libro tiene publicidad?. Veo más autocrítica en el propio Casciari que en su pléyade de seguidores (a la que pertenezco), pero ciertos movimientos me desorientan: ahora resulta muy celebrado uno de los contenidos que, ha adelantado en uno de sus "goteos", incorporará en su número 8. La entrevista con una figura de la escena rock argentina, un tipo llamado Indio Solari. Rápidamente confundo el nombre con el de un entrenador que, en la liga española, daba un fuerte golpe en el pecho a los jugadores antes de que saltaran al césped. Y que tuvo un sobrino que jugó en el Madrid y se fue al Inter. Rápidamente me aclaran que no. Que no es ese, sino que es, para muchos argentinos, alguien mucho más grande. A mí me extraña no conocerlo aunque sea de oídas, una vez me aclaran que se trata de una figura supuestamente alternativa, fuera de los circuitos comerciales, sumamente esquiva con los medios, pero con un fuerte tirón popular.
Me siguen aclarando ante una pregunta algo estúpida que formulo: con quién puede compararse a este tipo, y menciono unos cuantas figuras pero no obtengo gran cosa. Así que voy a Youtube a salir de dudas, aunque no sin empezar a acumular algún dato anterior, justo el que facilita Casciari: que el tío exige ser entrevistado en NY (por una revista de presupuesto modesto: muy mal), que está entre las mayores fortunas del mundo musical argentino (se le "acusa" de poseer 13 millones de $) y que decide que esa sea su última entrevista y que a partir de entonces "hablarán sus canciones".
Pff. Pfffff. Esto ya me suena un poco demasiado a prima donna y es pasarse de castaño oscuro. Pero voy a dejar que "hablen sus canciones", así que antes de leer la entrevista me ciño a mi máxima, en lo referente a músicos (y no sólo a músicos: justo he reconocido que el libro de Galeano no es un mal libro), y me someto a una sesión de sus canciones. Suficientemente variada y suficientemente profunda.
Y qué queréis que os diga. Sus letras me parecen de una pretenciosidad absoluta. Poesía de tres al cuarto declamada por una voz forzada e impostada, muy consciente de su enorme limitación técnica. Sólo dejo que Tom Waits fuerce su voz así. El Indio Solari está más del lado de Sergio Dalma o Joaquín Sabina o de esas estrellas del heavy-metal comercial. Por la manera de marcar pose y querer arrastrar a la gente. Su música bebe de todas las fuentes archisobadas; Stones, algo de hard rock, algo de blues rock, Springsteen (el protagonismo del saxo). La originalidad campa por su ausencia; heavy-metal del más asequible y vendible, carne de FM. Los clichés de sus letras son cena recalentada que tomo una y otra vez.
pero el café con tu suerte
se enfría en mi mesa fría.
(Sonrojante, como poco).
No quiero (pero me temo que no evitaré) que nadie se enfade: comprendo que este señor debe haber calado de alguna manera que se me escapa en el imaginario musical argentino. Pero yo, que lo conozco justo de ahora, que puedo evaluar su carrera partiendo del puro desconocimiento, lo digo. Ya iba de vieja gloria hace veinte años. Pues, ahora. Que nadie se engañe. Puede coserse a la memoria colectiva lo que sea, desde los pasodobles hasta la canción de los pajaritos o el chicle pop de engendros como Aqua o Lady Gaga. Este tío, su cráneo afeitado, sus conciertos casi secretos que acaban siendo masivos (y supongo que no baratitos precisamente) sus gafas de sol, sus jerseys de estibador portuario para salir a cantar (y, de regalo, el pañuelito en la cabeza del guitarra) son una tomadura de pelo, una puta pose: a la música, al espíritu del rock, y a quien quiera tragárselo. Te quiero, cariño, abre la boca, sigue, y para adentro. No conmigo, Indio. No conmigo.
Catalunya, o una parte importante de ella, arde. Incendios forestales asedian una zona, L'Alt Empordà, enormemente significativa, por su cercanía a Francia, por su costa, por haber sido lugar de residencia fija o eventual de célebres personajes en ese pequeño imaginario propio de este pequeño país. Especulaba para mis adentros, esta mañana, si no prefería que esos incendios fueran provocados, y se descubriera que obedecían a una mala intención de extremistas españoles, obsesionados ante la eventual cercanía de una secesión, y que esos hechos provocaran una ruptura definitiva. Imaginad el extremo al que lleva esa mezcla de fantasía y desesperación.
No es que al resto del estado le vaya mucho mejor, por eso.
Barcelona se tizna lentamente de esa ceniza que flota en el ambiente, y que por tanto, acompaña ahí, en suspensión, al mal rollo imperante. Y ese tenue olor a leña, a madera quemada, que tan acogedor, casi evocador, resulta en invierno, ahora no es más que olor de la conciencia, ni voz hace falta, que rememora y persiste en rememorar que, digan lo que digan los políticos y sus vasallos, siempre hay algo que puede empeorar.
El 12 de octubre es festivo en España. En Catalunya, aun siendo también festivo, ya es una tradición que la mayoría de los comercios abran igual sus puertas. Por motivos obvios, poco hay que celebrar en Catalunya en un día que se llama Fiesta de la Hispanidad. En ese día, las organizaciones de extrema derecha, residuales pero aún activas, organizan en una plaza, que encima se llama Dels Països Catalans (o sea, algo así como de la patria catalana separada de la española), una cada vez más esmirriada manifestación donde sacan a pasear la parafernalia fascista española: su nostalgia del franquismo, sus banderas con águilas y toros, y sus consignas apocalípticas contra todo lo que no es como ellos. Contra las izquierdas y los nacionalistas por motivos obvios, y contra las derechas por no serlo bastante, por amagar con moderación y no darles el gusto de fusilamientos y noches de terror para sus enemigos; dan vivas a Franco y a Hitler y a Mussolini y se retiran, no sin algún que otro altercado de poca monta, hasta el año que viene.
Después de leer Las venas abiertas de América Latina, este acto va a parecerme, cosa que ya resultaba difícil, más patético. Aunque entiendo que quien jalea a Hitler y a Franco sea coherente y se muestre satisfecho sobre todo lo que representó ese 12 de octubre de 1492. El inicio del saqueo y el genocidio de todo un continente en nombre, inicialmente, de progreso o de aventura o de religión o de cultura, pero con un resultado obviamente económico. No es que yo no supiera ya algunas de las cosas que muestra ese libro. Pero el aluvión de datos y de citas y de hechos y cifras que este libro recoge es, sin duda alguna, tan abrumador y tan definitivamente convincente que resulta un tanto reiterativo. Reiteración completamente legítima: tanto tesón con el que fuimos educados los de mi generación sobre la necesidad de los pueblos indios de ser evangelizados y civilizados y adiestrados en su integración en el proceso productivo, tanto tesón con el que se nos impuso esa realidad distorsionada, debe ser compensado y parece que Galeano sólo confíe en el aluvión de datos y la repetición de consignas para neutralizarlo.
Como europeo y como persona administrativamente perteneciente al estado español, me avergüenza formar parte, aun tanto tiempo más tarde, del mecanismo que pulverizó razas, lenguajes y culturas en nombre de tan dudosas consignas. Galeano no me ha convertido: Galeano me ha aportado los datos que corroboraban lo que tanto me temía. Que el expolio fue profundo y deliberado y planificado hasta el punto, prácticamente, de eternizarlo. Que, lejos del arrepentimiento, toda esa patraña de la madre patria y el idioma común es sólo un pretexto más para justificar lo injustificable, pues nada hay más injustificable que tanta matanza y tanta miseria impuesta en nombre del derecho del conquista.
