Justo meto en la nevera tres limones, variedad Eureka, procedencia, Argentina.
Veo tres comentarios a mi post de ayer, que agradezco, de la misma procedencia.
Los limones serán ácidos, los comentarios son dulces.
Sería bueno que la globalización que mencionamos sirviese justo para eso: para alimentos y para cultura. No para que se cierren fábricas y se vaya a ubicarlas donde la gente pueda producir por menos dinero y más sumisión. Justo en la semana que, merced a los estudios de mi hija, veo que la esclavitud fue abolida en Arabia Saudí en 1968 y en Mauritania en 1980. Eso es mucho más cerca de lo que uno creía. De hecho en 1980 yo era un despreocupado adolescente de 16 años con pocos más problemas que llevar adelante los estudios y despejarse, en el camino a casa, de los efectos de alguna cerveza de más. Ah: y defender que a partir de los 16 sólo nos esperaba la decadencia. Siempre lo decía de regreso a casa, siempre en calles algo oscuras del Eixample barcelonés.
¿Qué es lo que me pasa, progresivamente, con el cine de Almodóvar?. Fui un entusiasta seguidor inicial, allá por los años 80 en que abanderaba ciertos aspectos visuales de la muy sobrevalorada movida madrileña (seamos sinceros, tres discos de ese movimiento que estén entre los 1000 mejores de todos los tiempos??, uno tan siquiera??). Almodóvar jugaba en otra división y pronto tomó su camino, plenamente consciente de que detrás de tanta superficialidad, él era lo que normalmente hace de vivero al talento: un voraz consumidor de películas que aprendía de cada una de las que veía. Hablamos de una carrera que ronda los 30 años.
En algún punto, digamos que sobre la época de Kika, o Tacones lejanos, sus películas empiezan a sustituir las tramas ligeras y algo pasadas de vueltas, pero con giros algo grotescos, por auténticos dramas llenos de rincones perversos. Los detalles jocosos empiezan a espaciarse, las escenas de humor negro se ennegrecen aún más, las relaciones de los personajes se enturbian. La madurez del director, que en esa época debe entrar en sus 40, empieza convertirse en un cierto resentimiento.
Paulatinamente su fama por Europa, por el mundo, se extiende, el dinero dedicado a sus producciones, proporcionalmente a esa repercusión, se multiplica. Sus películas empiezan a convertirse en aparatosamente estéticos productos al servicio de historias donde lo escondido es siempre más trascendental que lo superficial.
Tengo dos películas recientes de Almodóvar que no recuerdo haber visto: La mala educación y Volver.
Lo intenté, pero algo me incomodaba, o me turbaba, y no pude seguir. Sí lo hice con La piel que habito. Lo prometí, y por escrito. Tenía curiosidad por cómo plantearía esa incursión en el terror. Luego estaba Elena Anaya, lo siento, una debilidad puramente masculina. El torrente estético previo a la primera escena es avasallador. Títulos de crédito de elegancia clásica. Música de Alberto Iglesias, excelente. La sempiterna mansión de lujo. Lo que decimos, el despliegue de medios propio de películas que son fuertes apuestas de las productoras. Todo en su sitio, todo perfecto. Pero la historia empieza a flaquear, por su escasa credibilidad. Por la absurda presencia del tipo disfrazado de tigre y su imposible engranaje en la coherencia de la historia. Anaya, felina, voluptuosa incluso cuando descubrimos el secreto de su pasado. Un desaprovechado Eduard Fernández (oficial: la persona más famosa a la que conozco, fuimos juntos al instituto), en un papel de poco más que figuración y product placing. Una estructura demasiado ligera. Una inserción absurda de las canciones de (alerta argentina) Concha Buika, que parece otro ejercicio de promoción, como mostrar la portada de un libro de Alice Munro, como que el periódico, en Toledo, que lleva el cirujano amigo, sea el barcelonés La Vanguardia.
No entiendo muy bien estos detalles en todo el engranaje, salvo que sean las clásicas imágenes que hay que hacer encajar. Debo decir que pude superar todo eso y ver la película de un tirón. Ayudó la clásica belleza de Elena Anaya, cuyos ojos llenan cualquier escena. Pero la historia yo la hubiera planteado de otra manera. Igual más lineal, igual más oscura, pues esa progresión casi mengeliana de la transformación resulta algo soslayada. Más policial, más David Fincher. Curiosamente, quienes mueren asesinados mueren desnudos, quién muere de una manera para nacer de otra, también. Curioso guiño a la fragilidad y a la vulnerabilidad implícita a la desnudez.
Quizás, acostumbrado a largas series en que horas y horas muestran todas las cartas, y todas las facetas de los personajes, apenas dos horas de película ya no sean capaces de obtener de mí análisis más profundos que los que pasan por la mención del síndrome de Estocolmo (presente también en Átame) o la obsesión de las personas por reconstruir los momentos perfectos de sus existencias y congelar, entonces, la imagen.
Quizás, acostumbrado a largas series en que horas y horas muestran todas las cartas, y todas las facetas de los personajes, apenas dos horas de película ya no sean capaces de obtener de mí análisis más profundos que los que pasan por la mención del síndrome de Estocolmo (presente también en Átame) o la obsesión de las personas por reconstruir los momentos perfectos de sus existencias y congelar, entonces, la imagen.
Como indicas, Almodóvar se inició con un cine plagado de situaciones desmadradas, escandalosamente provocadoras o grotescas pero que siempre mantenían la fuerza en los sentimientos por encima de la estética o la situación. La universalidad de esos sentimientos ha permitido que sus películas traspasen fronteras y en la medida que podía acceder a más público, ha academizado las “formas” procurando mantener el “fondo”. Las ha ido plagando de guiños iconográficos que a veces chirrían un poco pero permiten una mayor proyección. Yo atribuí La Vanguardia a fomentar la catalanidad del personaje de tu excompañero Eduard Fernández, y no se me escapó lo que quise interpretar como otro guiño barcelonés, buscado o casual, de la matrícula del vehículo: FCB.
ResponEliminaAunque intenta no traicionar sus raíces, para los que “somos de aquí” resulta evidente que ha perdido fuerza. Aun así, me sigue pareciendo trasgresor (sí, también se puede escribir sin “n”). Pero ponte en la piel que habita un americano, un argentino, un chino o un sueco, y seguro se siente impactado.
Siempre he creído que Antonio Banderas ha conseguido triunfar en Hollywood porque cumple con un estereotipo determinado. Hice la mili con malagueños todavía más auténticos e igual de guapos.
Aunque odies a Penélope, en “Volver” está muy bien.
6Q
Pues te diré que me fijé también en el coche con la FCB (el de Banderas, los de los cirujanos empiezan por G, pero pensé, "si lo comento van a decir que estoy obsesionado con el Barça". Que lo estoy, claro.
ResponEliminaNo odio a Penélope, de dónde has sacado eso ??
Prejuicios. Disparando como sueles hacer a todo lo que se mueve, pensaba que la tendrías en tu punto de mira. Y es que algo de criticable si tiene, por muy belleza española que sea y por varias cosas buenas que haya hecho.
ResponEliminahttp://www.youtube.com/watch?v=1oISADTZEII (vale..., es benéfico,...),
Sahara,
ex de.., ex de.., ex de..., ex de...,...
...
6Q
A riesgo de que las lectoras se me echen al cuello, tiendo a ser benévolo con semejantes bellezones. Películas malas hasta DeNiro las ha hecho, y lo de sus reiterados noviazgos pues.... qué mala es la envidia.
ResponElimina