Uno ha de andarse con pies de plomo si no quiere arriesgarse a recibir ciertos calificativos. Mejor dicho, uno se expone a los calificativos que no le importan, pero quiere evitar a toda costa los que sí. Uno es que le tilden de machista. Dejemos la tercera persona. Yo no quiero ser tildado de machista. Pero induce a ello ver que no hay ninguna mujer entre mis veinte, quizás cincuenta escritores favoritos. Añadido al hecho de que el primer objeto de mis diatribas, cuando me pongo a ello, sea Isabel Allende, que parece cumplir con todos los tópicos (y sé que lo hace para fastidiarme) : mujer, y con cierta predisposición hacia el público femenino. Entonces no puedo pecar de precipitación con Amélie Nothomb. No será por intentarlo, pues serán cuatro los libros que lea de ella. El segundo ha sido Estupor y temblores, otro episodio autobiográfico, esta vez basado en el año que la autora, en su juventud, pasó trabajando para una importante empresa japonesa. He leído en algún blog que Nothomb podría haber empaquetado sus cinco novelas con referencias autobiográficas, a la 2666, y que el producto de esta operación hubiera sido una obra de capital importancia en las letras francesas. Pff. Que su coexistencia con un genio como Houellebecq es lo único que bloquea su acceso a autora de referencia. Pff #2, si bien de acuerdo, Houellebecq es un genio.
Lo que pasa con Nothomb es que no puedo escapar cuando leo sus libros a la sensación de banalidad que me inunda. Pienso en cosas como El diario de Bridget Jones, y en aturdidas chicas condenadas a la perpetua angustia. Leo con avidez, llego rápidamente al final del libro, rara vez se complica la vida, pero cierro el libro y, donde Houellebecq me enriquece, de los libros de Nothomb se me quedan dos o tres detalles. Menciones a Riuychi Sakamoto, y el conflicto occidente-oriente siempre presente, con Amélie como víctima propiciatoria, en un libro de la férrea estructura familiar japonesa, en otro de la férrea estructura laboral, con sus jerarquías y su uso de la disciplina por encima de cualquier otra consideración. Por encima de las peripecias de una jovencita hija de diplomático que está ahí, pero siempre parece que pasa por ahí. En Ni de Eva ni de Adán no había sexo, y yo no quería que Nothomb fuese Valérie Tasso. En Estupor y temblores no hay ni vida particular: no sabemos porqué trabaja allí ni cuanto le pagan ni que pretendía hacer. Solo sabemos, desde una perspectiva ingenua y atolondrada, que toma iniciativas que no debería, que usa la bondad y el bagaje sentimental propio de occidente, y que eso en Japón es la fórmula idónea para el fracaso más estrepitoso, fracaso que allí va seguido de la mayor de las humillaciones.
Para equilibrar esta balanza, sumamente descompensada, mis próximos dos libros de Nothomb serán puras ficciones. El personaje de Nothomb en primera persona ya ha dado suficiente de sí y no parece poder cambiar mi opinión inicial. Ahora toca ver qué crea Nothomb y como lo crea.