dissabte, 24 de desembre del 2011

EL GORDO ACABA EN OCHO

Cuanto tiempo hay que alargar una excelente serie para que no deje de serlo?. En qué punto exacto es oportuno decir "basta"?. Tengo dos cosas claras : los ingleses se pasan de pronto, los americanos se pasan de tarde (las series españolas se pasan de tardísimo, especialmente las que causan severos daños). Los ingleses se sacuden las series en dos temporaditas de escasos y cortos capítulos en las que apenas llegas a intuir ciertos personajes.
Las dos referentes inigualadas en series de perfil dramático (The Sopranos y The Wire) se saldaron con 6 y 5 temporadas respectivamente, abandonando (qué otra palabra lo describe mejor) a sus audiencias en sus cúspides totales de calidad.
En el pelotón de la comedia las cuentas no están cerradas: de mis absolutas 4 favoritas, tres permanecen en antena aún (Modern Family, 3, The Big Bang Theory, 5, The Office, 8) y Entourage ha echado el cerrojo con una octava temporada de ocho capítulos, como si de un equipo de producción supersticiosamente chino se tratara. El final de Entourage quizás no fue todo lo apoteósico que uno hubiese esperado (sin spoilers : pensé que algún último giro lleno de crueldad acabase con la vida de uno o más de los protagonistas). The Office parece que pueda acabar también en una octava temporada que actualmente estoy viendo, de una manera desordenada y anárquica (mezcla de la impaciencia que tengo por verla y el caprichoso orden en que se completan las descargas en mi emule). The Office sin Steve Carell no acaba de ser lo mismo. El binomio de personajes Michael Scott/Dwight Schrute era un centro de equilibrio en la trama que costará restablecer, por empaque que tengan los actores (p.e. James Spader, Kathy Bates) con que se pretenda compensarlo. La séptima temporada, con la despedida del personaje, fue tan desmedida en lo bizarro de algunos capítulos como en el tono emocional. Imposible abstraerse de ello para los muy fieles. Siete temporadas son muchas, y no hablamos de las escuetas temporadas británicas, hablamos de cerca de 200 capítulos conviviendo con el personaje creado por Carell. Jefe patético, poco ortodoxo, de salidas extravagantes y reacciones emocionalmente esquizoides, cualquiera relacionado con el mundo del trabajo en un despacho encuentra en los personajes de The Office patrones fácilmente reconocibles en el mundo de las corporaciones de tamaño mediano, esas que tienen centrales y sucursales rentables y no tanto: el compañero trepa, la compañera que trabaja para no aburrirse a pesar de tener la vida resuelta, aquel cuyo talento compensa su escasa formación, aquel cuyo formación convierte en el iluminado de turno, el chalado que vive intensamente la empresa, aquel de la punta que nadie sabe a ciencia cierta qué hace, aquel en la otra que se sabe a ciencia cierta que no hace más que esperar plácidamente su jubilación, el topo que todas las centrales sitúan con efectos intimidatorios. Comerciales escaqueados, comerciales apoltronados, comerciales desesperados. Casi 200 episodios dan para mucho, y hay que disculpar que en medio de toneladas de mala gaita (porque hay mucha mala gaita volcada) se haya escapado alguna cucharada de azúcar en la relación de Pam y Jim o en la propia historia de Michael y Holly (detonante con el cual los guionistas parece que finalmente cuadran la salida de Carell).
Steve Carell, actor al que el tardío triunfo ha llegado pasados los 40, supongo que ha optado por no quemar definitivamente su carrera, aunque sus pinitos en el cine (Little miss sunshine, Vírgen a los 40, y Superagente 86) han sido recibidos a un nivel más bién minoritario. No sé que es lo que ha pasado por su cabeza, pues la desaparición de su personaje hará, casi seguro, que la serie precipite su final. El mismo Ricky Gervais se lo ha recriminado, consciente de los pingües beneficios que la serie reportaba a su cuenta corriente. No podemos saberlo, como él mismo diría, no disponemos de la tecnología necesaria.


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