Sí: todo empezó esta mañana, a eso de las nueve en Twitter. Sí: hay quien se cagará en mi cuenta de Twitter y en todas las frases y las ideas que quedan restringidas a los 140 carácteres que un día definí como insuficientes pero que, mira tú, sirven para exprimir la necesidad de sintetizar lo que se quiere transmitir, lo cual no deja de ser, seguro, algo que afecta a alguna área del cerebro, en algún modo beneficioso. Si fui capaz de sintetizar el otro día una reunión de dos horas en una mera frase. Algo habré aprendido.
En cualquier caso: me quejé de lo frustrante que es no contar con prensa imparcial. De que todos los periódicos tienen una línea ideológica y que nuestro disfrute al final se reduce a los que tienen la línea que coincide con nuestras opiniones. Como si fuera nuestro plato favorito, nos regodeamos en su consumo y sólo hacemos que confirmar lo que ya creemos y cerrar el periódico diciendo que qué razón tiene este tío y puede que hasta recortemos el artículo para guardarlo, puede que apuntemos en algún lado aquella frase que nos haya impactado, que no es diferente que lo que hacemos con un Retweet, mostrar a los que nos siguen (curiosa palabra, algo caudillesca) que hemos encontrado otra joya que encastrar en nuestra corona.
Pues eso no debería ser así. Bromeaba con mi mujer y le decía si al final la única prensa fiable es la gratuita, el periódico de apenas veinte páginas que tomo de una pila descuidada cuando compro el pan entre semana. Si esa parquedad de medios que supone el decir Pepito hizo esto ayer en ese sitio (creo que los anglófilos lo llaman las cuatro W o alguna cosa similar) no es el mejor de los regalos para nuestra objetividad y para nuestra imaginación, si la esencia no es el mero conocimiento del hecho sin más aditivos que la mayor neutralidad posible (que no es demasiada: hasta destacar una noticia en aras de otra es una salvaje y violenta declaración de principios). En fin, antes de que esto sea un amago de puesta en duda de un código deontológico profesional, aclararé que mi decisión se solidifica en mi progresivo abandono de otra fuente de noticias que no sea mi presencia directa o lo que la gente dice en Twitter. Que gracias a eso sé de las cosas antes que alguien las pinte con sus colores y me las presente. Que encima tengo el regalo adicional de ver cómo lo comentan ciertos círculos, y, a poco que indague, cuales son las reacciones de las partes contrarias, cuando hay partes contrarias. Que suele ser casi siempre: la unanimidad es un asco, la unanimidad es una puta mierda y no hay peor escenario posible que la mayoría absoluta, que los pactos de estado de las grandes fuerzas (qué, qué coño va a salir del próximo gobierno alemán de coalición más que más ahogo para todas las naciones europeas que no se ajustan a sus fines). Quiero discusiones y quiero bandos enfrentados y sí, la confrontación generará sangre y fetidez (Bolaño, Bolaño, Bolaño), pero la confrontación genera cambios, y los cambios suelen mejorar las cosas. Los cambios son necesarios para todo: los cambios en las fronteras (esas alambradas, gran cagada de un periódico supuestamente de izquierdas que es el pistoletazo de salida a esta discusión vana e inútil) son necesarios porque las fronteras actuales proceden de escenarios basados en la injusticia: guerras, procesos de descolonización, conflictos raciales y religiosos, vestigios del feudalismo, y larguísimos etcéteras que gotean sangre y lágrimas (sí: me he dejado el sudor). Los cambios en las actitudes: los cambios en las necesidades educativas: los cambios en el sentido de la presión fiscal. Los cambios en el sentido de la labor política. Políticos como presidentes de comunidad de vecinos; gratis y por obligación, para que todo sea un palo horroroso y para que pronto aparezca otro primo con ganas de relevancia para cederle el testigo.
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