¿Hablo yo o pasa un tranvía? Por qué repetís siempre la misma frase, viejo, la misma frase. Qué sentido tiene decir siempre lo mismo, siempre lo mismo. No te das cuenta de que a la vieja le hace mal verte así, y que por eso no viene? Y además, para qué te enfermaste, por qué te agarraste esta enfermedad de mierda que me obligó a internarte acá? Si eras fuerte como un roble, decías. En tu vida habías tomado una aspirina. Y para qué te hablo, para qué te hablo si no me entendes nada de lo que estoy diciendo.
-En el negocio está Ana Paula, quedate tranquilo. Mami está en la casa, no puede venir hoy, por eso vengo yo.
-¿Pero hablo yo o pasa un tranvía?
No me entiende. Para qué me gasto. La enfermera me pide siempre que no lo ponga nervioso. Hago lo que puedo. Ahora seguro que va entrar con el alboroto que está haciendo el viejo. Necesito que te pongas bien. Al final no resulté tan inteligente como esperabas que fuera. El almacén está un poco para atrás, sabés, y este geriátrico se está comiendo de a poquito todos los ahorros. Pero mami no te puede cuidar, yo no me di cuenta o envejeció de golpe, no sé. Voy a preguntar si por los dos me hacen algún descuento.
-¿Hablo yo o pasa un tranvía?
-Acuéstese, Don Angel. Acuéstese, por favor. Así, ahí está, muy bien, tranquilo, tranquilo. Ya está.
Qué pasta. No entiendo cómo lo hacen. Imagino que si fuera tu padre la cosa sería distinta. Ahora delicadamente me va a sugerir que me retire.
-Vaya yendo si quiere, Alberto. Enseguida se queda dormido.
Me imagino, si lo tienen todo el día medio drogado. Pero cómo hacen, si no? Si pudiera sacarte, viejo. Si volvieras a ser el mejor padre del mundo.
Beso al viejo como puedo, me abrocho la campera y le dejo una pequeña propina a Dora, una de las enfermeras que mejor trata a mi padre desde que está internado en este hogar. Acá adentro no es ningún día, pero afuera es domingo y yo tengo que volver al almacén. Ana Paula ya habrá cerrado y estará por dormir una siesta. A la tarde me quedo yo solo porque no viene casi nadie, pero hay que tener abierto. Siempre viene el que se quedó sin pan, o le falta manteca, pero más que nada aparecen los que llevan una cajita de vino y una lata de paté para la cena. Ana Paula aprovecha y va al cine, tal vez con alguna amiga, por lo general va sola. A mí el cine no me gusta. Aparte me parece una boludez gastar guita al pedo, si uno o dos años después dan la misma película en la tele, gratis.
¿Hablo yo o pasa un tranvía? Cuándo viste un tranvía, viejo? Hace más de cincuenta años que dejaron de pasar los tranvías. Son esas frases que quedan y uno las repite todo el tiempo. Pero si realmente pasara un tranvía sería algo excepcional, no te parece? A nadie le importaría si estás hablando o no, porque está pasando un tranvía, justamente. Sería algo maravilloso, tan maravilloso como que te curaras y volvieras ser el mejor papá de todos.
Antes de ir al negocio voy a ver a mi vieja. Todavía hay tiempo. Tengo que tocar el timbre porque dejó como siempre las llaves en la cerradura, con media vuelta puesta. Así se siente más segura. Vive con miedo. Pero es terca y no se quiere mudar con nosotros. Es por Ana Paula, yo sé. Dice que si no es capaz de darme un hijo ahora es porque no tiene planes a futuro conmigo. Ana Paula es joven todavía. Yo ya estoy promediando los cuarenta, no sé si estoy para empezar a cambiar pañales ahora. La verdad es que si hay alguien que no quiere hijos soy yo. Pero la verdad no es algo que se le pueda decir a la vieja.
