Karim Issar es un joven qatarí que viaja a Estados Unidos para integrarse en la cúpula de la enorme empresa para la que trabaja desarrollando software.
Karim Issar es un apasionado de la matemática: del cálculo intrincado y de los algoritmos y esas cosas que a muchos le suenan a chino. Él ha introducido la lógica matemática en muchos aspectos de su vida: del campo profesional hasta sustraerse a los más cálculos más complejos, prácticamente por entretenimiento, calcula las pelotas que caben en un camión, la satisfacción sexual, el alcohol a ingerir para que no afecte a su sobriedad.
Obviamente, es un genio en su campo y en la Corporación para la que trabaja, una de esas mega corporaciones capitalistas que tiene tentáculos en cualquier cosa que huela a dinero, no tardan en enterarse.
Pero los intereses de Karim y los de Derek Schrub, capo cuyo apellido, como cualquier capo que se precie, da nombre a su empresa, no convergen tanto como parece.
Teddy Wayne es uno de esos autores noveles que acapara cierta repercusión. Neoyorquino, que, ya dije alguna vez, (dije tantas cosas, ya dije alguna otra vez), es un origen geográficamente especialmente adecuado para escritores noveles. Kapitoil es su primera novela, después del, parece ser, casi obligatorio periplo en forma de artículos y relatos cortos por publicaciones de prestigio en la Gran Manzana (nótese: lo de la Gran Manzana tiene un ligerísimo tono irónico, que intento recalcar con el uso de la cursiva).
Está claro que Wayne debe su escritura a muy diversas fuentes, no sólo a su admiración por Steinbeck o Fitzgerald, que homenajea en su texto.
Diría también que Wayne tiene influencias visibles: las de un Easton Ellis sin sexo explícito, excesos tóxicos y fiestas de madrugada (muchos se preguntarán que queda de Easton Ellis entonces), y algunas otras no tan visibles pero que me remiten a algunos de los autores contemporáneos que he leído últimamente, con resultados diversos: Bazell, Egan, algún otro. No sé si hablar de generación, no sé si algún pesado ya habrá acuñado conceptos como la e-literatura, influida por el uso cotidiano de la alta tecnología. Decir que esta novela es rabiosamente contemporánea es un cliché en que es fácil caer. Intercalado de diálogos, texto, y e-mails que, aquí, como en otras novelas, abren una tercera vía a camino entre la narración y el diálogo. La temática del ciudadano árabe en USA, en una USA pre 11-S, pero ya, ahí, la semilla del musulmán moderado pero incomprendido, y el ajuste de sus costumbres en el día a día de la Gran Manzana (nótese: lo de la Gran Manzana tiene un ligerísimo tono irónico, que intento recalcar con el uso de la cursiva).
Diría que el libro se lee rápido y cómodo, lo cual me deja siempre con ese regustillo snob de si, con la promoción y la distribución adecuada, no hablaríamos de que bestsellerea. De que, en cierto momento, te das cuenta de que cuando el autor pretende ser más literario, te parece que la trama flaquea o se ralentiza. Que ya está bien con un ritmo rápido y trepidante, que no hace falta entretenerse en meandros del idioma.
Lo que no me queda muy claro es la intención de Wayne: no sé si Kapitoil se sitúa en 1999 para advertirnos de que ese leve choque cultural era un fideo más en la olla del choque entre civilizaciones que se atisbaba en el horizonte. No sé si está teñido de un cierto mensaje moral contra el capitalismo, advirtiendo de que los corderos dejan de serlo para desaparecer definitivamente, a medida que nos acercamos a la cumbre. No sé si esa algo light historia de amor es un aderezo o un segundo centro (justo, justo, ayer que parecía ir yo a cantar All you need is love). Tampoco comprendo el contrapeso, finalmente determinante, de su relación con su familia en Qatar. Me da la impresión de que algo más de visceralidad (cosa que las notas de contraportada parecían prometer) hubiese ido bien aquí, para superar esa especie de 7,1/10 que, contagiado por la manía del protagonista, acabo concediéndole algo a regañadientes.
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