dilluns, 9 de juliol del 2012

LOS JUEGOS DEL HAMBRE

El grueso de la sociedad dirá que quien está encerrado motivos tiene para estarlo. Otros diremos que puede que fuera haya gente que, mereciendo estar en la cárcel, ha tenido más suerte, o mejores abogados. En cualquier caso, me parece algo injusto y perverso y arbitrario que una medida de ahorro que se haya tomado sea eliminar la merienda a los internos en las cárceles. Puede que la cosa se preste para sonrisas socarronas y para estampas grotescas de duros tipos tatuados frente a platos de leche con galletas, en una suerte de oscura regresión stendhaliana. Pero es un juego ventajista, una medida excesivamente fácil pues está claro que los afectados pocas oportunidades tendrán de mostrar su protesta o manifestarse. La Vanguardia, hace unos días, ilustra la noticia con una curiosa foto del brazo de un preso preparando comida en un horno. Se supone que es un preso que trabaja en la cocina y, también, que no mostrar su cara es una manera de preservar su intimidad. Como si el tatuaje de gran tamaño y características peculiares que luce en el codo y el antebrazo no bastaran. Claro que aún no ha salido ninguna ley para pixelar tatuajes, equiparándolos a otros signos identitarios de los individuos. Algunos dirían que permitir esa foto puede ser un mensaje cifrado (aquellos excesivamente avezados en géneros policíacos), otros que es un guiño a la calle, otros que es un mero descuido. A mí me ha recordado vagamente cierto tema que me da vueltas a la cabeza para una eventual nueva propuesta como lo fue Comida para reptiles., pero no: ahora le toca a otros proponer y a los demás (que me incluya a mí) jugar a ese juego curioso de desarrollar una historia sobre un argumento. De hecho, un hipotético post con mi feedback sobre el tema anda en mi cabeza, junto a otros, pero no estoy para entregarme al puro ensayo. 
Los presos no merendarán en este estado español y, como el hambre es muy traicionera (combinada con el aburrimiento, más, cuantos no acudimos a la nevera en esas largas tardes de domingo), igual los presos emplean esa media horita de relax en que ingerían el bollo, o el bocadillo/empaderado/refuerzo/sandwich, para trazar planes rocambolescos de huida (con paradas en bares o pastelerías) o para comprobar que los pinchos que emplean para ajustar cuentas en el patio están convenientemente afilados.
Los presos se tatúan también por aburrimiento y para señalizar su cuerpo conforme al grupo en el cual se encuadran. Dicen, que una antigua función de los tatuajes presidiarios era ocultar las marcas de las agujas hipodérmicas con que se inyectaban droga. Los presos son lo que nuestra sociedad esconde porque no es agradable para ver o para convivir. Esto no es un artículo de La Farola y sí, ciertas cabras siempre tiran al monte. Pero esa decisión es tan sencilla y perversa como rastrera y humillante. Lo escribo desde un puesto en internet de un hotel, flanqueado de máquinas de vending que, si me apetece y dispongo de unas monedas, mitigarán mi hambre o mi sed en cuanto acabe de escribir aquí.
Un gobierno, el español, siempre atento a los más débiles.

6 comentaris:

  1. Al respecto me quedaré con una frase de un profesor mío: la única diferencia entre ustedes (los presos) y yo, es que a mí todavía no me han trincado!
    Abrazo Amigo1

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  2. Acá en Buenos Aires, al Hospital Borda (destinado a los locos), le han cortado el gas. En épocas de frío, no contar con gas implica morirse de frío. El maltrato a los débiles no es una cuestión local.

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    Respostes
    1. La cuestión es si es un corte técnico o un ahorro como se ha hecho en España. Un desastre, y los mismos políticos mandando pase lo que pase.

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    2. Creo que es aún peor que eso, la idea es que al no ser productivos, no sirven, entonces se deben eliminar. Por supuesto, de forma burocrática, para que no se note. El problema viene de hace tiempo y hasta hoy no está resuelto. Falta voluntad política, planificación para actuar en conjunto (entre Nación y Provincia) y dejar de pensar en la gente como gasto.

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    3. Producir o no producir. A eso se limita todo: no sé ya si la Tierra no es un planeta sino una granja.

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