Vio el e-mail, lo leyó, y su aliento se paralizó. Volvíó a leerlo, y las palabras entre líneas se hicieron más claras que la primera vez. Se acordó de otras palabras ( creía que era ahí donde lo había oído ): las de Al Pacino a Johnny Depp en Donnie Brasco, "nunca necesites más cosas que las que puedas meter en una bolsa en cinco minutos cuando vengan a por tí". Luego se acordó de la última escena : cuando Pacino se deshace de su reloj y sus cosas para ir donde le han citado, fríamente consciente del destino que le espera ( pero va ).
Se dijo a sí mismo : haz caso de lo primero y evitarás lo segundo.
No fueron cinco minutos, pero tampoco más de diez. Llaves, sólo las del coche, pues sabía que iba a ser difícil que volviese a usar cualquiera de las otras. El dinero que fue capaz de retirar en los diversos cajeros próximos a su casa ( desentendiéndose de las abusivas comisiones por Disposiciones de efectivo a crédito en cajeros de otras entidades ), parándose a pensar que debía calcular tanto los máximos como la posibilidad de doblar esa cantidad en cuanto fuesen las cero horas y un minuto del siguiente día. También que eso le obligaría a estar en alguna zona medianamente poblada a esas horas, y que no interesaba ni dejar tanto rastro ni acumular demasiado efectivo encima.
Iba haciendo sus cálculos mientras conducía. Pensaba en esos imaginarios rótulos en las encrucijadas de tantas películas que había visto. North, South, West, East. No estaba en la Route 66. Estaba allí, cada minuto un par de kilómetros más lejos de su vida ( podríamos llamarla ya su vida anterior, o esperábamos los trámites administrativos ??). Pensaba en cuanto dinero podía necesitar hasta encontrar un lugar donde establecerse ( y si ello sería posible ). Metido en esa vorágine inconexa de pensamientos y de sentimientos entre los que se entrecruzaban excitación, cierto arrepentimiento ( en franco descenso ), visceralidad ( para todo usaba las vísceras ), frialdad, y sobre todo, una atención constante a calcular al detalle el próximo paso a dar. Todo ello dio paso a un hambre apremiante.
Lugar oscuro, un bar algo vacío, pero no inhóspito. Ligero olor al combustible que se usa en las calefacciones de ciertos lugares. Cálido, sin saber por qué. Comprobó un par de veces que todo en el coche quedase bién cerrado y a salvo de las tentaciones. Entró distraídamente, mirando su teléfono. Pensó, por tercera vez, que los GPS de esos teléfonos reciben señales pero no las emiten. Pensó en lo papanatas que uno puede ser si acepta descargarse esas aplicaciones que permiten mostrar tu ubicación a tus autorizados. Menuda soplapollez. Cómo alguien puede desear de verdad que otra persona, la que sea, te tenga localizado con 200 metros de margen. Se sentó en el primer sitio que encontró, buscó un periódico, pidió un café con leche y un croissant. Dejó el periódico, al darse cuenta de que pasaba por encima de las líneas y su atención ( ofuscación ) le impedía asimilar lo que leía. Reflexionó : escribió en el buscador de su teléfono "trabajo temporal recepcionista hotel". Apuntó algunos números de teléfono. Se retiró a una mesa más discreta, pidió otro café con leche. Llamó a los teléfonos que había apuntado. La pregunta fue la misma todas las veces : Tengo un pequeño hotel, necesito cubrir el turno de noche de recepción, pueden darme referencias de cadenas a las que Vds. presten servicio con su personal ??. Obtuvo, con dificultades, un par de nombres. Visitó las webs, buscó hoteles de las cadenas cerca de donde estaba. Eligió uno, sin otro criterio que la intuición, seguro de que estaría en un lugar céntrico.
Aparcó a pocos metros : tengo suerte, pensó. Dejó sus cosas en el coche, paseó delante del hotel. Se habían hecho casi las 10 de la noche. Un ruido de una moto le sorprendió tras de sí, circulando por la acera. La moto era un poema, llena de parches y adhesivos desgastados de marcas que él desconocía por completo. Quien la conducía era un chico bastante alto, de no más de 20 ó 22 años. Lo vió entrar y saludar en recepción. A los 10 minutos aparecía cambiado de ropa, tras el mostrador. Cruzó una palabras con su compañera, una guapa joven rubia con aspecto de saber media docena de idiomas, apuntó cuatro cosas, se despidieron, él se sentó y a los dos minutos su pose en la silla ya revelaba desdén y aburrimiento.
Lo tengo, se dijo.
Tuvo que pasar más de una hora hasta que un taxi descargó un grupo de 4 personas cargado de maletas. Procuró entrar a la vez que ellos y colarse por delante para abordar al recepcionista. No le preocupó parecer descortés.
