Uh. Los nombres de raigambre europea. Cómo nos gustan y cuántas cosas de rancio abolengo nos evocan y qué sofisticado resulta ajustar la pronunciación o simplemente saberlos escribir correctamente. Y cuando éstos se unen con guiones, cuando resultan evocadores de rótulos esculpidos en chapa de metal y colgados en el vestíbulo de algún elegante edificio, donde un esforzado conserje en traje oscuro les saca brillo con frecuencia. Price Waterhouse. Coopers Lybrand. Suenan a nobleza, tienen aires de castillo entre bosques y montañas, ecos de jardines ennoblecidos por estatuas y fuentes. Uno imagina sedes ubicadas en villas donde se accede en coche y donde todo el mundo tiene aspecto sano y limpio. Hachette-Filipacchi, House-Mondadori, Condé-Nast. Esta última es la culpable de este post. Su poderío económico ha servido para que una de las únicas y por tanto últimas referencias de la información musical independiente deje de serlo. Nótese el uso de la palabra "información " en vez de la palabra "prensa". Y el medio adquirido es Pitchfork. Una indiscutible referencia para los cuatro gatos (que resultamos ser algunos más) que aún albergamos esperanzas de que surja alguna música que sea nueva y nos permita experimentar viejas sensaciones. Para los que nos negamos a que el algoritmo de Spotify nos sugiera y nos entregue cualquier pastiche que lo único que hace es parecerse a los originales que nos fascinan. A raíz de esa complicada e imagino que suculenta operación supongo que cuatro entusiastas amigos que fundaron la web con el entusiasmo de un fan y la vieron progresar hasta ser lo que es hoy se deben haber llenado los bolsillos, seguro que han firmado claúsulas impidiendo que vuelvan a renacer bajo otra guisa y le estropeen a los de Condé-Nast el teórico negociazo que debería suponer infiltrarse en la cúspide de los gustos. Odio que Pitchfork dedique espacio aún subgénero musical que detesto como es el black metal. Ese espacio podría dedicarlo a algún estilo de los que a mí me seducen más. Pero me encanta Pitchfork por ese mismo motivo. Porque el concepto de dedicar espacio relevante a un subgénero es la base de la libertad de un medio. Es la garantía de que ese medio no funciona por un interés descaradamente mercantilista y eso es mejor, es más saludable que saber que vas a leer sobre los discos y los artistas que ya te gustan y que el resultado va a ser recrearse eternamente en territorio conocido.
De momento la gente de Condé-Nast se ha apresurado a insertar su firma en sitios preferentes de la página, un sobrio y elegante rótulo que parece ejercer funciones de irónica y educada despedida, más cuando el lector al que se dirige acabe de leer una reseña de un disco de hip-hop hasta los topes de proclamas misóginas o uno de black metal con la portada llena de cadáveres de adolescentes empalados. Seguro que Pitchfork sigue siendo una referencia, seguro que Condé-Nast sabrá cómo proteger su inversión. Pero va a ser inevitable que, durante un cierto tiempo, la sombra de la sospecha gravite, amenazadora, sobre ella.
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