dimecres, 3 d’agost del 2011

LA TIERRA DE LOS MIL TABUS

Ya lo dice la teoría de la entropía: el caos reina en el Universo (y añado, esto no ha hecho más que empezar). Así que basta una visita a la biblioteca, para devolver Meridiano de sangre y La vírgen de los sicarios, para que, tras la obligada visita a los estantes, el orden que me había marcado sea alterado por la irrupción de tres libros que elijo con un descuido que roza la indolencia. Aunque con un pequeño hecho en común: apenas ninguno de los tres supera las 200 páginas. Cosa que me recuerda el reproche de Bolaño: preferimos las cortas obras perfectas de los escritores a las magnas pero imperfectas. No siempre, en mi caso, pero sí en este verano que empieza a aparecer tímidamente. Estas semanas optaré por la variedad de escritores, de temáticas, dentro de esa coherente pose mía : contemporaneidad, a ser posible. Aunque sea en la actitud.

No había leído nada de Sergio Pitol y me encuentro de bruces con una especie de autobiografía, de reciente edición, en Anagrama, y de apenas 140 páginas. Apenas me suena haber leído autores mexicanos (aunque Pitol escribe la práctica totalidad de su obra a lo largo de sus estancias en el extranjero ejerciendo la carrera diplomática), si exceptúamos algún libro de Fadanelli y de Bolaño en su época allí, y no acabo de estar seguro si el de McCarthy no tenga alguna oculta mexicanidad. Por la consabida retahíla de motivos, no me acaba de convencer el libro. Motivos, algunos de los cuales son muy reprobables. Una portada nefasta, pues soy particularmente reacio a que los escritores figuren en las portadas de sus libros, si bién debería ser comprensivo en este caso. Esa excesivo énfasis en la relación de libros y autores de referencia. El tono aburguesado que enarca mi ceja levemente con Vila-Matas, aquí ya deviene tensión rayana con la rotura. La suma de los otros logros no llega a compensarlo. Me ha dejado simplemente algunas ganas de leer a Chejov, y poca cosa más. Más, por supuesto, la alegría de que gracias a la biblioteca, pueda experimentar y errar con indemnidad de mi bolsillo ni espacio ocupado entre mis cargados estantes. 

Despues del libro de Pitol he leido, en menos de un día, Soldados de Salamina. Sería injusto que mi opinión sobre este libro compartiera un post, pues debe tener uno, como mínimo, para él solito. Un par de días, por favor.


El tercer libro, que empezaré en cuanto acabe de escribir, es de una autora neoyorquina llamada Lorrie Moore. Sorprendentemente es el primer libro escrito por una mujer que voy a comentar aquí. Por ningún motivo en concreto. En casa hay libros de algunas escritoras, Posadas, Regàs, Etxebarría. Pero leí una recomendación sobre esta autora y el libro tiene 197 páginas. Es una casualidad y no me gustaría ser tildado de machista ni misógino ni caballerete trasnochado. Por respeto a mi mujer y a mi hija y a mi madre fallecida, y a Raquel y a Laura y a Yolanda y a Mercè y a Lydia. Si no leo más mujeres es culpa de los editores. En mis momentos de elucubración literaria he llegado a pensar travestirme en femenino para narrar una historia. Excentricidad que tardo poco en descartar pues cojearé en alguna sensación, no, en muchas no cojearé sino que me arrastraré por el suelo o necesitaré una silla de ruedas. Digo esto y a continuación pienso en cosas como Falete, esperpento al que mencioné (relacionándolo pérfidamente con Artur Mas) pero que si sacamos de su contexto y de cierto entorno podríamos llamarle Antony Hegarthy y a ver quien viene a tosernos y a discutir genialidad, malditismo, regusto sórdido por la perdición voluntaria y el más sincero sentimiento autodestructivo. El libro de Lorrie Moore se llama El hospital de ranas y espero poder hablar de él muy pronto. 

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