dimarts, 15 de novembre del 2011

FANTASIAS ORALES 4

Ayer tenía una necesidad absoluta de escribir. Sobre qué, ya lo vería en el momento que pudiese hacerlo. No hay que planificar tanto, por lo menos aquí. Si escribiera una novela, ya no  te digo una saga, seguramente tendría una pizarra con las relaciones entre los personajes, su grado de amistad y parentesco o el momento crucial en que sus vidas coinciden. Pero no hacía falta. Ayer quería escribir, y no lo conseguí, para mitigar el stress y apartar de mi cabeza, por breves minutos, cierto tema que me preocupa y me impide, casi completamente, concentrarme en otras cosas. Así que fui a la cama con esa losa y dejé que el reposo hiciese su efecto. Seguro que estas palabras no son las mismas que ayer hubiese escrito, claro, la manía de no apuntar ni grabar las ideas, al margen de las que están anotadas en la blackberry. Que a veces descarto por obvias, otras porque han perdido sentido, otras porque lo he olvidado. Las palabras, especialmente las escritas, tienen paciencia, y esas están ahí, esperando un turno que, a algunas de ellas, quizás nunca les llegue.
Jarvis Cocker aparece en un añejo vídeo en youtube saltando al escenario donde actúa Michael Jackson. Era 1996 y Pulp ya eran famosos, pero no tanto como Jackson. He mencionado diversas veces a Pulp aquí, incluso si repaso mis entradas (que se acercan a las 500) en una de ellas les definí como "conceptualmente el mejor grupo de todos los tiempos". También podría decirlo de Radiohead. Serían los dos mejores, ex-aequo. No lo puedo decir, en absoluto, de Coldplay, que empiezan a parecerme unos pesados de mucho cuidado, por mucho que Brian Eno pueda dignificarlos produciéndolos. Muy pesados. Pero los Pulp no tienen que ver nada con Coldplay. No tienen muchas baladas, para empezar. Son más de mid-tempo. Si tuvieran baladas, no pensarían que esas baladas cambian el mundo porque unos cuantos miles de fans enciendan mecheros cuando las tocan en los conciertos. Bueno, hablemos en pasado, porque los Pulp se disolvieron, sin demasiado ruido, hace como una década. Hablemos en pasado también porque si cada vez menos gente fuma, cada vez hay menos mecheros que encender en los conciertos.
Los Pulp pusieron fin a su carrera tras grabar un disco llamado We love life. Producido por Scott Walker, era un disco raro y seguramente su rareza obedecía a cierto mar de fondo que pudo enquistarse en la banda. No soy de cotillear esas cosas pero haré una pausa para googlear : por qué los Pulp se separaron.

Encontrándome justo lo que esperaba: que no se separaron de una manera escenificada, simplemente tras el disco no hubo nueva reunión para más discos, como esos amigos que de repente dejan de verse, de llamarse, incluso los e-mails se van espaciando. Pulp, como grupo, se desvaneció. Desde que eso sucedió Jarvis Cocker ha publicado algunos discos en solitario. Como en una de sus canciones, las cosas ahora son diferentes. Preveniendo una decepción, no he hecho caso a esos discos. Me quedo con su época dorada, la que se inicia en 1993 con esa especie de falso britpop cargado de ironía (la que les faltaba a los Oasis) que contenía His'n'hers, LP de reinvención tras varios (muchos) pasos en falso. Elegante, espacioso, algo estridente, era un disco cuajado de grandes canciones pop, dominadas poderosamente por  la carismática (y Walkeriana) voz de Cocker, un auténtico frontman de banda a la altura de Ferry, un adalid de esencia british con una obvia influencia estética sobre un determinado perfil de gente.


Different class los consagró y les cayó algún premio. En pleno apogeo, fueron erróneamente encasillados en una especie de resurrección de la influencia británica en el pop global, junto a grupos tan dispares como Oasis, Blur, Suede, incluso el primer disco de Radiohead. Pulp eran un caso aparte, sus letras huían de tópicos, Cocker era un músico de izquierdas con una pose ligeramente existencialista. Lo más francés que se podía ser en Sheffield. Su música, con obvias influencias del glam-rock, pero con virutas de cierta electrónica, ascendía imparable.


No sé como el grupo digirió la fama que les sobrevino. Sé que el tramo final de su trilogía dorada, This is hardcore, es un disco más oscuro, más elaborado, más triste, y tiendo a pensar en Transformer de Lou Reed como una especie de imposible referencia, como una especie de corriente subterránea que recorre su espina dorsal. También en John Barry. Pero Pulp ya habían definido su personalidad en sus dos anteriores discos. Eran grandes y eran originales.


Lo que pasó en la grabación de su último disco, con Scott Walker, reconocido icono de Cocker, produciendo, no lo sé. El disco adolece un aire bucólico que no pega con la banda, y los fraseos de Cocker parecen, a veces, faltos de convicción. Faltan guitarras, faltan esos arrestos de dureza que se colaban en los discos anteriores. En la toma en directo de uno de sus principales temas, todo parece andar con el piloto automático. El ritmo, el flequillo de Cocker, el crescendo del estribillo. A-l-g-o s-u-c-e-d-i-ó.


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