Me recosté para atrás, susurré, "joder", y me levanté hacia la nevera. No muy llena, tocará ir mañana a la compra, pero cómodamente llena.
Esto es justo lo que hice ayer, no recuerdo el momento exacto, mientras veía Inside job, documental que se llevó, estoy casi seguro, el Oscar hace unos meses, que recrea, en base a numerosos testimonios (algunos de ellos en situación de creciente hostilidad hacia el entrevistador), todo el proceso que nos ha llevado, de la mano de muchos poderosos, a nuestra situación actual.
Muchos de los que me leen igual ya lo han visto, quienes no, aullarán (ignoro cual será el sentimiento que llevará al aullido, pero aullarán), apretarán los puños, en fín, las reacciones más o menos tipificadas que tenemos los adultos de la especie humana cuando nos invade la rabia (rodeo que doy para evitar la palabra indignación). Espeluznante que el único de los que sale en el reportaje que se ha acercado más o menos a estar entre rejas sea Strauss-Kahn, y que lo haga por un asunto sin relación directa con el meollo del asunto. Todos los demás conservan sus puestos o han sido generosamente indemnizados, las cantidades ponen los pelos de punta. Me he sentido un pelo visionario pues hará unos meses ya emití alguna velada crítica a esas carísimas escuelas de negocios (siempre tuteladas desde algún lobby religioso) que existen en nuestra ciudad, y resulta que Inside job critica abiertamente Harvard, Columbia, retratando algunos de sus venerables profesores cuando se les cuestiona frontalmente tanto por lo erróneo de sus doctas opiniones sobre el devenir de los hechos, como por las cuantiosas minutas que en concepto de asesoramiento de algunas de las instituciones quebradas percibieron.
Cuando oigo la palabra Columbia pienso en Xavier Sala i Martín, y en sus americanas, claro. Quien no piensa en sus americanas.
Ya es una doble casualidad, aunque se veía venir, que justo ayer, manifiesto mi voluntad y pongo fecha a mi presencia en la acampada de Plaza Catalunya, y justo a las siete de la mañana de hoy, las fuerzas del orden, que deben obedecer órdenes de muy autorizados políticos, hayan decidido, con el pretexto de una limpieza y de la previsible celebración del triunfo del Barça, desalojarlos. Me ha decepcionado saber de la poca cantidad de gente que quedaba ahí. Sé que ahora se esta liando una buena, pues la gente sabe que desaparecer de ahí, de ese emblema, es la confirmación ya no de una decadencia sino del fín.
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