Siempre que se había parado en sitios así le parecía estar escuchando una vieja canción de Captain Beefheart. Una canción curiosamente normal. Pero aquella vez no le dio tiempo a reproducirla en su cabeza: el comisario se presentó con una puntualidad exquisita. Justo a esa hora en que el sol se ponía: las siete de una tarde de octubre.
-Mirando el paisaje?.
-Hola. Más o menos.
-Esta hora siempre me ha gustado.
Unos metros más allá, un par de coches empezaban a acumular en sus cristales la nebulina de vaho tan característica. Un clásico sitio discreto al que la gente acudía para estar solos en compañía. El comisario no le comentó nada, pero a veces se ponía místico respecto al uso de esos rincones. Claro que pensaba en las parejas y en sus encuentros sexuales. Pero también pensaba en quitar el freno de mano y dejar caer el coche lentamente hacia el precipicio. Entonces pensaba en aquello simbólico de la vida y la muerte. Pero eran sólo pensamientos que se reservaba para sí. La gente le iba a tomar por loco si lo dijera. Tebía que preservar su imagen. Esas cosas de hablar sobre cómo uno se sentía o pensaba no eran, decididamente, para él. "Revelar esas cosas es dar información al enemigo."¿ Qué enemigo?."Los hombres como yo siempre tienen enemigos".
-Ve todas esas luces.
-Miles.
-Sí, miles. Pero hace años había muchas más.
-Vaya.
-Esta ciudad crecía. Crecía y crecía y cada vez que yo pasaba por aquí había de mirar más lejos para ver dónde acababa. Pero eso se ha terminado.
-Ya.
-Esta puta situación nadie sabe cuándo va a mejorar. Ni cómo. ¿Ve la torre más alta que se ve, al lado del puerto?.
-Sí.
-Pues allí mismo, al lado, conocí a mi mujer. Era recepcionista de una empresa donde trabajaba un informador. Que ya murió, por eso se lo puedo decir.
-Lo siento.
-Déjelo: el tipo era un capullo, pero en esa empresa, fíjese, me ponía las botas. El tipo nos informaba y además el propietario nos daba dinero para que estuviéramos seguros de que si pasaba algo malo, no fuera a su negocio.
-Menuda suerte.
-Y no era él solo: montones de gente nos tenían, como le llamaban, atenciones. A final de año, pero durante el año también. Y mire cómo me tengo que ver ahora.
-¿Cómo?
-Pues con cuatro malnacidos que dicen que nos evalúan y nos miden la productividad y no sé cuantas mierdas más. Y que nos han amenazado con echarnos a la calle. Aunque seamos funcionarios fieles de toda la vida.
-Mucha gente está así.
En ese momento, el comisario cambió de postura. Hasta ese momento los dos estaban mirando al frente, a la ciudad que, oscureciendo lentamente, se extendía a sus pies. Pero cuando dijo esta frase.
-Yo no soy mucha gente.
Se puso en frente de Jesús, y le miró, o eso quiso hacer, muy fijamente a los ojos.
Cuando llegó a su casa, a la hora de la cena, tras quedarse casi un cuarto de hora sentado en el coche, a oscuras en el párking de su edificio, oyendo la radio, su mujer estaba en la cocina atendiendo pacientemente una sartén en la que un líquido amarillento burbujeaba.
-Hablaste con ese chico.
-Creo que ya le he convencido.
-¿Y qué le dijiste?
-Sabes que no tendría que explicarte cosas del trabajo.
En ese momento, su mujer cambió de postura. Hasta ese momento los dos estaban mirando al frente, a la salsa que, humeando lentamente, se cocinaba antes de ellos. Pero cuando dijo esta frase.
-¿Ni cuando son imaginarias?
Se puso en frente del comisario, y le miró, o eso quiso hacer, muy fijamente a los ojos.
Y él le contestó.
-Le dije todas las mentiras que necesitaba decirle.
...ha llegado el final?
ResponEliminaAl revés que en la vida, con Jesús y el comisario, cada nueva entrada aleja su final. De hecho, ando tentado de usar el copia y pega, ver como está quedando, retocar cosas y enviarlo a Falsaria, o a los del Nobel. ¿Alguien sabe la dirección de la academia del Nobel? ¿y alguien ha notado el toque perverso de la canción del capitán??
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