En la cocina pico algo mientras mi madre busca unas cartas que llegaron durante la última semana. Son todas publicidades y algunas intimaciones de pago. No hay por qué alarmar a mamá, nunca le digo nada sobre estas cuestiones. Ya bastante tiene con el noticiero todo el día. Es casi lo único que mira. Tanto miedo le meten en la cabeza que por eso tuvimos que sacarla del almacén. Le tenía miedo a todos. Todos iban a robarle. Si era medio negrito no le abría. Si era muy rubio, tampoco, por las dudas que viniera algún negrito con él. Sólo dejaba pasar a las viejas que conocía del barrio. Y cuándo le dijimos que Ana Paula la reemplazaría, no nos habló por quince días. Bueno, a Ana Paula todavía mucho no le dirige la palabra.
-Si estuviera tu padre la echa sin más explicaciones.
-Papi no está muerto, mamá, está internado. Lo podés visitar cuando quieras, mal no le vendría.
-y vos podrías darme un nieto antes de que me muera.
¿Paso yo o habla un tranvía? El viejo con esclerosis múltiple, la vieja que quiere un nieto. No le importa si es con Ana Paula o con quien sea. El banco quiere cobrar. Todos quieren algo. Y yo qué? Qué quiero yo? Yo quiero que se vayan los chinos de enfrente. Eso quiero. Todo se me da vueltas.
Llego al almacén pasada las tres de la tarde. Todavía tengo más de una hora antes de reabrir el negocio. Hoy parece que los chinos no cerraron al mediodía. Se ve mucho movimiento. Ana Paula no durmió la siesta. Está a punto de salir para el cine.
-Hoy pasó Eduardo, dijo que si estabas a la tarde pasaba un rato.
-¿Y adónde querés que este, Ana, me estás jodiendo? Claro que voy a estar.
-Bueno, así me dijo Eduardo ¿Yo qué culpa tengo? Si estás de mal humor…
-Esperá, Ana. Tenés razón. Perdoname, estoy muy nervioso últimamente…y…
-Ultimamente estás muy pelotudo vos! No me esperes a cenar.
No Ana, últimamente no. Más bien soy un pelotudo siempre, que es distinto. Te pensas que no me doy cuenta? Te crees que yo quería llevar adelante este negocio del orto? Vivir atado de las pelotas noche y día. Pero este soy yo, un pelotudo consciente. Vos qué sos, eh? qué vendrías a ser, la mujer de un pelotudo, entonces? Por qué estás conmigo? Yo te elegí a vos porque rajabas la tierra, y te elegí después de encamarme con cuanta mina me diera bola, pero vos a mí qué me viste, decime? Por qué me hacés el aguante en este almacén? Yo no me puedo escapar, pero a vos quién te lo impide? Yo no me puedo escapar, no me puedo escapar. Mi viejo siempre tuvo el almacén, lo quería todo el barrio, y al abuelo también, con su bodeguita desde antes que se inventara el vino. Y el padre del nono con el despacho de pan en carreta. Todos nuestros antepasados vendieron algo de comer o de beber, todos. Es una tradición, parece. Lo llevamos en la sangre. Habrían vendido maná en el desierto, sal y azúcar en la edad media, ron a los piratas del Caribe. Yo mismo creo hubiera vendido a Diana comida para reptiles, si hubiera triunfado la invasión extraterrestre del cuarto planeta de la estrella Sirio (maldito Donovan!) Sin embargo, estoy atendiendo un almacén que no vende nada, compitiendo contra un ejército de chinos que venden todo, porque soy un pelotudo sin las pelotas suficientes para mandar todo al carajo.
Seis de la tarde. Llega Eduardo, mi amigo de toda la vida. Vivía frente al almacén. El viejo lo quería un motón, y él a mi viejo, por supuesto. ¿Quién no quería en el barrio a Don Angel? Un grande, el viejo, pobre. Eduardo ahora es periodista de espectáculos y no le va mal. Siempre fueron pobres. La familia de Eduardo, quiero decir. En realidad la familia eran él, su hermano Carlos y la mamá, Adriana. Padre no tuvo nunca. Ni en fotos lo conocía al padre. La vieja se las arreglaba para salir adelante. Mal no les fue. De los tres, Carlos es el único que sigue en el barrio. Es medio vago. De todos modos se la rebusca para atender la carnicería de los chinos. La madre se volvió a Entre Ríos después del 2001, ya había luchado bastante. Eduardo ahora vive en el Abasto, pero cada tanto se da una vuelta y charlamos un poco.