- Necesito una habitación para pasar aquí la noche. He conducido un montón de horas y estoy demasiado cansado para continuar.
El recepcionista, abrumado por la inmediatez y la seguridad con que se le había dirigido, apenas atinó a decirle que no había problema, y que el precio eran 80 euros incluyendo el desayuno. Sacó dos billetes de 50 de su bolsillo y se los puso sobre el mostrador. El grupo que había bajado del taxi estaba a su lado esperando a ser atendido.
Miró al recepcionista, que controlaba al grupo de reojo. Se fijó en el agujero que en su oreja había dejado el pendiente que se había quitado para hacer su trabajo. Y en el flojo nudo de la corbata del uniforme.
No podía fallar en ese momento.
- Deberá dejarme un momento su DNI para el registro.
Le puso la llave de la habitacíón junto a los 20 euros de cambio.
- Voy a buscar las cosas al coche y te lo traigo.
Cogió las llaves y empujó el billete del cambio hacia el chico.
- Muchas gracias. No se olvide.
Los cuatro del taxi se habían parapetado ante la recepción en cuanto él se retiró.
Corrió al coche, cogió la bolsa con sus cosas, pasó delante de la recepción dónde el chico aún estaba con el grupo. Subió rápidamente a la habitación. Descolgó el teléfono, puso el cartel de No molestar en el pomo de la puerta. Cerró, pensó : "bién". Sonrió. La sonrisa se le borró, casi de inmediato.
Qué coño haré mañana ??.
Aparcó a pocos metros : tengo suerte, pensó. Dejó sus cosas en el coche, paseó delante del hotel. Se habían hecho casi las 10 de la noche. Un ruido de una moto le sorprendió tras de sí, circulando por la acera. La moto era un poema, llena de parches y adhesivos desgastados de marcas que él desconocía por completo. Quien la conducía era un chico bastante alto, de no más de 20 ó 22 años. Lo vió entrar y saludar en recepción. A los 10 minutos aparecía cambiado de ropa, tras el mostrador. Cruzó una palabras con su compañera, una guapa joven rubia con aspecto de saber media docena de idiomas, apuntó cuatro cosas, se despidieron, él se sentó y a los dos minutos su pose en la silla ya revelaba desdén y aburrimiento.
Lo tengo, se dijo.
Tuvo que pasar más de una hora hasta que un taxi descargó un grupo de 4 personas cargado de maletas. Procuró entrar a la vez que ellos y colarse por delante para abordar al recepcionista. No le preocupó parecer descortés.
- Necesito una habitación para pasar aquí la noche. He conducido un montón de horas y estoy demasiado cansado para continuar.
El recepcionista, abrumado por la inmediatez y la seguridad con que se le había dirigido, apenas atinó a decirle que no había problema, y que el precio eran 80 euros incluyendo el desayuno. Sacó dos billetes de 50 de su bolsillo y se los puso sobre el mostrador. El grupo que había bajado del taxi estaba a su lado esperando a ser atendido.
Miró al recepcionista, que controlaba al grupo de reojo. Se fijó en el agujero que en su oreja había dejado el pendiente que se había quitado para hacer su trabajo. Y en el flojo nudo de la corbata del uniforme.
No podía fallar en ese momento.
- Deberá dejarme un momento su DNI para el registro.
Le puso la llave de la habitacíón junto a los 20 euros de cambio.
- Voy a buscar las cosas al coche y te lo traigo.
Cogió las llaves y empujó el billete del cambio hacia el chico.
- Muchas gracias. No se olvide.
Los cuatro del taxi se habían parapetado ante la recepción en cuanto él se retiró.
Corrió al coche, cogió la bolsa con sus cosas, pasó delante de la recepción dónde el chico aún estaba con el grupo. Subió rápidamente a la habitación. Descolgó el teléfono, puso el cartel de No molestar en el pomo de la puerta. Cerró, pensó : "bién". Sonrió. La sonrisa se le borró, casi de inmediato.
Qué coño haré mañana ??.
Chicos! Miren lo que encontré por ahí perdido!
ResponEliminaMuy bueno Francesc, eh? De los que me gustan ;)
Gracias Talita por esta labor de investigación en los archivos: hasta yo me sonrojo de lo ingenua que me resulta esta historia a la que le cambiaría casi todo.
EliminaPues a mí me ha gustado! Y no me ha parecido tan ingenua. Pero sí que pasa, que con el tiempo te avergüences de lo escrito y pienses que a día de hoy lo harías completamente diferente. Pasa toooodo el tiempo.
EliminaPrecisamente mi nula inspiración de estos últimos días me estaba llevando a pensar si no sería bueno readaptar antiguas entradas (de la era pre-Orsai, jeje) y publicarlas como las haría ahora. Fíjate: aún no he triunfado y ya reedito mi obra pretérita.
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