Tengo miedo a lo mismo que prácticamente todo el mundo. A la soledad no deseada. A malas enfermedades que puedan afectar a gente que quiero. Al totalitarismo. Al PP otra vez en el poder. Pero tambien tengo miedos prácticamente privados, con potentes fundamentos que pueden o no, pero no van a ser desvelados ahora. Miedo a que los integristas de cualquier índole lean ésto y tomen represalias físicas contra mí (otras como la indiferencia ya las toman cada día). Miedo a que la abominable boda real que en estos momentos se está celebrando tenga más efectos colaterales que un colgado de la oficina invitando a pastitas (ni siquiera espera a las 5 de la tarde). Miedo a perder lectores aquí. Y ahora toca un punto y aparte.
Desde que he descubierto el montón de gente leyéndome que no vive en mi país petit, me da por pensar (y lo pregunté pero no obtuve respuestas) qué les trae por aquí. Esa es la primera fase de mi curiosidad. Luego les puse un sexo (y mi inconsciente me traicionó: todos eran encantadoras mujeres). Y ahora iba a dar un paso adelante. Resulta que quien me conoce medianamente (y leer más de 250 entradas aquí acerca poderosamente cualquiera a conocerme medianamente), debe saber que normalmente hablo el catalán, lengua en que fuí criado. Que soy un quizás excesivo seguidor del Barça. Y que eso acarrea banderas catalanas, con o sin estrellas al gusto de cada uno. Por arbitrario que esto parezca, y cada uno puede tener sus explicaciones para éso, esto no es muy compatible con el Madrid y la proliferación de banderas nacionales, con o sin águilas al gusto de cada uno. Estúpido modo de pensar en alguien poco dado a dividir el mundo en dos partes, perdón, alguien que cree que lo correcto es ser poco dado a dividir el mundo en dos partes. Ahora bién , todo lo que rodea al mundo del fútbol, y a los cuatro extenuantes duelos entre Barça y Madrid, puede ser que abonen mucho esta división. Sé que está declaración puede acarrearme consecuencias, pero no sé muy bién que haría por aquí un madridista anti-catalán. Puede que esta condición no sea incompatible con disfrutar con Scott Walker, o con Bolaño, o con Goldfrapp, pero se me haría difícil.
Y ese es mi miedo, un miedo turbio y etéreo, como el humo negro de la isla de Lost (lo siento, el fiasco del año, de no ser que alguien averiguase que JJ Abrams es en realidad David Lynch), algo que siempre gravita sobre el sitio donde ando, una espada de Damocles, un aire que gira violentamente y devendrá tornado.
A veces, puedo tocarlo.
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