Puede que Galeano sea lo que a veces parece: un intelectual narcisista (dios, como posa en ciertas fotos) algo cargante en su discurso, algo repetitivo en su planteamiento. Y que este libro adquiera muchas veces las trazas del libro de texto que nunca dejarían que fuese, demasiado estadístico, demasiado academicista y demasiado dogmático. Pero estoy de acuerdo con Horacio: un libro así, en el momento que se publicó (1970, con montones de dictaduras en la zona, en el momento, y montones más por delante en el tiempo), no sólo era necesario: también era valiente y arriesgado. En nombre de la verdad o por cuestión de egolatría. Da igual. No eran personas valientes, lo que sobraba, entonces.
P.D. Hace demasiado, hablé de como Paul Klee, genio entre genios, usó sutilmente su arte contra el nazismo. Esta imagen de un ilustrador estadounidense, Joseph Stashkevetch, muestra, como parte de una serie, las venas de culturistas reproduciendo cuencas fluviales de los países en los que ha intervenido USA en la zona de Latinoamérica. Le veo una extraña y curiosa relación con el libro de Galeano, y es un gusto ver que continúan habiendo cerebros inquietos en este extraño planeta.
La colección Compactos Anagrama es un absoluto sueño húmedo. Narración de primera a precios de risa. Libros inicialmente a unos 20 euros que pasan a unos 8 o 9 como máximo, en un contexto de un elevado nivel de calidad.
Anagrama, cuando vende los libros en sus ediciones iniciales, opta por colores sobrios: el clásico vainilla para las ediciones traducidas, el gris para el ensayo o la narrativa hispánica, el blanco para colecciones algo más pop. Pero cuando los libros pasan a su edición de bolsillo, los criterios saltan por los aires. Los colores dejan de distinguir el tipo de libro.
Francesc, estás escribiendo un post sobre colores de libros?
Bueno: sí. Lo que pasa es que me surge la duda de si con ese color que se le concede al libro en su edición barata una especie de nuevo código: sirva la presente para explicar que no he leído aún ninguno de estos dos libros que compré hace tiempo :
Obviamente un título y una portada que haría que poca gente se sentara a mi lado al parque, y mucho menos me dejara departir amablemente con sus hijos. Como si este libro fuera menos depravado, objetivamente, que otros con títulos y portadas más inofensivas.
O el siguiente, novela sobre drogas y mafia de Martin Amis para cuya portada eligieron equivocadamente el rosa más indudablemente afeminado y la foto más glamourosa: como si estuviese leyendo un manual para iniciar mi carrera como diseñador de ropa con estilo cosmopolita(n).
Esos dos libros habrán de esperar el turno de ser leídos en casa. Porque podría hacerlo, pero encuentro horroroso, aunque sea una manera de proteger el objeto, eso que hace la gente de empapelar el libro con papel de prensa. Siempre pienso si leen cualquier mierda de la cual uno objetivamente se avergonzaría. O Mein Kampf de Hitler. O algo de Danielle Steel o Rosamunde Pilcher.
Porque en este ámbito ya digo que, aunque quede mal, para leer según que cosa, mejor ceder grácilmente a la somnolencia, o intentar batir de una vez por todas ese récord que se resiste en el Tetris del smartphone.
En fín : este es el único libro rosa de la colección que tengo. No sé por qué, el rojo y el naranja son los colores más frecuentemente empleados. No recuerdo ningún libro blanco, ni gris, ni negro. Pero parece que hay alguna especie de código con los rojos, como si el color se reservara para las auténticas obras capitales. Son rojas en esta colección:
Los detectives salvajes, El gaucho insufrible y Entre paréntesis, de Bolaño
A sangre fría, de Capote (miro a otro lado, a ver si 6Q se da por enterado ya de que, al fin, lo he leído)
Muchísimas de Vila Matas: Dietario voluble, París no se acaba nunca, Doctor Pasavento, Lejos de Veracruz, Historia abreviada de la literatura portátil
El muy emblemático El mundo de hoy, de Kapuscinski
El mejor Auster que he leído, Leviatán, el segundo mejor, El palacio de la Luna y algún otro.
Maneras de saber si un libro va a ser importante: a veces la primera frase, inclusive el primer párrafo entero.
La de Pedro Páramo : Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.
La de Lejos de Veracruz : No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver.
Más adelante Vila-Matas menciona Comala. Más adelante, algo más adelante, menciona varias veces el libro de Rulfo, ese Pedro Páramo del cual este libro es inicial deudor moral. Ya hacia el final, cuando los pasajes oníricos empiezan a enturbiar algo la resolución, el libro de Rulfo vuelve a ser objeto de algún párrafo. Y Vila-Matas no vivió en México tantos años como Bolaño, ni en tan tierna e influyente juventud. Pero sabe que ciertos adictos a ciertos libros levantamos la oreja con ciertas palabras: una es "Bartleby", otra es "Comala". Y narra y no deja de narrar. Vila-Matas escribe tan bien, tanto, que a veces hace olvidar que alguna trama es más endeble de lo que debería. O sea, es mejor escritor que novelista. Una afirmación algo frustrante. Entonces se plantea esa disyuntiva traidora. Disfruto leyendo pero no disfruto con la novela. O sea, es como si la novela fuera un prolongado poema ligeramente inconexo, repleto, pero repleto hasta los topes, de frases buenas y mejores, de figuras y de recursos literarios de todo tipo. Como esos restaurantes extraños que sirven menús completos a base de postres. Tampoco porque sea empalagoso: no lo es, es fresco y fluido y agradable como un champán que no pierde frío ni burbujas. Me deshago de gusto frase tras frase, con la repetición de ciertas imágenes,es un deslumbrante ejercicio de estilo casi jazzístico. La interpretación es magnífica, es virtuosa, pero me gustaría algo más de melodía, algo que me aleje de esta imagen mía de que este libro es perfecto para, de cualquiera de sus páginas, extraer frases con las que decorar perfiles en Facebook o impresionar a las chicas. Frases originales y certeras, frases que dan en el clavo y que hacen físicamente imposible para un editor no publicar un libro tan bién escrito: un crimen despojar al público de tan grande ejercicio de maestría literaria. Dan ganas de convocar a Vila-Matas a estos juegos nuestros, de darle ideas puras y esquemáticas y disfrutar de los resultados que sería capaz de obtener. De convertirle en excelso ejecutor de buenas ideas que no le son propias. Como un sicario literario, valga por una vez ripio tan horroroso, como un escritor que no necesita acudir a sí mismo, al rollo metaliterario de ser autobiógrafo de una vida que no es tan excitante como a él (no en sueños, en realidad) le gustaría, y que se acaba convirtiendo en una especie de relleno impostado, de relleno algo forzado rodeado, eso sí, que nadie dude de ello ni un segundo, de la más esplendorosa de las presentaciones. Pues la opinión, grosso modo, sobre Lejos de Veracruz dependerá de cada uno de sus lectores y de sus exigencias puntuales e individuales. Quienes busquen buena prosa, quienes lean el libro en pequeñas dosis sin prestar excesiva atención a la trama en sí, disfrutarán de lo lindo. Quienes exijan a una novela emociones y giros y situaciones lindantes con aventura y suspense, emoción en cualquier caso, mejor lean otra cosa. Quienes buscan razonables combinaciones de ambas cosas, puede que se queden, como yo, algo decepcionados con esta historia básica de tres hermanos que caen, paulatinamente, a los pies de la misma mala mujer.