-¿Se puede pasar o hay restricciones para putos?
Ah, y es homosexual. No me parecía que venía al caso contarlo, pero ya que él lo menciona…
- Mientras no quiera manotear algún paquete ajeno, puede entrar. ¿Qué hacés, Edu, cómo anda eso, no laburas hoy?
-Hoy no, veo que vos tampoco…
-Te digo que estos chinos me van a fundir, sabés a cuánto venden el kilo de azúcar los desgraciados? No puedo competir, bueno, vos sabes, tu hermano les atiende la carnicería.
-A Carlos le alquilan el lugar, como una especie de concesión, los gastos de mercadería corren por cuenta suya. Viste que ellos de carne no entienden mucho…
Y con lo que te gusta la carne a vos, debes saber un montón…(creo que esto lo dije en voz alta, me parece… justo mientras está entrando doña Celia, y escuchó, seguro que escuchó, porque pega la vuelta y enfila rumbo a los chinos…ay Alberto, que pelotudo que sos)
-Mirá, las cosas que yo sé, mejor me las guardo
En el orto guardátelas, qué te dio ahora, pudor asumir lo que sos delante de doña Celia? Hablá, que se pudra todo.
-No veo por qué no podrías contarlas
-No vine a pelear
Sí, yo tampoco quiero pelear. No quiero pelear más. Ni con vos, ni con los chinos, ni con Ana Paula, ni con la vieja, ni tampoco contra la enfermedad del viejo. Me rindo, basta. Estoy cansado, vencido como un boxeador viejo. Agotado como los pozos de petróleo de la Patagonia. Arrasado como la mesa dulce de un casamiento griego. Perdido como un farmacéutico sin cutter. Venga un abrazo, Edu.
-Pero tampoco voy a permitir que me agredas gratuitamente. Quién mierda sos vos? Pensás que me podés decir cualquier cosa y yo te las tengo que aguantar porque les va mal y me da lástima? Sabés por qué les va así a ustedes ahora? Porque siempre se cagaron en la gente del barrio. Cuando no había otro almacén cobraban lo que querían. Traían lo que querían y lo vendían al precio que querían, porque no había otra cosa. Con pala la levantaron ustedes. Ahora a remarla. A ver si con la misma sonrisa y los chistes pelotudos de tu viejo conseguís que la gente te vuelva a comprar.
-Qué tenés que decir vos de mi viejo?
-Don Angel…buena pieza
-Hablá, pedazo de pelotudo
-Dejá, dejémoslo ahí a tu viejo
-Hablá, te digo. No me escuchas, qué mirás el piso? Hablá, me estás escuchando? Me estás escuchando? No tenés nada para decir, nada para decir. Por eso no decís nada. Hablá, te digo. Me oís? Habló yo o pasa un tranvía?
- Ya que insistís, te cuento que tu viejo, además de zarparse con los precios, le fiaba a todo el mundo
-Y eso qué tiene de malo?
- Llegaba fin de mes y algunos tampoco tenían plata.
-…
-como mi vieja, por ejemplo. Sabés cómo le pagaba mi vieja la cuenta?
Eduardo hace un gesto que no puedo reproducir. Pero si empujan con su lengua la parte de adentro de sus propios cachetes, ya se pueden dar una idea. ¿Qué mierda está diciendo?
