Parece que tendremos unos días de lluvia y luego aparecerá finalmente el otoño. Tras dudar mucho tiempo ante la estantería, opto por un disco de Jori Hulkkonen, simplemente porque la portada muestra un árido bosque nevado. He dudado bastante: quería evitar elecciones obvias, quería evitar vecinos reclamando, justamente, lo reconozco, algo más de paz y algo menos de bajos subsónicos, quería un disco cuyas canciones no conozca ya de memoria.
En el fondo busco, como muchos , una reinvención permanente. Gustau de Cercles me advirtió hace unas semanas acerca de los necesarios reposos entre fases de mucha lectura. Pues podría ser que yo estuviese en uno de esos períodos, después de la maratón de Nothomb. No quiero que dure mucho.
Encuentro una entrevista en La Contra de LV, con un músico vasco llamado Rafael Berrio. Que tiene aspecto de una especie de Antonio Carmona ajado por la mala (él quiere que pensemos que la peor) vida. Como un Tom Waits patrio, más preocupado en cualquier caso por su peinado agitanado. Músico que habla de elogiar la desgana y de su vida en un mobile home. Y de no tener TV ni internet (aunque, curioso, sí tiene una web donde presenta su música). De salir a beber y de hacer giras en pequeños locales, para un máximo de 150 fans locales, cifra que reconoce conformarse con tener, para colmar su ambición. El tío me cae simpático pues parece ser una especie de paradigma de la bohemia y de la vocación underground. Esa especie de amigo que todos hemos tenido hasta que nos hartamos de reirle las borracheras y prestarle dinero para una última juerga. Ya se sabe la admiración que en ciertos círculos se tiene por ese tipo de coherencia, ya no digamos si el artista acaba convenciéndonoe de que crea bajo estado de constante sufrimiento, que su obra es su familia.
Entonces me paso por su web para comprobar los motivos del entusiasmo del entrevistador. No pondré la web. Para qué. Ya el único Sabina que hay en el mundo es uno que me sobra, y mucho. Me sobran muchos músicos que considero perniciosos. Sting, Phil Collins, y añadiría más y especificaría, con pelos y señales, la lista pero temo que haya quien se cabree. Ya lo hizo Nick Hornby en Alta fidelidad. El tal Rafael Berrio es esa especie de cantautor tabernario (palabra que no sé si existe) que empieza con la guitarra y acaba introduciendo sus canciones en intros que duran más que la música. Que si no fuese músico sería uno de esos cómicos de medio pelo de gira con Paramount Comedy, que van de gamberretes y transgresores por usar lenguaje soez y comentar obviedades. Pero que quieren su cheque a fín de mes. O transferencia, claro.
No es que todo el mundo tenga que acudir al deep house ligeramente caducado de Hulkkonen, pero las canciones de pianos que beben y bares de puerto y prostitutas avejentadas ya tuvieron su cielo, al que se puede o no volver, claro. Creo incluso que suenan mejor cuanto menos las entiendes.
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