¿Qué era lo fácil en tiempo de verano, según la canción?, vivir, o irse, living, or leaving. Si lo fácil hubiera sido decir loving. En cualquier caso, salvo salir de casa al mediodía, todo parece más sencillo, parece incluso haber más tiempo para todo, y, dicen, eso es lo que hacen los grandes potentados, comprar tiempo. Tiempo para disfrutar libertad, tiempo para esperar que los peces piquen, tiempo para alargar los pasajes amorosos, tiempo para paladear platos exquisitos y frases corrosivas.
Tiempo para experimentar profundos pensamientos completamente inútiles. ¿Por qué las palmeras son tan bonitas de lejos, y tan horribles de cerca?.¿Por qué todas las piscinas se pintan de azul, y ninguna de verde?.
Esa pereza, esa pereza que se filtra a través de la voz. ¿Cómo pueden los brasileños levantar el culo del sofá en todo el verano?.¿Cómo pueden hacer otra cosa diferente que dejarlo todo y oir una y otra vez los mismos discos y las mismas canciones?
Las hamacas, las hamacas. ¿Por qué Kurtz, el militar con nombre de salchicha, había de decir lo del horror. Con este calor, es lo que se necesita: una hamaca y dos palmos de sombra, y rezar para que el viento sea del norte.
Y si refresca al anochecer, nada hay de malo en bailar. Muerte a David Ghetta, por eso.
Pues no lo pongo aquí al lado porque el de Vila-Matas también está en progreso. Pero, algo alterado por pronunciarme a la ligera, he decidido experimentar ciertas cosas en carne propia. Que nadie se asuste: sólo he decidido leer un libro de Eduardo Galeano. Ése del que tanto he leído hablar, el de la historia de América Latina. Quizás para fortalecer mi enorme y creciente escepticismo hacia la influencia española en el Cono Sur, que creo excesiva e ilegítima. Quizás para hacer la guerra en dos frentes a la vez: provocar a Pereira para que abandone su letargo (o sea, su hibernación) y confirmar mi beligerancia hacia el españolismo más rancio (tan en boga hoy, el que me mostró la enseñanza dirigida por el franquismo hasta los 14 años a mí, en el que asesinos genocidas eran descritos como heroicos conquistadores, en el que apacibles tribus indígenas eran señaladas como peligrosas y agresivas comunidades de salvajes), con esas dos premisas, me adentro en ese denso pero ameno ensayo que es Las venas abiertas de América Latina, dispuesto a asumir que lo que voy a leer va a dinamitar esos rancios principios. Luego, se amontonan las casualidades, esas coincidencias que tiempo ha yo llamaba señales. Hoy, miércoles 18, el suplemento de LV habla extensamente sobre la United Fruit y el comercio de plátanos, menciona pasajes de varios libros en los cuales se habla de la compañía. Curiosamente, llego al capítulo en el libro de Galeano donde se habla de la agricultura extensiva, del mal de los monocultivos, y se habla del azúcar, del café, del caucho, y, también de la United Fruit. Tres ya es multitud. Aún hay un cuarto indicio: Jean Ziegler, martillo desde la ONU de la defensa de la cultura frente al poder del dinero, aporta una frase de elogio en la contraportada del libro de Galeano. La señal es clara; la única duda radica en saber qué divinidad me la envía. Debo indagar y aclarar todo ese embrollo de los países de Sudamérica: los intereses, la delimitación de las fronteras, las relaciones entre los estados, su posición respecto a las grandes potencias, los orígenes de su población, su composición étnica, su renta por cápita. Las sagas de gobernantes y el grado de legitimidad en que han accedido al poder.
Muchas cosas para tan pocos días. Lo sé.
Pero es una cuestión meramente compensatoria de un cierto desorden que debo intentar contrarrestar. Estoy leyendo cuatro libros a la vez, completamente dispares pero entre los que intento establecer una madeja de relaciones. Ayer publiqué, acompañados de una frase patética, cuatro links con Youtube, simplemente porque, buscando combinadamente entre Shazam (qué puta maravilla el Shazam) y Youtube, iba encontrando canciones que me era imposible conseguir a través del Emule. También hablé de los XX, sin cosechar reacción alguna, factor que agravará mi sensación de ensimismamiento. Busco trifulcas y no encuentro trifulcas. Busco pretextos para escribir muchas veces la palabra trifulca y miro a mi alrededor: No hay trifulca alguna. Hay otros bloggers que apenas escriben, hay otros bloggers que escriben posts poniéndose en duda a sí mismos. Es 20 de julio, o sea, desde una perspectiva ibérica, faltan aún días para que todo se paralice, y venga ese temido septiembre y acerque ese temido 2013 (ojo, supersiticiosos, lo normal es que todos nosotros sólo vivamos un año acabado en 13 en nuestra vida: ahí está). Qué será de esto en agosto. Con los de aquí en la playa y los de allí bloqueados por el frío.
Ya es el momento. Hace pocos días que The XX han colgado una canción de adelanto del álbum que van a publicar en unas semanas. Cantada por la voz femenina, con una guitarra lejana al estilo de alguno de los cortes más oscuros del primer disco, en un tiempo prácticamente gélido. Es decir, en función de esta canción es previsible que no haya una evolución muy radical de su sonido, y que se mantengan fieles al sonido mostrado en el primer álbum. Peligroso, entonces, porque veo pocas posibilidades de alcanzar semejante hito, y ya veo a los críticos (veo nítidamente a los críticos ingleses) destripando el difícil segundo álbum y hablando de inmovilismo sonoro y de composiciones que no están a la altura. Del síndrome Terence Trent D'Arby por lo del segundo disco y del síndrome Pimpinela por lo de las canciones a dúo. Lo aventuro todo, me tomo esa molestia por el enorme respeto que The XX me merecen, y que me resulta algo complejo justificar.
El disco en cuestión, ese magnífico primer disco, se presentó en una etapa algo complicada para mí a nivel personal. Fusiones y adquisiciones y sinergias. Conducía de noche, de vuelta a casa, por calles tristes y solitarias. The XX me acompañaban porque su disco se ajustaba, casi a la perfección, a la duración del recorrido. Yo respetaba el orden del disco, así que Intro significaba arrancar el coche y abandonar un oscuro polígono con calles por las que nadie andaba.
Se ha de ser valiente para empezar una carrera discográfica con una canción llamada Intro. Y que ésta sea instrumental dentro de un disco donde muchas canciones son vocales y cantadas a dúo. A dúo chico-chica. Lo de mocosos de apenas 20 años ya lo dije demasiadas veces. No lo de la expresión que parece taciturna pero en realidad es tímida. No lo de las fotos promocionales siempre en escenarios umbríos y con las cabezas gachas. Con la misma cabeza gacha del niño que mide 1:95 con catorce años y pide perdón por conquistar todos los rebotes bajo la canasta.
Tras ella, una guitarra tímida y casi satiesca, en la medida en que una guitarra puede ser satiesca, daba entrada a una de esas líneas de bajo que solo se puede tocar descorriendo la cinta del bajo al colgárselo: haciendo que el instrumento descienda hasta las rodillas y no haya más remedio que encorvarse ligeramente para alcanzar todas las cuerdas. Era sencillo y era efectivo pero por debajo había muchas más cosas.
No sé la de veces que hablé de Crystalised. Del sonido que la abre, que resumiría en breves segundos el equivalente a cuatro o cinco capítulos de Twin Peaks. De como vuelve, pasado como un minuto, para arropar la primera respuesta de la voz masculina. De, otra vez, esa guitarra simple, esa guitarra que parece ir a fallar una nota en cualquier momento, mientras el ruido vuelve. Del arranque final, casi en falso, que permite ralentizar la canción como si de un giradiscos que se desenchufa de la corriente, de golpe. Qué bien sabían acabar las canciones de este disco, cojones. Daba para una teoría sobre muchas canciones que acaban absurdamente con un estribillo perdiéndose en el silencio.
