El primer disco de The XX pone a prueba los bajos de los altavoces, y la paciencia de los vecinos. Sigue siendo una pieza que acapara mi fascinación, más de dos años tras descubrirlo aún me pregunto el motivo por el cual aguanto tantas canciones cantadas a dúo. Un súbito flash me recuerda una importante razón: las canciones, casi todas, no son alargadas inútilmente, acaban cuando tienen que acabar, cuando han dicho todo lo que tenían que decir, y siempre lo hacen de un modo concreto y contundente; nada de estúpidos fundidos en que el estribillo acaba perdiéndose en el silencio.
Por otra parte esto también es una contundente demostración de que últimamente mis indagaciones no dan frutos, por lo menos frutos tan consistentes.
La literatura: vuelvo corriendo a la biblioteca para entregar los tres libros de Ricardo Piglia, pues creo que no es la época en que un autor de ese tipo pueda llegar a gustarme. Demasiado lunfardo.
Abordo una recopilación de historias cortas de James Salter. La encuentro frívola y un poco falta de interés. Reordeno la pila de próximas lecturas, lo hago de una manera tan conservadora que me hace pensar en Mariano Rajoy. Vuelvo del lavabo. La pila queda así : El mundo de los prodigios, última pieza de la trilogía de Deptford, apuesta más que segura, luego A sangre fría de Truman Capote, otro que tal, sigue El testigo de Juan Villoro, y despues viene una borrasca llena de dudas y brumas, pues los tres suman más de mil páginas y eso va a ser más de una semana.
¿¿ Quién sabe lo que pasará más tarde ??.
Ocurre que la lectura del último de Houellebecq ha vuelto a transformar mi actitud ante los libros. Y es difícil ahora optar por algo ligero, pero a la vez demasiada profundidad me hará empezar a comparar. Si comparo, todo palidece ante el inagotable torrente de Houellebecq, la primera víctima ha sido Beigbeder, ya os lo dije, al que le daré una oportunidad pero más adelante, uno no puede oír la copia justo después del original, el sucedáneo has de consumirlo cuando compruebas que no encontrarás originales por mucho que busques, entonces te conformas, a falta de otra cosa.
Mecanismos que me acercan a los libros, parte 1 de algunas cuyo número ignoro: el autor, en su época de plenitud, el tema, contemporáneo a ser posible y de un mundo que considere accesible, no tan ignoto que parezca irreal, que sea interesante y esté bién escrito, que la trama tenga algo de misterio pero que la desaparición del misterio no anule el interés. Que haya frases que me hagan cerrar el libro contra la mesa y desear tener algún sitio donde apuntarla. Que sean párrafos enteros, hasta que me sienta abrumado por una especie de síndrome de Stendhal, lo suficientemente fuerte para escoger momentos que merezcan la lectura, no tanto para que esos momentos no surjan nunca.
En cualquier caso, libros que me empujen al teclado a escribir sobre ellos, como cuando corres a llamar a los amigos para explicarles algo bueno que te ha pasado. No hay tanto tiempo y no conviene perderlo en estupideces.
Como esas canciones que hace ya demasiados años, ya algunos, te empujaban a la pista o a levantarte, porque el pie no se estaba quieto.
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