Es como un drama en un solo acto que pasa a dos y luego a tres, para, en un momento que es un segundo de eternidad, parecer que amenaza con una segunda parte, o con no acabar nunca.
Uno cree que ciertas cosas que cambian, las que lo hacen en un cierto sentido lógico, no volverán atrás. La peseta no volverá, por jodido que esté el euro.
Entonces cuando el domingo vi aquellas miradas, aquellos vestidos y trajes pretendidamente elegantes, y tras leer acerca de la presencia de Sánchez Camacho, del de Ciutadans, en la Monumental, cierto escalofrío que recorre mi espinazo me advierte que quizás esa seguridad no tenga tanta razón de ser. Hay ánimo vengativo, hay ganas de hacer esa política de tierra quemada tan dada en el estado en que nos toca estar. Primero deshago lo que los otros hicieron, primero no dejar rastro de que mis enemigos estuvieron aquí antes que yo. Cambiemos hasta las cortinas del último lavabo, no quiero señal alguna de su paso por aquí.
Puede que la prohibición de los toros en Catalunya responda a algo diferente que evitar un maltrato animal, claro que sí. Por lo general no nos gusta esa asociación con los tópicos de los que llevamos toda una vida huyendo, y algo como los toros los aglutina todos de una manera tan ostentosa... vivimos tiempos difíciles y todo el mundo está muy susceptible. Cualquier cosa puede hacer saltar una chispa y cualquier chispa puede hacer estallar el polvorín social sobre el que estamos asentados. Por mucho que el movimiento indignado quiera intervenir, a las encuestas electorales me remito, la polarización se profundiza, la derecha prepara su instrumental para operar, políticas sociales, recortes en la autonomía. La que nos viene encima.
No hay ninguna duda: la versión en single es muy superior, pero este montaje muestra no sólo el delirante montaje del videoclip: también nos enseña al Marc Almond más histrión rodeado de una orquesta para él solito y sintiéndose la estrella, la justa estrella que debería ser.
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