Había otras canciones, sí, todas magníficas. Cuando el camino ya no permitía retorno: cuando descendía por las suaves cuestas de Montjuïc y veía la ciudad extendida, iluminada. La guitarra tenía otro tono: un tono que dice Morricone y Barry y Chris Isaac y los Shadows. El eco triste y la búsqueda de refugio.
Momentos nocturnos. Las calles, el tráfico, los semáforos, la gente metiéndose el dedo en la nariz en el coche al lado. Otra vez las guitarras de la pradera. El eco, el eco triste del que ya hablé, el de la pradera y la calle llena de gente que indica que la vida, otra vida, es posible. La caja de ritmos casi mínima, el punteo que cobra esa vida, que casi es funky, que es muchas palabras extrañas a la vez, upbeat, uptempo, dubstep, antes de acabar, con esa dignidad tan propia.
The XX son portada de RockDeLux: doble portada, porque ese número de verano es el que permanece más tiempo en los estantes del kiosco. Son una chica poco agraciada y dos chicos con pinta de no haberlo aprobado todo tampoco este año. Publicarán un difícil segundo disco sobre la segunda semana de septiembre (quizás, el 11) y, aunque la única canción que he oído no ha calado en mí con la fuerza con que la hicieron las once del primero (todas hubieran podido estar aquí, todas), nada podrá quitarles el significado de este disco. Nada podrá quitarles esa web que han mantenido mientras han grabado el disco www.xx-xx.co.uk, un sitio donde han colgado todo lo que les ha gustado o influido en el proceso de grabación. Otro sueño húmedo que podría considerar como una obra más de ellos: una especie de enciclopedia musical en la que reto a cualquiera a que encuentre menos de diez maravillas completamente desconocidas.
No sé que diré en septiembre: no sé que opinaré del resto de las canciones. Qué sentido tendría esperar, en cualquier caso. Mi opinión sobre este primer disco no cambiará, jamás.
El amigo Horacio me envía con proverbial puntualidad enlaces con los flamantes artículos que Rodrigo Fresán publica en la prensa argentina.
Cosas sobre Rodrigo Fresán que conviene saber, en un orden absolutamente aleatorio (o sea, según Freud, nada aleatorio).
Era, junto a Juan Villoro, gran amigo de Roberto Bolaño en su estancia en Catalunya, y hasta su muerte.
Es un buen escritor de narrativa.
Escribió artículos sueltos en RockDeLux. Sobre literatura, en su mayoría, pero ahí estaba.
Promueve alguna colección editorial con buenos libros. No me acuerdo cual, pero es buena. Ya miraré, narices.
Es calvo con una enorme dignidad.
Vive en Barcelona y publica columnas en Argentina.
Yo los leo y me gustan, me gustan casi más que si yo los buscara y los encontrara, pues sé que Horacio me envía aquellos que tratan temas de mi interés. Son una especie de regalos, y hace un par de minutos que ha sido mi cumpleaños. Me gusta cuando Fresán habla de fútbol, o sea, del Barça, y no esconde admiración ni escatima en elogios. Me gusta cuando defenestra las medidas del PP, los recortes de Rajoy, pues creo a veces que fue tan amigo de Bolaño que algo se le debió contagiar, y especulo con que Bolaño hable un poco a través de los escritos de quien fue su amigo. El último artículo que Horacio me ha enviado muestra a Fresán comentando los últimos recortes en España, los más sangrantes y profundos (los analistas de mercados dirán: los más efectivos) y no paro de pensar en esa subida de impuestos que va a afectar a los hechos culturales (pero los del PP hablan de productos, porque para ellos todo son fábricas), y que es un zarpazo casi definitivo, no solo para la industria cultural, para las multinacionales que, puede, se merecieran un castigo tanto por su avaricia como por los subproductos a que han condenado a las audiencias. Es un torpedo en la línea de flotación que disuade a cualquiera medianamente interesado en la creación pura y dura: lo empuja a ser pasto de minorías adineradas y a tener acceso general solo a través de fenómenos prácticamente altruistas. O sea, el PP ha actuado como Goebbels, el ministro de Propaganda nazi, que afirmaba echarse la mano a la pistola cuando oía la palabra cultura. La cultura y la intelectualidad es patrimonio de las izquierdas, sus miembros destacados no les votan a ellos, ni lo harán. El mundo cultural es terreno vedado a las derechas, y lo sería igualmente aunque hubiesen suprimido impuestos y repartido subvenciones. Puestos a no poder obtener sus votos, al menos sacarles su dinero. Más aún que antes: el estado va a ser el mayor beneficiado cuando un libro se venda.
Le he recriminado indirectamente a Horacio que en Argentina se esté tan pendiente de la situación en España. Sin motivo encubierto: creo que España no merece que Argentina le preste atención. En todo caso, bien que deben estar riéndose.
En fín, yo hablaba de Fresán para empezar, y acabaré hablando de este tóxico y dictatorial (la mayoría absoluta les permite ese comportamiento) gobierno de ultraderecha en España. Luego habrá quien se extrañe de las ganas de algunos (individuales y colectivas) de salir disparados, donde sea. 18 de julio, cuando esto vea la luz. 76 años después, y sigo sin recordar ni un solo líder del PP condenando el golpe de estado. Diría que todo sigue igual, pero hasta eso sería bueno.
Perversa palabra. Responsable de que, hace años se apilaran en mi casa infinidad de CD maxis de los cuales, ahora que los miro, no saco mucha cosa aprovechable. Obsesión por tenerlo todo o leerlo todo o verlo todo. Las rarezas, los inicios, las colaboraciones. El sueño húmedo de los mitómanos y el ejemplo vivo de esos fanáticos que de vez en cuando muestra la prensa en esas entrevistas con ocasión de la visita o la muerte de un artista. Perseguir esa mezcla, esa canción, esa grabación o ese cuento editado bajo pseudónimo. Antes de que Björk se decidiese a hacer, directamente ella, música inescuchable, puedo aseverar que mi afán completista me llevó a oír la que considero la peor música que he podido meterme en las orejas: una aborrecible remezcla de un tema suyo por un tipejo llamado Beaumont Hannant. Tan horrible que espero que sea imposible encontrarla ni en Youtube para quien quiera exponerse a esa tortura.
Nada explica, salvo el completismo respecto a la carrera de Boris Vian, la publicación de Escritos de Jazz. Bueno, claro, la obsesión de una editorial por hacer caja a cuenta de un nombre mítico, como fue este escritor y músico francés, parisino de pro, de esa generación de los Sartre y Camus, desaparecido con sólo 39 años. Pues este libro, que arrebaté ilusionado del mostrador de novedades de la biblioteca, no aporta nada a la obra del autor de Escupiré sobre vuestra tumba. Nada. Cero. Triste, pero lo único que aporta este libro son algunos comentarios (los menos, todo es muy plano) ligeramente socarrones, ligeramente ácidos, de Vian atacando a otros críticos, sopesando vicios y virtudes de músicos del firmamento jazz de los años 30 a los 50, presentando ediciones, escribiendo editoriales en prensa especializada, y pasándose de tecnicismos al reseñar discos (cuenta los compases, disecciona las canciones), para mi desespero pues esperaba, como mal menor, encontrar algún disco ahí que llamase mi atención. Peor; encontrar que un escritor tan canalla, tan diletante, se convierte en inofensivo y casi naïf cuando redacta textos introductorios de colecciones de discos. Que muestra un entusiasmo bordeando lo meramente comercial, cuando presenta su estilo de música a los profanos. Cuando no hay nada más legítimamente despreciable que un crítico snob restregando a los ignorantes todos y cada uno de sus conocimientos, que es lo que yo esperaba de Vian. Pero no.
