Nacemos solos, morimos solos. Dice la frase célebre. Yo añado que pensamos solos y escribimos solos. Agarrados a la pluma o al teclado, aunque nos rodeen cosas y personas y ruidos y olores, es nuestra mano la que se mueve y nuestro cerebro el que dicta sus movimientos. Entonces el mío seguía un simple proceder a veces, un código binario de on/off, 0/1, acción/reacción, de aceptación/descarte. Tan estúpido que debo encontrar un alter-ego al que no le dé vergüenza reconocerlo. Imposible encontrar el alter-ego, pues escribo solo, como he dicho, y aquí no hay nadie más. El Urdangarín de las narices era, años ha, una persona muy unida al Barça por su pertenencia al equipo de balonmano que obtuvo las mayores glorias. En tiempos en que el fútbol no nos las procuraba, los blaugranas de ADN encontrábamos triste consuelo en esas gestas. Eso incluso influyó en el espejismo de que un miembro de la monarquía viviendo en Barcelona pudiese servir de algún modo para que Catalunya fuese comprendida.
Craso error, de principiante en la vida, pues eso puede que lo pensara hace más de 15 años.
La frustración que titula este escrito no responde a sensación alguna en torno a ésto. Solo que ese tránsito entre nacimiento y muerte siempre me trae a la cabeza ese párrafo en esa canción, primera del primer disco de Soft Cell.
I was born
One day I'll die
There was something in between
I, I don't know what
Or why
Porque no me frustra en absoluto que esa cándida expectativa sea defraudada. Al revés, diría que he levantado, apretando ligeramente, el puño, en una tímida señal de confirmación, confirmación de esa ligeramente enfermiza teoría que empecé a urdir, íntima y callada y solitariamente, el día que el individuo empezó a descartar hablar públicamente en catalán, pues, como miembro de la familia real (las demás familias somos imaginarias) seguramente alguien le sugirió lo impropio de emplear semejante dialecto tribal.
Me frustra algo que, en medio de las especulaciones, medios como LV (excesivamente servil a la monarquía, pero entre bueyes no hay cornadas) silencien con discreción nada favorecedora aquello de lo que, más tarde, tienen que hacerse eco precipitadamente.
11 de noviembre y la podredumbre del castillo corroe los cimientos. No pasará nada. Hasta Franco se encargó de que su sucesor fuese lo suficientemente caradura para que estas cosas se la trajesen al pairo. Y Juan Carlos no decepcionará a su mentor. Escribo solo y me siento extraño solo. Acabo este post en el que mi primera intención era hablar de la novela de Bolaño que ayer leí en cosa de una hora, que ha sido una especie de viento helado que se ha llevado, creo que bien lejos ya, el regusto de frivolidad y ligereza narcisista que me dejó la tour de force de los libros de la Nothomb.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada