Un día escribiré sobre hombres de mediana edad que escriben en terrazas acariciadas por tenues pero persistentes lluvias, a horas en que sería aconsejable dedicarse a otras cosas. Otro día puede que lo haga sobre un músico que, superado por su éxito, descubre que eran todas las necesidades que pasaba, más que holgadamente cubiertas, las responsables de su inspiración, y , como no puede volver a ellas (y no sabe si querría ahora que sabe lo que son bandejas de caviar y cocaína en cada rincón de su casa) decide suicidarse pues le amarga la falta la inspiración y cuando deja de amargarle lo hace el aburrimiento, y descubre que sólo es feliz cuando duerme.
Hoy no es ese día. Hoy es el día en que digiero haber leído el libro póstumo de Roberto Bolaño, Los sinsabores del verdadero policía. Por lo cual existen dos consecuencias directas : seguiré guardando por un tiempo indefinido Los detectives salvajes como obra no leída, para paliar el mono que vendrá y, segunda, seguiré lamentando su muerte como la de alguien cercano. Seguro que aún no hubiese tomado té con la pesada de Isabel Allende ni el pretencioso de Paolo Coelho. Puede que faltase menos para hacerlo, pero aún no.
En las páginas de ese libro ( porque es una novela aunque sea remendada y arreglada con trozos y retales de papeles que alguien cariñosa y afanosamente ha puesto todo su empeño en recomponer) he vuelto a ver la realidad de un escritor con una imaginación desbordante y febril (y febril aquí es un apelativo repleto de aspectos positivos), tan capaz de crear un metalenguaje, un universo paralelo repleto de guiños y relaciones y vínculos, tantos vínculos bastardos y malnacidos que me hacen palidecer, o sonrojar, o enverdecer, cualquier color es válido para expresar la envidia que le tengo al chileno que se retrataba siempre fumando. Sólo en la parte del libro donde habla de la obra de Arcimboldi, el escritor venerado y traducido por uno de los protagonistas, vierte tantas potenciales temáticas y tramas para las grandes novelas europeas del siglo XXI que su mera lectura debería ser un poderoso acto sugerente de inspiración para varias generaciones de voluntariosos estudiantes de literatura.
Geniudo y genial, ya van muchas veces.
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