Los pocos pero inestimables lectores que me aconsejaron amablemente sobre mis lecturas vacacionales fueron casi unánimes: clásicos, algo añejos, y americanos. A sangre fría ha sido, por un orden cercano al azar más absoluto, el tercero de ellos. Quedan cuatro por delante; dadme tiempo y caerán uno a uno; ojalá todos fueran como éste.
Clásico instantáneo. Cuando Capote publicó este libro, en 1965, era un escritor que frecuentaba la alta sociedad norteamericana. Me imagino, por su condición de homosexual, a una especie de Terenci Moix o un Antonio Gala, rodeado y venerado por ricos y famosos, ávidos de mostrarse a su lado y presentarle como "el escritor" o "el genio" o "el artista", siempre boquiabiertos, pendientes de que emitiera un juicio, o dijera una frase, por banal e ininspirada que fuera, para aplaudirle y babear. Aún así, es de agradecer que Capote no fuera permeable a tanta frivolidad y a tanta superficialidad. A sangre fría es una novela (una "novela de no ficción") tan brillante que uno duda si la coexistencia de Capote entre esas sofisticadas multitudes no fuera otro paso más de un estricto y científico proceso de toma de contacto y documentación. Porque una de sus primeras cualidades es la objetividad, o al menos una muy elevada dosis de objetividad. Capote permanece en el lado de la realidad las más de las veces. Explica las cosas; las que sabe que han pasado y las que imagina que pasaron, sin excederse ni fantasear en exceso. Es un libro sobre hechos reales. Pronto habla de seis vidas cercenadas por cuatro asesinatos. Las cartas se muestran deprisa. Con una pericia propia de un estudio científico, A sangre fría puede llamarse tanto novela como crónica como informe, y ninguna de esas definiciones abarcan su grandeza, y ninguna de esas definiciones falta a la verdad. Sin habla me ha dejado tanto la variedad de registros de Capote (describiendo cálidamente a las víctimas, pero sin omitir el perfil humano de los criminales) como su soberbia maestría en el avance de la novela. Y el colofón de ese último capítulo: El rincón, donde juega algo más (pero con una proverbial sutileza) a ser subjetivo, pero sin acercarse ni mínimamente al alegato. Casi sin aliento me ha dejado, igualmente, su descripción de esas sensaciones de los criminales, casi, bordeando la primera persona. En una especie de ejercicio de apropiación de la sinrazón, pasaje éste, de la novela, en la que quien lee, metido a fondo en la trama, transita con cierto temor siniestro a empatizar con el criminal, a encontrar el lector, en uno mismo, pretexto o justificación, o excusa, para el crimen. Tan bien escribía Capote, sí. Donde la Highsmith, en un libro de misterio puro y duro, me ponía algo impaciente, Capote, sabiendo qué pasará a final, dosifica sabiamente los acontecimientos. Tantos personajes es capaz de trazar en esas 400 páginas. Los investigadores de la policía: su obsesión enfermiza por el caso y como ello afecta su ánimo y su existencia diaria. La comunidad en que el crimen se perpetra, sus personajes principales y secundarios, su ente colectivo. El miedo, el recelo, la desconfianza. El sentido del deber, la cuestión ética de la pena capital.
Vuelvo al principio: Capote frecuentaba aristócratas y actrices y gente poderosa y, como muchos escritores evanescentes y pagados de sí mismos, podría haberse dejado llevar por la adulación y la ligereza y ser una especie de bufón de corte, un mariángelalcázar o un josepsandoval arrodillado y servil. Eligió otras cosas, afortunadamente, una de ellas, escribir esta novela, esta despampanante obra maestra.
Analizadlo: ¿algún otro pueblo imprimiría esta camiseta?
Mantengo una conversación imaginaria con el señor jubilado que acabo de cruzarme frente al bar donde unos cuantos marroquíes se reúnen a tomar sus infusiones de té y de menta. Para ser sinceros: en las mesas del interior y en las de la terraza siempre hay varones marroquíes, y sólo hay varones marroquíes. Pero está así, los tres años que llevo viéndolo. E imagino que algún otro hacia atrás.
- A mí me da igual si estos andan planeando estrellar otro avión en cualquier lado lejos de aquí: lo importante es que aquí, en el pueblo, no nos dan problemas, jamás ha habido ningún incidente y hacen su vida como la hace todo el mundo. Es normal que se reúnan para hablar en su idioma y de sus cosas. Es normal que busquen la comida que les guste y la compañía de quien les guste. Eso lo hacemos todos, y no hace daño a nadie. Años y años de turistas aparcando coches llenos de maletas, por el hotel cercano, y jamás nadie se ha quejado de nada.
Hace ya unos días que me vienen pidiendo que escriba sobre el conflicto con España: el que tenemos en Catalunya es el que me pilla cerca. A pesar de lo mucho que he hablado los últimos días con euskaldunes, y de que es un uruguayo con raíces vascas quien manifiesta extrañeza (y entonces, supongo que no apoya a Italia en la Eurocopa por el mismo motivo que lo hacían niños que se llamaban Asier, Urko, Arkaitz, Ivon o Egoitz), yo no puedo hablar del conflicto en lo que atañe a Euskal Herria, que creo que no es poco. Y yo no quiero que me tilden de pretender ser un periodista, pero si uno se aventura por estos páramos debe justificarse previamente acerca de lo difícil que es usar el prisma de la objetividad en estos casos. Ésto no va a pasar de intento en ninguno de los casos, y carezco de conocimientos de historia y de técnica ensayística para ejecutar un método inductivo en toda regla.
Empatía: imagine un señor español y castellanoparlante residente en Madrid que Barcelona es la capital del reino español. Que, en uso de esta condición, impone su idioma en todos los ámbitos y que le dice a un señor de Madrid que sus hijos tienen que escolarizarse en catalán en la escuela. Imagine más, imagine que le dice a ese señor que ni siquiera está obligado a que tomen clases en castellano, aunque sea la lengua oficial de la comunidad. Repito y abrevio: Barcelona, capital, le dice a un madrileño que su hijo aprenda catalán antes que castellano, en Madrid.
Váyase a Inglaterra, señor de Madrid, y exija que su hijo reciba educación primaria en castellano, omitiendo el inglés en ese ciclo inicial. Quizás no entienda lo que le digan los ingleses si plantea esa cuestión. Habrá muchas palabras que empiecen en f, seguramente.
Empatía: imagine un señor español y castellanoparlante residente en Madrid que Barcelona es la capital del reino español: que sucesivos gobiernos totalitarios siempre coinciden en ciertas medidas cuando acceden al poder (por escasamente legítimos medios), y una de ellas es prohibir o limitar severamente el uso del idioma local, ya no sólo en su uso a efectos legales y oficiales, sino en los ámbitos personales, educativos y culturales. Que vienen a prohibirle que use la lengua en que le criaron sus padres. Que le sancionan por ello.
