Me quejé, me quejé mucho de lo lejos que estaba el 27 de septiembre. Seguramente me he lamentado tanto de la lejanía de esa fecha que el tiempo se ha puesto a pasar deprisa, como para contradecirme o ponerme en evidencia. Y estamos en agosto y agosto debe ser por definición el mes que más rápido pasa de todo el año (en el hemisferio norte, claro). Pues uno o está de vacaciones o está entregado a esas jornadas de trabajo faltas de tensión y ritmo de competición. Y agosto se convierte en una pretemporada, sobre todo cuando el calor urbano desestima lo de dar una tregua y las tardes se suceden, mortecinas, entre somnolencia y las noches se suceden, mortecinas entre insomnio.
Pero no: ahora podemos, ya, contar con los dedos de dos manos las semanas que faltan para ese nuevo, y ya van siendo demasiados, día clave en el desarrollo de la historia de Catalunya. Uy, he olvidado ponerlo en mayúsculas. Si es que tengo una cabeza. Poco puedo decir: dos candidaturas claramente favorables a la independencia, unas cuantas en una tierra de nadie indefinida que no es más que un pretexto para, pasada la jornada, apuntarse a toda prisa a caballo ganador, y otras abiertamente en contra, pero ellos dirán a favor de otras cosas, ya sabemos eso de los mensajes en positivo y aquello de eludir las confrontaciones. Ahora mismo todas las candidaturas empeñadas en asaetearse las unas a las otras para recoger las escasas migajas que representa el voto indeciso o la abstención potencial. Rajoy, inútil y despreciable como persona, como político y como gobernante, se ha apresurado a pedir participación, advertido, supongo, del elevado grado de convocatoria de las opciones independentistas (visible, por eso, en lugares tan engañosos como las redes sociales y las avenidas de las capitales), en una jugada desesperada que ha pasado algo desapercibida.
A mí me ha dado últimamente por leer libros sobre la guerra de los Balcanes y por informarme sobre los llamados Hechos de Octubre. Nada, cuestiones que vienen a revelar que mi impaciencia va en aumento, y que, a pesar de mis reticencias, la política empieza a tomar las riendas de mi interés. Nada grave: quizás entre 1992 y 1996 yo era otro de esos occidentales más pendientes de mi radio de alcance más cercano, y ahora pago los atrasos. Me pongo las manos en la cabeza por la impunidad de lo sucedido en Sarajevo, en Srebrenica. Cuánto tardaré por ponérmelas sobre lo que sucede, hoy, en Mosul. Estas lecturas no es que me ayuden demasiado: en lo concerniente a mis convicciones, puede que estas se vean reforzadas. Pero también inoculan en mí ciertas otras sensaciones, y algunas tienen que ver con inseguridad y desconfianza. Por si estamos siendo embaucados, por si somos parte de una especie de incontrolable conciencia colectiva, por si algunos de esos que corren a hacerse las fotos de rigor ante las aclamaciones de la multitud no correrán a desdecirse de promesas.
Será normal, me consuelo, lo achaco al nervios, pero le doy vueltas a las cosas. Tantas listas, tantos registros, tantos cauces por los que la gente está mostrando sus opiniones a los cuatro vientos. Mira que si caen en malas manos y sabrán que he votado el 9 de noviembre y qué, que he vuelto a votar el 27 de septiembre y a quién, qué pongo en mi perfil de Twitter, qué bandera muestra la portada de mi blog, a quién respeto y a quién detesto y a quién insulto. Porque, ya que estamos, no veo a Rajoy o a Aznar mejores que esos militares serbios que dieron órdenes a sus tropas para bombardear Sarajevo, que instruyeron a los francotiradores para que aterrorizaran a los civiles. Tampoco a Pedro Sánchez, por supuesto, ni a Miquel Iceta ni al bellaco de Albiol. Los veo obsesionados por llegar al poder o por mantenerse en el poder o por perpetuarse en el poder. Y los veo haciendo precisos cálculos sobre la rentabilidad en votos de seguir manteniendo a Catalunya bajo el yugo centralista español. Cálculos numéricos, pues de lo único que se duda es de la cuantía del déficit fiscal, y cálculos de intención de voto. La derecha española porque ha de mantener el testigo de su principal referencia, Franco, en aquello de la unidad de la patria, la izquierda porque que desaparezca un vivero de votos ajenos al PP es perder uno de los puntos de apoyo sobre los que orquestar un improbable retorno al poder. Eso sí, ellos, y todos los que les respaldan en redes sociales y foros de opinión, convencidos de que la mejor manera de que alguien quiera seguir a tu lado es una combinación de insultos y amenazas. Un lío, gordo, una oportunidad que dirían los chinos, una fascinante puerta abierta a resolver un acertijo, el del 28 de septiembre, consistente en saber quién se atreverá a hacer qué.
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