Arnault. Tengo que repetirme el apellido un par de veces, pues siempre pienso en Hinault. Aquel campeón ciclista, sabéis. Bueno: creo que aún es considerado campeón ciclista, pues puede que a los quince o veinte años alguien desempolve unas muestras de ADN y descubra que le echó algo inadecuado a unas patatas fritas y, zas, todas las mieles del triunfo queden en nada. Bueno: no me suena que eso le haya pasado a Hinault como le pasa a Armstrong. Que nadie pida que me guste el ciclismo como deporte, cuando todo es intercambiable pasados los años que haga falta. Cuando habría que borrar, que para eso Michel Gondry es francés, todas las caras de triunfadores de vídeos y periódicos y poner al segundo, o al tercero. Sí: a ese que justo ponía la cara avinagrada de segundo (el primero de los perdedores, dicen ciertos cabrones) habría que volver al pasado y decirle: no! sonríe! de aquí unos años descubriremos algo que te convertirá en triunfador. Sólo ten paciencia, pero no pongas cara de cabreo. Pon una sonrisita cínica, va. Esa realidad lo cambia todo hasta ahora. Con qué cara se sube el primero al podio si sabe que va a tener a todo el mundo contemplándole con mirada escéptica. Ya te pillaremos, ya.
Arnault. Ya no digo Hinault. Vamos. Arnault es competidor de Pinault, que aún me recuerda más a Hinault. Pinault es amo de PPR (enoooooorme conglomerado empresarial que incluye, por ejemplo, al FNAC) y está casado, o algo así, con Salma Hayek, diminuta actriz mexicana y productora de agudo ojo comercial. Que salía en From dusk til dawn, lo cual no tiene gran repercusión, pues siempre he considerado esa película un falso Tarantino. O un Tarantino hasta que se meten en la taberna. Sí, el espíritu y la interpretación y toda la historia, pero no la dirigió. Lo siento. Más Tarantino veo en True romance, esa pieza maestra que firmó Tony Scott, el que se tiró por un puente hace unas semanas, donde, por salir, salía hasta el gran James Gandolfini (o sea, Tony). Pues bien: mi grado con Pinault es un nada desdeñable 2, en esa historia de los 6 grados de la que alguna vez he hablado. Ya: no me hagáis decir cuándo. Soy muy vago para buscar por todos lados en este blog. Y ya: cada vez me estiro menos poniendo etiquetas a los escritos. A lo que íbamos: mi grado con Arnault, dicen, el hombre más rico de Europa, es, por tanto, 3. O sea, conozco a quien conoce a uno que lo conoce. ¿Qué aporta eso a mi vida?. Joder, pues escribirlo aquí: os parecerá poco.
Arnault: su conglomerado empresarial, su enorme corporación con ramificaciones y complejos organigramas es LVMH. O sea, yo muchas veces digo LV aquí y es por La Vanguardia, pero esta LV es por Louis Vuitton, carísima marca de marroquinería de alta gama, emblema a la vez del más cutre de los despliegues (el de los subsaharianos vendiendo imitaciones pendientes de que aparezcan los guardias) y del más ampuloso de los glamoures: con artistas de todo tipo posando en plena naturaleza en fotos de Annie Leibovitz, con los baúles y las maletas y los totes y las pochettes como si hubiesen sido puestas ahí por un escenógrafo. Bono. Sean Connery. Muchos más, y sabed que no de todos me cuadra su presencia entre tanto oropel y tanto despilfarro.
La M es por Moët, champán.
La H es por Hennessy, coñac. Creo.
Arnault: ha decidido pedir ser belga. Porque aunque los belgas son el objeto favorito de los chistes de los franceses, ande yo caliente y ríase la gente: los impuestos a las grandes fortunas en Francia se elevarán al 75% de los ingresos. Cualquier pobre desgraciado que embolse más de 1 millón de euros al año pagará 3 de cada 4 de esos euros en impuestos, y deberá vivir con los 250.000 restantes. Perdonad, lectores cuya moneda no es este engendro, que no traduzca más que a USD. Unos 330.000 USD al año por millón de euros le quedará para sus cosas a cualquier francés que gane tal cifra, para sus gastos. Claro, sale muy caro ser francés y rico. Si es que al señor Arnault le iría mejor siendo pobre: ser rico es muy complicado. Por eso unos cuantos se sacrifican.
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