Cultura: y puede que la cuestión del idioma deba dejar de ser el centro. Total qué hay de malo en ser un país bilingüe o trilingüe o tetralingüe. Igual nuestro tercer idioma sería el árabe de los tipos del bar y el cuarto el chino. Qué significa. Algo más de tinta en los impresos oficiales, algo más de cultura a exigir a los funcionarios. Literatura catalana escrita en árabe. ¿Es que suena tan mal?. Por otra parte, si nos vanagloriamos de ser un país de acogida a García y Mohamed y Li, ya aprenderán nuestro idioma. Sólo se trata de que tengan que aprenderlo para poder subsistir. El hambre aguza el ingenio.
Paciencia: que veas que perteneces a un estado en el que importantes medios de comunicación se lanzan a campañas tildándote de insolidario cuando, ahogado por la crisis, te quejas de que sin esa solidaridad impuesta, tu situación sería mucho mejor y no, como es el caso, peor que la de muchos de los que te ves obligado a ayudar. Que esa situación, lejos de mejorar, empeora. Que las leyes se modifican para que no mejore sino empeore aún más.
Coherencia: los mismos que te llaman insolidario, tacaño, egoísta, estirado, y otras lindezas, lejos de alejar tan ruin colectivo de seres humanos, no hacen más que recordarte que les perteneces, y que no vas a irte a ningún lado sin su consentimiento.
Reciprocidad: la cuestión del fútbol. Mata saca la bandera asturiana en una celebración de la selección española. No pasa nada. Xavi saca la catalana: recibe críticas. Y eso que no era la estelada. El Barça es recibido en los campos con banderas españolas junto a las del equipo local. O sea: los que llevan la bandera española nos consideran sus rivales.
Reciprocidad: alardear de la bandera española no es nacionalismo. Sí lo es si lo hace con la catalana. Hablar de la marca España no es nacionalismo. Parece ser que el límite entre lo que es y no es nacionalismo es patrimonio de un cierto lado interesado.
Justicia: puede hacer 300 años, casi, o menos de 80, pero, en cualquier caso, la voluntad mayoritaria en Catalunya es que quienes vivimos en ella determinemos nuestro futuro. Ahora. Con independencia de orígenes y de idiomas maternos. Una mayoría relevante. No es eso suficiente.
Ejemplos: Escocia, Gales, o Quebec. Pero también Croacia, Eslovaquia, Lituania. Separarse de la estructura de otro estado no es sencillo, pero es posible.
Prejuicios: los catalanes somos tildados de avaros y de tacaños por no aceptar de buen grado las imposiciones que afectan a nuestra economía. Curioso, otros pueblos acusados de lo mismo: escoceses y judíos.
Prejuicios: a pesar de que muchos medios nacionales cuentan con capital y altos directivos catalanes, nadie envía cargas de profundidad contra gallegos, madrileños, valencianos o asturianos. Sólo contra catalanes.
Un dedo en la llaga: a penas nadie (más que ellos mismos) se metió con el pueblo vasco. Mientras tenían ETA, al menos.
Miedo: Sí: habría, y perdurarían, partidos y colectivos, numerosos, en España y en Catalunya, partidarios de una nueva unificación, pasados años. Especialmente donde las cosas no fueran como se pensaban.
Odio: pocas veces el gobierno español ha intervenido para despejar dudas respecto al papel de Catalunya en España. Siempre ha rendido más electoralmente dejar que eso quede en el aire. Los políticos viven inmersos en el tacticismo y denostar a Catalunya y a los catalanes reporta pingües beneficios. Igual ya lo he dicho antes (tardo días en escribir este post tan disperso, hoy lo acabo ya de una vez), pero la situación se resume en: no nos quieren, no nos dejan ir.
La suntuosidad de la sala de cine: suntuosidad con ligero olor a polvo, y a ambientador para ocultar la peste (algunos le llamarán aroma) de las palomitas, que preside, beneficios mandan, el vestíbulo de entrada. Por mucha luz cenital y pilotos en azul y normativa que impone señalizar luces de emergencia que indican las salidas en casi de incendio, la sala de cine es rancia de por sí. Un glamour rancio el de ese sitio, donde algunos empezamos a avistar otros mundos y otras culturas. También otras maneras de pensar y de vivir la vida: no nos dimos cuenta siempre a la primera de cambio. Pero muy posiblemente de eso se trataba, de usar la sutileza de vez en cuando. Hoy todo es más directo: lo quiero, lo tomo, lo veo. Zas, zas, zas. Los trailers inacabables y los anuncios y el tipo de delante que no parecía acabar de sentarse nunca.
Arriba y abajo de las colinas, arriba y abajo y al centro y pa' dentro de la botella. Pasan los años, viene el Opel Tigra y tiran de edición de vídeo.
Eurovegas? No sé. Van a poner una de esas fuentes completamente decadentes, con luces de colores y chorros que surgen de entre otros chorros, donde reunirse fascinados y conscientes de que el golpe ha dado resultado?. Pues venga, bienvenida Eurovegas. Bienvenidas las cuerdas que de ampulosas parecen sintéticas, bienvenidas las orquestas con nombres de tipo con camisa de chorreras.
Bostezo tras bostezo entre canales y relaciones tortuosas.
La llanura se extiende a los pies y tener un pulgar enorme es una gran ayuda a la hora de hacer auto-stop. De ahí las sonrisas lesbianas que flanquean tu entrada en los bares.
Relaciones adúlteras, carreras en pasillos a altas horas de la madrugada. Smóking de color blanco, sombrillas para preservar palidez fuera de toda moda.
¿Quién dijo que se necesite una película para hacer música de cine?
Contemplo esas imágenes, cerca del final. Fotografías que nunca había visto, de Bob consumido por la enfermedad. De Bob con un gorro blanco, ya no para cubrir sus dreadlocks, desaparecidos por los tratamientos, sino para protegerse del frío en la gélida Alemania donde acudió en un último intento desesperado, y procurando evitar una estampa excesivamente triste. Son impresionantes, las primeras que veo (tras la foto de conjunto que ilustraba la contraportada de Uprising) que me hacen tomar absoluta consciencia del deterioro de quien parecía invencible, y de su lucha por su vida. Oigo sus palabras, voz cansada, fondo de pantalla en negro, prometiendo a sus fans un regreso, un renacimiento.
Marley no es una película sino un documental. A los documentales les requerimos que sean interesantes, pues son meros ensayos donde el autor rara vez puede evitar tomar partido. Editando, seleccionando una cosa en vez de otra, montando, creando contextos que ayuden a que ese ensayo adquiera un cierto tono dramático. Marley es un drama: sabemos que morirá, que morirá joven y de una cruel enfermedad producto, casi de una absurda casualidad combinada exclusivamente con una cierta tozudez, y sabemos que morirá en la cúspide crítica y creativa. Estaba en la cima, y desde allí dio, simbólicamente, un salto arriba. Lo dije un día, y lo sigo sosteniendo: donde los primeros discos en estudio de su discografía (Catch a fire, Natty dread, Rastaman Vibration, Burnin') muestran aún retazos de un artista intentando algunos trazos de fusión entre rock y reggae, sus cuatro últimos (Exodus, Kaya, Survival, Uprising) son cuatro auténticas obras maestras donde el sonido es más complejo, la espiritualidad se profundiza, se experimenta, se busca tanto la lejanía de los espacios y el sonido como en la proximidad de los ecos.
Dónde estaría Marley ahora, si arrastrando una decadente carrera como el último Elvis o el huidizo Stevie Wonder, o colaborando con músicos variopintos (nunca con Sting, por favor) en medio de alguna causa algo discutible. Cuántos hijos tendría, y de cuántas mujeres. Cuántos verían en él una especie de Mandela o, como Youssou N'Dour, o Gilberto Gil, metidos en política para aportar tanto su sabiduría como su poderoso tirón popular.
