dimarts, 7 de juny del 2011

SECCIONES DE CUERDA SIN FRONTERAS

Para envidia de 6Q, que está pero no está (y puede que mire desde la ventana, pero esa ventana parece una mirilla y yo no sé qué pasa al otro lado), mi perniciosa influencia en gustos empieza a tener cierto alcance. Naturalmente la primera onda concéntrica están siendo mis hijos. A pesar de que he renunciado a teñir esto de comentarios excesivamente personales y que las apelaciones sentimentaloides me repelen como las uñas rascando una pizarra, creo que no me salto ningún principio básico. Ayer hablé de 14 años en 1973 o en 1978. Bién, 14 años en 2011 es lo que va a tener mi hija. Tiernas edades en las que uno ya debe pensar, como padre, como dosificas su acceso a determinado tipo de libros, de películas, de series, para evitar que otras influencias la sobredosifiquen. Debería alegrarme, pues mis recomendaciones van obteniendo sus éxitos. No sé si eso me convierte en un ser único o en adocenado integrante del montón de los que no quieren ser del montón, pero conseguí que leyese Estrella distante, ahora anda en El guardián entre el centeno, ya ha visto películas de Tarantino, y de Sodenbergh, sabe quién es Scott Walker y los Radiohead y por qué son tan importantes, todos ellos. Claro que es una despiadada manipulación, pero qué os pensáis qué es este blog más que un intento de influir en los gustos con el pretexto de mostraros o sugeriros cosas. Mis gustos no serán la panacea, claro, en los 90 compré, claramente, demasiados discos de house, algunos no se lo merecían pues son de esa turbia época donde el house dejó de ser una música dura y sensual para pasar a ser tralla para amenizar tardes en tiendas de ropa. 
Hay casos en que todo ha resultado extremadamente sencillo, mucho más de lo esperado. La verdad es que me es difícil imaginar quién no puede quedarse prendado o conmovido por el cine de Quentin Tarantino. Acción, sin ser la centralidad del argumento. Diálogos que retienes y evocas. Crueldad, a veces excesiva, pero con el contrapunto del humor negro. Actores sensacionales, montajes que quitan el hipo. Y esa cualidad, fascinante, de cuadrar música e imágenes de tal manera que ya no puedes despegarlas. Oyes la melodía, ves la toma, ves la cámara desplazándose, como si fuera al revés, como si la imagen se hubiera creado para acompañar a la canción, para marcar sus ritmos y sus parones. Este es un ejemplo extraordinario, presente en Kill Bill vol I. Ya sé que no es la primera vez, pero todas las obras geniales han de ser revisadas cada cierto tiempo.


Curioso como nos atrapa una canción completamente melódica, con un sonido stándard, en un japonés del cual nadie entenderá una palabra, supongo. Cuya intérprete muchos desearemos que sea el equivalente  nipón de alguien cool, de Françoise Hardy, de Mina, de Astrud Gilberto, pero igual no es ni Jeanette, igual es la pura Isabel Pantoja del archipiélago !!. Pero está en la película que nos encantó, y eso de repente la hace mejor. Preferimos no explicarnoslo.
Porque ese arreglo de cuerda, límpido, exacto, ese clarinete sonando en las nubes, igual no es tan diferente de este otro arreglo inicial. Oídlo hasta donde os llegue el aguante. A mí, sorprendentemente, hay veces que me ha llegado hasta el final.

Ya puestos, pidámosle al cielo para que Tarantino encuentre imágenes que cuadren con esta remezcla de los Zero 7, y la ponga en su próxima película. Aunque solo sea para ver qué puede acompañar a esas cuerdas sintetizadas que empiezan a subir a partir de los 2 minutos, que se van adueñando de la canción hasta crecer desde el 3:30, con la compañía de un Rhodes, subiendo hasta lo alto de los rascacielos. Para oir con el volumen a toda castaña, por supuesto. Como casi todo lo que pongo por aquí. Los vecinos no merecen vivir a espaldas de estas maravillas.


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