-Yo los vi, Alberto. Te estoy hablando en serio. Tu viejo nos regalaba un Topolín, mi mamá me decía quedáte sentado en el escalón y cuidá a tu hermano que ahora vengo. Nos quedábamos ahí, en el escalón de la entrada. Ustedes se iban siempre con tu vieja a Pergamino a pasar una o dos semanas, te acordás? Yo era muy obediente, siempre le hacía caso a mamá. Bueno, resulta que una vez entré…
-…yo, no. Mi viejo…no…no…
-Tu viejo era un flor de hijo de puta
-Bueno, estás seguro de que era el viejo, digo: me acuerdo que algunas veces me convidabas empanadas…y nosotros carne no vendíamos… cómo conseguía la carne tu vieja, digo, a lo mejor el hijo de puta sos vos.
-Por lo menos no tengo una mujer que va todos los domingos al cine a ver la misma película…
-Qué mujer vas a tener vos? Quién te va…pará, qué estás diciendo? Qué querés decir?
-…
-Me estas jodiendo, Eduardo? Que hija de puta, no lo puedo creer!
-Yo los vi, Alberto. Te estoy hablando en serio. Bueno, no había Topolín, pero era una escena muy parecida a las que se podían ver aquí mismo en otros tiempos. Siempre que voy al cine voy al baño de hombres, estaba todo ocupado…a mi me da vergüenza hacer de parado. Entre el baño de hombre y de mujer había un cuartito que decía prohibido pasar. Bueno, resulta que esa vez entré…
Todas las estanterías del almacén se caen una a una sobre mí. Pronto comenzarán a desmoronarse las paredes. Estoy con la cabeza escondida entre los brazos. Estoy jodido. Estoy gastado, como la correa de un auto de quinta mano. Pero nada se mueve, nada se cae. Lo único que se acerca es la voz de Eduardo. Basta, Edu, no quiero enterarme nada más hoy. Eduardo te cagaría a trompadas, pero por lo menos fuiste sincero conmigo. Venga un abrazo, Edu.
Abrazo a Eduardo como si fuera la última vez que voy a verlo. En realidad, es la última. Los dos sabemos que no va a volver. Nos miramos fijos, hay aún algo de rencor en sus ojos. Me aprieta fuerte la mano antes de salir. Ya en el escalón de la entrada, se da vuelta por última vez.
-No fían.
-¿Qué cosa?
-Que no fían. Los chinos no les fían a nadie. Ni diez centavos te dejan de cobrar. Si queres ganarles en algo, ahí podés recuperarte la confianza del barrio, pensalo.
Le agradezco, le agradezco infinitamente. Hoy mismo le armo la valija a Ana Paula. Mañana voy a empezar a fiarle a la gente del barrio. Como hacía el viejo.
---------------------------****************************------------------------------- Y aquí venían unos titulitos en vídeo que soy incapaz de pegar...
Gracias Francesc!Qué groso! Me da mucha alegría que hayas colgado esto en tu blog. Es como si permitieran exhibir una prenda en Bloomingdale's o en Sita Murt! Ni bien publiquen los que faltan largamos con otro?
ResponEliminaYa dije que los colgaría todos, para empezar, pero es que tu texto es magnífico. Vaya, recién pasé hace unos minutos por la tienda de Sita Murt en Mallorca/Rambla Catalunya, y ya recordé tu comentario. Como os digo; espero propuestas, y Quién y Talita, si los astros quieren que acaben, ya dirán lo suyo.
EliminaGracias por leer y comentar, a tí !!
Qué buen relato, Villacresporker. Vamos, estamos varios, hay que seguir, presionar la imaginación, sangrar las páginas, revolucionar las estructuras narrativas, quemar las pestañas, gastar la tinta... Vamos, que se me acabaron las frases, pero la idea está puesta
ResponEliminaEn algún momento escribiré una carta al gordo Casciari para explicarle el experimento. A ver si nos cede un rinconcito en el número 9 o 10.
EliminaLos titulitos en vídeo que menciona F. pueden verse en el blog de Villacresporker. Vale la pena, me parece. Él mismo, además, pedía que no se los omitiera.
ResponEliminaPor otra parte, en el clip "aparece" Francesc, muy favorecido.
¡Saludos!
Lo sé: de ahí mi mención, pero no hay manera de colgarlo !! por lo menos yo no sé !!
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