Marley, afortunadamente, muestra sus flaquezas como ser humano, aunque por respeto y por veneración éstas quedan en segundo plano. Su ambición, sus continuas infidelidades, su dominio dentro del grupo. Pero, en cualquier caso, la música nunca deja de sonar, y eso es lo más importante. Hablamos de un soberbio documental sobre la vida de un músico y nada tendría sentido ahí sin la existencia de excelentes canciones, de música que puso, sí, todo un país, pero antes un género musical, en el mapa. Hablamos de sonidos que llegan al alma de quien ama la música, que nos llevan a otros sitios y de letras con mensajes combativos a la vez que espirituales. Fue único, no habrá otro como él, y Marley lo muestra a las claras.
¿Hablo yo o pasa un tranvía? Por qué repetís siempre la misma frase, viejo, la misma frase. Qué sentido tiene decir siempre lo mismo, siempre lo mismo. No te das cuenta de que a la vieja le hace mal verte así, y que por eso no viene? Y además, para qué te enfermaste, por qué te agarraste esta enfermedad de mierda que me obligó a internarte acá? Si eras fuerte como un roble, decías. En tu vida habías tomado una aspirina. Y para qué te hablo, para qué te hablo si no me entendes nada de lo que estoy diciendo.
-En el negocio está Ana Paula, quedate tranquilo. Mami está en la casa, no puede venir hoy, por eso vengo yo.
-¿Pero hablo yo o pasa un tranvía?
No me entiende. Para qué me gasto. La enfermera me pide siempre que no lo ponga nervioso. Hago lo que puedo. Ahora seguro que va entrar con el alboroto que está haciendo el viejo. Necesito que te pongas bien. Al final no resulté tan inteligente como esperabas que fuera. El almacén está un poco para atrás, sabés, y este geriátrico se está comiendo de a poquito todos los ahorros. Pero mami no te puede cuidar, yo no me di cuenta o envejeció de golpe, no sé. Voy a preguntar si por los dos me hacen algún descuento.
-¿Hablo yo o pasa un tranvía?
-Acuéstese, Don Angel. Acuéstese, por favor. Así, ahí está, muy bien, tranquilo, tranquilo. Ya está.
Qué pasta. No entiendo cómo lo hacen. Imagino que si fuera tu padre la cosa sería distinta. Ahora delicadamente me va a sugerir que me retire.
-Vaya yendo si quiere, Alberto. Enseguida se queda dormido.
Me imagino, si lo tienen todo el día medio drogado. Pero cómo hacen, si no? Si pudiera sacarte, viejo. Si volvieras a ser el mejor padre del mundo.
Beso al viejo como puedo, me abrocho la campera y le dejo una pequeña propina a Dora, una de las enfermeras que mejor trata a mi padre desde que está internado en este hogar. Acá adentro no es ningún día, pero afuera es domingo y yo tengo que volver al almacén. Ana Paula ya habrá cerrado y estará por dormir una siesta. A la tarde me quedo yo solo porque no viene casi nadie, pero hay que tener abierto. Siempre viene el que se quedó sin pan, o le falta manteca, pero más que nada aparecen los que llevan una cajita de vino y una lata de paté para la cena. Ana Paula aprovecha y va al cine, tal vez con alguna amiga, por lo general va sola. A mí el cine no me gusta. Aparte me parece una boludez gastar guita al pedo, si uno o dos años después dan la misma película en la tele, gratis.
¿Hablo yo o pasa un tranvía? Cuándo viste un tranvía, viejo? Hace más de cincuenta años que dejaron de pasar los tranvías. Son esas frases que quedan y uno las repite todo el tiempo. Pero si realmente pasara un tranvía sería algo excepcional, no te parece? A nadie le importaría si estás hablando o no, porque está pasando un tranvía, justamente. Sería algo maravilloso, tan maravilloso como que te curaras y volvieras ser el mejor papá de todos.
Antes de ir al negocio voy a ver a mi vieja. Todavía hay tiempo. Tengo que tocar el timbre porque dejó como siempre las llaves en la cerradura, con media vuelta puesta. Así se siente más segura. Vive con miedo. Pero es terca y no se quiere mudar con nosotros. Es por Ana Paula, yo sé. Dice que si no es capaz de darme un hijo ahora es porque no tiene planes a futuro conmigo. Ana Paula es joven todavía. Yo ya estoy promediando los cuarenta, no sé si estoy para empezar a cambiar pañales ahora. La verdad es que si hay alguien que no quiere hijos soy yo. Pero la verdad no es algo que se le pueda decir a la vieja.
En la cocina pico algo mientras mi madre busca unas cartas que llegaron durante la última semana. Son todas publicidades y algunas intimaciones de pago. No hay por qué alarmar a mamá, nunca le digo nada sobre estas cuestiones. Ya bastante tiene con el noticiero todo el día. Es casi lo único que mira. Tanto miedo le meten en la cabeza que por eso tuvimos que sacarla del almacén. Le tenía miedo a todos. Todos iban a robarle. Si era medio negrito no le abría. Si era muy rubio, tampoco, por las dudas que viniera algún negrito con él. Sólo dejaba pasar a las viejas que conocía del barrio. Y cuándo le dijimos que Ana Paula la reemplazaría, no nos habló por quince días. Bueno, a Ana Paula todavía mucho no le dirige la palabra.
-Si estuviera tu padre la echa sin más explicaciones.
-Papi no está muerto, mamá, está internado. Lo podés visitar cuando quieras, mal no le vendría.
-y vos podrías darme un nieto antes de que me muera.
¿Paso yo o habla un tranvía? El viejo con esclerosis múltiple, la vieja que quiere un nieto. No le importa si es con Ana Paula o con quien sea. El banco quiere cobrar. Todos quieren algo. Y yo qué? Qué quiero yo? Yo quiero que se vayan los chinos de enfrente. Eso quiero. Todo se me da vueltas.
Llego al almacén pasada las tres de la tarde. Todavía tengo más de una hora antes de reabrir el negocio. Hoy parece que los chinos no cerraron al mediodía. Se ve mucho movimiento. Ana Paula no durmió la siesta. Está a punto de salir para el cine.
-Hoy pasó Eduardo, dijo que si estabas a la tarde pasaba un rato.
-¿Y adónde querés que este, Ana, me estás jodiendo? Claro que voy a estar.
-Bueno, así me dijo Eduardo ¿Yo qué culpa tengo? Si estás de mal humor…
-Esperá, Ana. Tenés razón. Perdoname, estoy muy nervioso últimamente…y…
-Ultimamente estás muy pelotudo vos! No me esperes a cenar.
No Ana, últimamente no. Más bien soy un pelotudo siempre, que es distinto. Te pensas que no me doy cuenta? Te crees que yo quería llevar adelante este negocio del orto? Vivir atado de las pelotas noche y día. Pero este soy yo, un pelotudo consciente. Vos qué sos, eh? qué vendrías a ser, la mujer de un pelotudo, entonces? Por qué estás conmigo? Yo te elegí a vos porque rajabas la tierra, y te elegí después de encamarme con cuanta mina me diera bola, pero vos a mí qué me viste, decime? Por qué me hacés el aguante en este almacén? Yo no me puedo escapar, pero a vos quién te lo impide? Yo no me puedo escapar, no me puedo escapar. Mi viejo siempre tuvo el almacén, lo quería todo el barrio, y al abuelo también, con su bodeguita desde antes que se inventara el vino. Y el padre del nono con el despacho de pan en carreta. Todos nuestros antepasados vendieron algo de comer o de beber, todos. Es una tradición, parece. Lo llevamos en la sangre. Habrían vendido maná en el desierto, sal y azúcar en la edad media, ron a los piratas del Caribe. Yo mismo creo hubiera vendido a Diana comida para reptiles, si hubiera triunfado la invasión extraterrestre del cuarto planeta de la estrella Sirio (maldito Donovan!) Sin embargo, estoy atendiendo un almacén que no vende nada, compitiendo contra un ejército de chinos que venden todo, porque soy un pelotudo sin las pelotas suficientes para mandar todo al carajo.
