dimecres, 6 de juny del 2012

AGUA Y ACEITE

Festivales musicales de primavera y verano: me habéis pillado, todos, ya muy mayor. Ahora bien: puedo alardear de haber sido de los primeros barceloneses en acudir al Sónar: cuando se autoproclamaba festival de música avanzada (y quería decir electrónica) y estaban allí auténticas estrellas de las que hoy nadie se acuerda: David Toop, Merzbow, Scanner, o el mismo José Padilla pinchando sus delirios. Un José Padilla que, antes de que los genios del marketing más castrador se puliesen el concepto de chill out y la etiqueta de Café del Mar, para convertirlo en música que no molesta ni cuando está alta, se atrevía con todo. Incluso con bandas sonoras orquestales y música concreta.


¿Qué me dijo mi primo, el que toca el bajo e intenta vivir de la música, hace unos 20 años?. Los bares contratan grupos que hacen que la gente baile y se mueva. Eso les provoca sed y ellos se hinchan a servir cervezas. Hagas lo que hagas, tienes que provocar que la gente que ha ido beba y consuma. Ahí radica todo: provoca en la gente una necesidad física.
Ahora estamos en plena temporada de festivales musicales. Como el pop y el rock y el techno son ya géneros multigeneracionales, los carteles empiezan a ser una amalgama ya no solo de estilos sino incluso una especie de mosaico multicolor compuesto por músicos jóvenes que están en la cúspide y que a veces son teloneados por músicos ya maduros que se encuentran en franca decadencia. A veces puede que se produzca eso tan dulce e idílico de la admiración mutua. Nos hemos cruzado en el camino. Vamos, súbete al escenario y toquemos esa vieja canción juntos.
La industria musical da sus últimos coletazos en esos festivales: la música en vivo es el último reducto donde pueden cobrar su tarifa íntegra a quien quiera vivir la experiencia. Lo saben los Coldplay, y lo sabe U2 y lo sabe Pink Floyd. Ah, y los Stones. Y Springsteen. Que esas giras prácticamente circenses en las que se enfrascan de tanto en tanto ya son los últimos pretextos para sacarles el dinero a sus fans die hard. Que no van a tocar música sino a dar un espectáculo. Cosa que no excluye la música pero si la hace compartir el primer plano. A veces, perderlo.
Recuerdo un concierto de Prince en Dortmund, en el 88: la gira de presentación mundial de un flojo disco: Lovesexy. Sí: bailarinas exóticas, una canasta en pleno escenario. Pero la música: nada de las algo desleídas canciones del disco, sino versiones mejoradas para el concierto, con diferentes ritmos e instrumentaciones: When you were mine, nada del flojo falsete y el ritmo ramplón de guitarra rítmica, voz agresiva, riff recortado y nervioso, casi springsteeniano, Anna Stesia, solemne, casi religiosa, épica. Una magnífica experiencia con todas las cosas en su sitio.
Y ahora esos festivales han pasado a ser un contenedor multi-todo. Antes había festivales onda heavy-metal, o grunge, o new wave, reggae o rockabilly, indie. O giras de presentación de tres o cuatro grupos ligeramente afines, que compartían sello o representante. Pero en estos tiempos, cuando la tabla de salvación a la que está asido lo que queda de la industria es que la música en vivo atraiga público y a un porcentaje ínfimo de ese público le dé por ir a comprar un CD, se ha acabado tal grado de coherencia. Así me encuentro de extrañado desde hace días, cuando vi el cartel del festival de Benicàssim: entre muchísimos otros: Bob Dylan y David Guetta. No el mismo día, pero sí el mismo escenario. Horror, los New Order y Guetta sí: el mismo día en el mismo escenario.
David Guetta: cuando escribí hace mucho sobre la debacle de la otrora exitosa escena de la música electrónica, debí hablar de este mamarracho como el punto exacto en que todo se fue al traste. 
Su producción monocorde.
Los Black Eyed Peas.
Bueno; la práctica lista de entera de músicos con los que ha colaborado.
Y lo peor: esa pose que sustituye a los antiguos DJ que sentían en el corazón la música que ponían (los Deep Dish, Danny Tenaglia) por el nuevo DJ sólo interesado en follarse a las tías que se acercan a la cabina. 
Bob: pon algún pretexto para que no te vean con ese tipo. Y a los New Order: que arda el escenario y no pueda salir.

2 comentaris:

  1. Agresivo!

    Pero se entiende. Fuego, fuego!

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    Respostes
    1. Si un día hubiera un decálogo sobre música, los Black Eyed Peas se llevarían de calle el capítulo de prohibiciones. Son todo lo que odio de la música resumido en cinco minutos inacabables, todas y cada una de sus canciones.

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