País de contrastes. País de histeria colectiva. Parece que sólo se sepan hacer comedias desquiciadas, programas donde los más bizarros se exponen sin temor ninguno al ridículo más indigno, o, justo en el otro extremo, dramas descarnados sin la mínima concesión al esbozo de una sonrisa. Nos morimos de risa o tenemos crueles finales.
Curiosa decisión la mía la de elegir una serie como Crematorio para verla tras la espiral esperpéntica de Alaska y Mario. Como una especie de ciclo de series españolas, que ya daré por cerrado.
Crematorio es una novela de Rafael Chirbes que tengo en casa pero aún no he leido. Escrita en una curiosa segunda persona, es un bloque de texto de más de 300 páginas donde no hay diálogos al uso. Difícil labor su adaptación para conseguir sacar la escenificación de una serie de ocho capítulos. Como lo va a ser, cuando la lea, olvidar las caras de los actores que la han interpretado. Pero los elogios eran bastante unánimes: uno ha visto tanta basura de series nacionales que conserva la esperanza de que, de una vez por todas, alguien aprendiese que absorber la influencia de grandes series americanas no tiene por qué ser fusilar a Friends o las películas de la serie Crepúsculo de una manera chapucera.
La temática no puede ser más actual. Ayer condenaron a un antiguo presidente autonómico del PP, Jaume Matas, a seis años de cárcel por el primero de los 19 casos que tiene con la justicia, todos ellos relacionados con diversas corruptelas.
Crematorio analiza la decadencia de Rubén Bartomeu, empresario de la construcción en una imaginaria población costera en el Mediterráneo español. Decadencia que surge de la apertura de varios frentes, pinzas que convergen hacia él: subordinados que pierden el control de sus vidas, delincuentes 2.0 que no tienen ya ni el mínimo escrúpulo que él pueda conservar, socios al margen de la ley que le faltan al respeto a la primera sospecha de que su poder se debilita, familia que empieza a poner en tela de juicio si la aparente felicidad alcanzada lo ha sido a costa de la desgracia de muchos otros. Y un sistema judicial plano, gris, pero que en esa grisura encuentra el ritmo necesario para su objetivo. Abatir a la pieza.
El escenario, la locura especulativa inmobiliaria en la zona, a principios de siglo. Las lujosas urbanizaciones y las inmensas balconadas con vistas al mar. Las piscinas rebosantes, los baños con jacuzzi, la cocaína, los sacos de basura llenos de billetes. Las putas de lujo y los yates de treinta metros. Las cenas con directores de banco, los gimnasios llenos de mujeres de mediana edad que quieren mantenerse atractivas, ante el fantasma del perfume que rodea a sus maridos, y el inminente aterrizaje carroñero de las que van a ser segundas esposas. Los concejales mediocres, pero serviles. Los testaferros. Todo está presente en la serie. Buena composición de un estoico José Sancho. Magnética presencia de Juana Acosta (foto), que ya había intervenido en la reciente Carlos.
Para los que rieron con Alaska y Mario, ésta es la serie más alejada de esas risas, esa frivolidad y esa evanescencia. Sin dramatizar en exceso, todos somos capaces de ponerle cara a unos cuantos de esos personajes.
justo! estaba planificando que mirar cuando se terminen las temporadas de shameless y walking dead. parece la serie ideal para ver en paralelo con mad men. gracias francesc, salut!
ResponEliminaDepende del tiempo de que dispongas, mis primeras elecciones serían Breaking Bad o Tremè. Por no hablar del escándalo que son las ocho temporadas de Entourage. Pero Crematorio, si puedes conseguirla, no está mal. Puro typical spanish style, por eso. Corrupción y horterada.
EliminaSaludos, gracias por pasarte. Yo ya te he ido mirando el tuyo, pero eres un pelín críptico y desde luego minimalista.