Seis de la tarde. Llega Eduardo, mi amigo de toda la vida. Vivía frente al almacén. El viejo lo quería un motón, y él a mi viejo, por supuesto. ¿Quién no quería en el barrio a Don Angel? Un grande, el viejo, pobre. Eduardo ahora es periodista de espectáculos y no le va mal. Siempre fueron pobres. La familia de Eduardo, quiero decir. En realidad la familia eran él, su hermano Carlos y la mamá, Adriana. Padre no tuvo nunca. Ni en fotos lo conocía al padre. La vieja se las arreglaba para salir adelante. Mal no les fue. De los tres, Carlos es el único que sigue en el barrio. Es medio vago. De todos modos se la rebusca para atender la carnicería de los chinos. La madre se volvió a Entre Ríos después del 2001, ya había luchado bastante. Eduardo ahora vive en el Abasto, pero cada tanto se da una vuelta y charlamos un poco.
-¿Se puede pasar o hay restricciones para putos?
Ah, y es homosexual. No me parecía que venía al caso contarlo, pero ya que él lo menciona…
- Mientras no quiera manotear algún paquete ajeno, puede entrar. ¿Qué hacés, Edu, cómo anda eso, no laburas hoy?
-Hoy no, veo que vos tampoco…
-Te digo que estos chinos me van a fundir, sabés a cuánto venden el kilo de azúcar los desgraciados? No puedo competir, bueno, vos sabes, tu hermano les atiende la carnicería.
-A Carlos le alquilan el lugar, como una especie de concesión, los gastos de mercadería corren por cuenta suya. Viste que ellos de carne no entienden mucho…
Y con lo que te gusta la carne a vos, debes saber un montón…(creo que esto lo dije en voz alta, me parece… justo mientras está entrando doña Celia, y escuchó, seguro que escuchó, porque pega la vuelta y enfila rumbo a los chinos…ay Alberto, que pelotudo que sos)
-Mirá, las cosas que yo sé, mejor me las guardo
En el orto guardátelas, qué te dio ahora, pudor asumir lo que sos delante de doña Celia? Hablá, que se pudra todo.
-No veo por qué no podrías contarlas
-No vine a pelear
Sí, yo tampoco quiero pelear. No quiero pelear más. Ni con vos, ni con los chinos, ni con Ana Paula, ni con la vieja, ni tampoco contra la enfermedad del viejo. Me rindo, basta. Estoy cansado, vencido como un boxeador viejo. Agotado como los pozos de petróleo de la Patagonia. Arrasado como la mesa dulce de un casamiento griego. Perdido como un farmacéutico sin cutter. Venga un abrazo, Edu.
-Pero tampoco voy a permitir que me agredas gratuitamente. Quién mierda sos vos? Pensás que me podés decir cualquier cosa y yo te las tengo que aguantar porque les va mal y me da lástima? Sabés por qué les va así a ustedes ahora? Porque siempre se cagaron en la gente del barrio. Cuando no había otro almacén cobraban lo que querían. Traían lo que querían y lo vendían al precio que querían, porque no había otra cosa. Con pala la levantaron ustedes. Ahora a remarla. A ver si con la misma sonrisa y los chistes pelotudos de tu viejo conseguís que la gente te vuelva a comprar.
-Qué tenés que decir vos de mi viejo?
-Don Angel…buena pieza
-Hablá, pedazo de pelotudo
-Dejá, dejémoslo ahí a tu viejo
-Hablá, te digo. No me escuchas, qué mirás el piso? Hablá, me estás escuchando? Me estás escuchando? No tenés nada para decir, nada para decir. Por eso no decís nada. Hablá, te digo. Me oís? Habló yo o pasa un tranvía?
- Ya que insistís, te cuento que tu viejo, además de zarparse con los precios, le fiaba a todo el mundo
-Y eso qué tiene de malo?
- Llegaba fin de mes y algunos tampoco tenían plata.
-…
-como mi vieja, por ejemplo. Sabés cómo le pagaba mi vieja la cuenta?
Eduardo hace un gesto que no puedo reproducir. Pero si empujan con su lengua la parte de adentro de sus propios cachetes, ya se pueden dar una idea. ¿Qué mierda está diciendo?
-Yo los vi, Alberto. Te estoy hablando en serio. Tu viejo nos regalaba un Topolín, mi mamá me decía quedáte sentado en el escalón y cuidá a tu hermano que ahora vengo. Nos quedábamos ahí, en el escalón de la entrada. Ustedes se iban siempre con tu vieja a Pergamino a pasar una o dos semanas, te acordás? Yo era muy obediente, siempre le hacía caso a mamá. Bueno, resulta que una vez entré…
-…yo, no. Mi viejo…no…no…
-Tu viejo era un flor de hijo de puta
-Bueno, estás seguro de que era el viejo, digo: me acuerdo que algunas veces me convidabas empanadas…y nosotros carne no vendíamos… cómo conseguía la carne tu vieja, digo, a lo mejor el hijo de puta sos vos.
-Por lo menos no tengo una mujer que va todos los domingos al cine a ver la misma película…
-Qué mujer vas a tener vos? Quién te va…pará, qué estás diciendo? Qué querés decir?
-…
-Me estas jodiendo, Eduardo? Que hija de puta, no lo puedo creer!
-Yo los vi, Alberto. Te estoy hablando en serio. Bueno, no había Topolín, pero era una escena muy parecida a las que se podían ver aquí mismo en otros tiempos. Siempre que voy al cine voy al baño de hombres, estaba todo ocupado…a mi me da vergüenza hacer de parado. Entre el baño de hombre y de mujer había un cuartito que decía prohibido pasar. Bueno, resulta que esa vez entré…
Todas las estanterías del almacén se caen una a una sobre mí. Pronto comenzarán a desmoronarse las paredes. Estoy con la cabeza escondida entre los brazos. Estoy jodido. Estoy gastado, como la correa de un auto de quinta mano. Pero nada se mueve, nada se cae. Lo único que se acerca es la voz de Eduardo. Basta, Edu, no quiero enterarme nada más hoy. Eduardo te cagaría a trompadas, pero por lo menos fuiste sincero conmigo. Venga un abrazo, Edu.
Abrazo a Eduardo como si fuera la última vez que voy a verlo. En realidad, es la última. Los dos sabemos que no va a volver. Nos miramos fijos, hay aún algo de rencor en sus ojos. Me aprieta fuerte la mano antes de salir. Ya en el escalón de la entrada, se da vuelta por última vez.
-No fían.
-¿Qué cosa?
-Que no fían. Los chinos no les fían a nadie. Ni diez centavos te dejan de cobrar. Si queres ganarles en algo, ahí podés recuperarte la confianza del barrio, pensalo.
Le agradezco, le agradezco infinitamente. Hoy mismo le armo la valija a Ana Paula. Mañana voy a empezar a fiarle a la gente del barrio. Como hacía el viejo.
---------------------------****************************-------------------------------Y aquí venían unos titulitos en vídeo que soy incapaz de pegar...