- Chinos de mierda
-¡No hables así!
-¿Nochis de damier? ¿así es mejor?
-¡No! Porque no se trata de insultar a la gente por su origen ni estigmatizarlos.
-Tenés razón, ¡chinos de mierda!
-Eres un imbécil
-Y vos sos la chica políticamente correcta ¿no? A vos no te importa si ellos funcionan como una mafia. Entran al país pagando a quién sabe, reciben un negocio de quién sabe y trabajan de lunes a lunes de siete a veintitrés para pagar la deuda. Seguramente las ganancias las empezarán a ver sus hijos o sus nietos.
-Ahora decime también que se comen a los perros, tus prejuicios son los mismos que tienen toda la clase media. Típica cultura de tapa de periódico.
-No, no se comen a los perros, no. Pero jamás vi un chino muerto, y tampoco un funeral de ellos.
-¿Qué insinuás Claudio?
-Yo no insinúo nada, lo digo abiertamente: canibalismo
-¡¡Sos un animal!!
-Y vos tenés el prejuicio inverso: cultura milenaria, respeto por el otro… bah! Vos elegís ver la filosofía de Confucio y yo la plaza de Tiananmen.
-¿O sea que ahora ya no sos determinante, ahora estás con que todo es relativo? ¡Dejate de joder! ¿Cuál es el plan? ¿Tenés alguno?
-No, simplemente miro como la gente que es como yo y se queja de ellos entran y compran ahí sin siquiera mirar la fecha de vencimiento de lo que se llevan.
-Ah si? ¿vos no estabas cambiando las etiquetas del jamón en fetas el otro día?
-Por qué no te vas a la mierda un rato? ¿De qué lado estás?
Francesca se va y me deja solo en el local. Mis viejos me dejaron esta tienda para que, por fin, pusiera en práctica todas esas ideas que tantas veces le propuse a mi padre sin éxito. Él siempre siguió con su forma clásica de llevar el negocio. Y llegó la década del ochenta y los supermercados y comenzó el declive. Y después, cuando la gente regresó al negocio de toda la vida llegaron ellos con sus precios bajísimos. Ahora todo cambiará, después de varios puñetazos sobre la sobremesa del domingo y después de las lágrimas de mamá y de que el viejo se rindiera, después de todo eso, ahora soy dueño de local y me toca intentar ganarles a los chinos.
Sonríen los hijos de puta…. Sonríen y miran de soslayo hacia aquí. Saben que me queda poco tiempo. No venden cosas chinas, venden las cosas que consumimos nosotros, el agua mineral de siempre, el jamón, el pan, el tomate y el papel higiénico. Toda la cadena desde el desayuno hasta la revista en el baño. Venden mi cultura y la venden a otros como yo. Saben que me voy a pique. Saben que toda la economía se va a la mierda, saben que ellos son el presente y el futuro. Ganan por prepotencia, por cantidad. Una sola provincia china de cien millones de personas son dos países muy poblados. Ellos mandan. Ellos y su Plan de Migración, ya son una avanzada de doscientos millones en todo el planeta. Ellos venden lo de ellos y también lo de nosotros, venden para ellos y también para nosotros. Tintorerías primero y alquileres de videocasetes, después los restaurantes vegetarianos y después abiertamente chinos. Y ahora, casi enfrente de mi negocio, tienen su maldita tienda llenas de vestiditos para niñas, juguetes de plástico, fiambres, refrescos, helados portarretratos y toallas. Y en la planta alta la peluquería, la estética y los masajes…
Pues a la mierda con el tema de la comida, me digo, un cambio total del asunto. Le voy a hacer caso al catalán que me dejó el teléfono de la Asesoría Para Pequeños Negocios Occidentales. Los llamaré y veré cuanto me sale cambiarle la cara a todo esto…
Quince días y el cambio es total. Cortinados espesos y llamativos, luces cálidas, barra de madera oscura y contra el espejo se acumulan los licores. Sobre mi escritorio se apilan los controles remotos. Control para correr y descorrer cortinados, control para potencia de luces, control para volumen y temática de la música y finalmente control para la emisión de las imágenes de las pantallas en los gabinetes. El cambio es realmente increíble, mis padres estarían orgullosos de mi. Gasté todo lo ahorrado en la transformación. El cartel de “Almacén Horacio” queda como un recuerdo en el desván de mi casa. Ahora los neones amarillos y rojos anuncian al barrio, al mundo y a mis vecinos de enfrente que no me voy a dejar atropellar. El cartel se enciende e ilumina toda la calle: “Masajes Orientales”.
Sonrío con satisfacción. “ahora van a ver” susurro imitando la sonrisa que le vi hacer a Jack Nicholson en la película Chinatown. Repaso la lista de bebidas y los precios, también la lista de masajes:
*Masaje Maracaná (50 euros) (un exquisito masaje que te dejará sin palabras y con la sensación de no entender que es lo que te ha pasado)
* Masaje de Oro (81 euros) (Sensual masaje 2x1… sin palabras)
* Masaje Olímpico (24 / 28 euros) Masaje exhaustivo con copa de frutas o cerveza holandesa
Comida para reptiles, me digo… Tipos de más de cinco décadas, tirados en una camilla bajo lámparas de calor, con los ojos fijos en las pantallas y además las chicas les dan la comida en la boca…
Masajes Orientales , hermosas uruguayas y final feliz, chicas simpatiquísimas que masajean al cliente mientras este mira un partido de futbol de manera privada y en pantalla ultraplana. Clientes que dijeron sin culpa a sus esposas o a su secretaria que salían a ver el partido. Clientes felices mientras sube la adrenalina por la definición por penales… ¡Esto es la felicidad! Ya los veo, casi los puedo ver, nerviosos, en sus sillas mirando abiertamente hacia aquí. La planta alta cerrada sin remedio, y en mi negocio, además de los nuevos clientes, cruzan los que eran habitués de ellos. Si, me digo, los tengo en un puño. Sonrío desde la entrada de mi negocio y enciendo el puro con la llama de la vela roja de la entrada, ya los puedo ver, amenazándome con sus cúteres de 0.99 euros.
Caramba con el cambio del "Almacén Horacio"... jajajaja
ResponEliminaBesos
Cabezas diferentes piensan cosas diferentes. Aquí no nos va el pensamiento único !!
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