Oh vamos. No es que yo pretenda poner en duda cualquier iniciativa que se ponga en marcha. No es, desde luego, que desde un rincón donde pocas cosas se ponen en marcha últimamente uno opte por la actitud de la crítica por la crítica. Pero, como catalán e independentista convencido, me pregunto qué, qué coño pretendemos que aporte a la causa la cuestión de reunir a unos cuantos músicos en el Camp Nou para proclamar lo que ya sabemos y, peor, otros ya saben que proclamaremos. Joder, menudos movimientos obvios, menudas estratagemas de pacotilla que nos da por diseñar. Ah. Que no lo diseñamos, que todo es generación espontánea y veu d'un poble y patatín patatán. Vaya tela.
Me veo esta mañana, despertándome en dos fases: el despertar de quien está acostumbrado a madrugar los días laborables. A las seis abro los ojos y a las seis y cinco vuelvo a cerrarlos. Cuando vuelvo a despertar, pasadas dos horas y media, sólo recuerdo que he soñado con que estaba viendo una carrera de F1 y Rajoy conducía un monoplaza. Eso sí es un señor sueño. Como estoy releyendo a Houellebecq, renuncio a usar el psicoanálisis para averiguar cómo eso ha llegado a mi cerebro. La F1, que me adormece, y Rajoy, cuyo nombre hace que me den ganas de consultar por internet las vacantes en organizaciones terroristas. Más, encima, Wert en el blog de Talita. Ya estamos todos.
Me veo esta mañana, mirando los tweets de la noche y colgando un tweet sobre este concierto. Me veo pensando en qué sentido tiene más que el de la tormenta perfecta para que los de @apuntem llenen más sus ya nutridas bases de datos.
Esta es la situación. Cerca de diez meses después de la Diada que tenía que cambiarlo todo, lo único que parecen sugerir las encuestas es que el electorado se ha radicalizado en su mensaje independentista. Aventuro que no es difícil prever que es un proceso que irá a más. Cada nuevo votante que se incorpora accediendo a la edad de votar es un joven normalmente consciente de que la perspectiva actual es funesta para su futuro. Por el otro lado, cada votante que se va al otro barrio es normalmente una persona que ha vivido una guerra, una postguerra, situaciones a las que no desea volver y que los medios de comunicación más habituales se empeñan en situar como un horizonte posible en caso de que una secesión abocase a una confrontación. Respecto a las edades intermedias, el azote del paro, de los recortes, de las bajadas salariales, de las políticas contra la población, no hace más que confirmarles día a día que cualquier situación diferente es mejor que la actual.
Pero para constatar eso no hace falta un concierto. El concierto, sobre cuyo impacto económico no pienso elucubrar, solo servirá para que canten los de siempre (con una transversalidad, ejem, artística, que me pone los pelos de punta), que lo escuchen los de siempre, que lo retransmitan los de siempre y que lo critiquen los de siempre. Nosotros pensaremos ladran, luego cabalgamos. Ellos pensarán, ladran, luego cabalgamos. Sin pretender azuzar para nada ningún tipo de descabellado plan armado, los bandos están formados ya. Puede que algunos no hayan decidido de qué lado están, puede que estén negociando los términos de su incorporación. Pero no hace falta conciertos para mostrarlo. Las banderas en los balcones hay que lavarlas para que nadie las tome por un trapo olvidado. La hoz tiene que estar afilada. Nada de celebraciones fatuas que no aportan nada ya. Ni comuniones multitudinarias ni subidas a montañas emblemáticas ni desfiles nocturnos por vías principales, ni campañas institucionales en el extranjero. A ver si vamos teniéndolo claro, que si les da igual lo que se vote o por lo que se manifiesten millones de personas, qué es lo que van a pensar de cuatro tipos (¡Gerard Quintana!, ¡Dyango!) subidos en un escenario diciéndole a la gente que extienda banderas, pero que no encienda mecheros, que las banderas fabricadas en China prenden con facilidad, y que el Camp Nou es nuestra otra catedral.
Salgamos a bailar. Ya.