Mi insistencia en leer a Don DeLillo: error de gran magnitud. Por culpa del cual, me hallo sentado en un parque intentando construír un post con una BB cuya tecla central funciona horriblemente. Luego corregiré los acentos, que constituyen un suplicio adicional con este teclado. La tecla del centro: todo el rato regresa, espero que involuntariamente, al inicio de lo escrito. La culpa de que tenga que hacer esto es de Body art, corta novela de DeLillo, con la que intentaba resarcirme de tres intentos previos de acabar sus libros, sin conseguirlo. El libro va sobre los pensamientos de la viuda de un director de cine suicida. Sobre el diálogo interno que va urdiendo en su existencia en la casa que compartían. Imagino que, en algun momento, habrá una disquisición sobre las causas del suicidio. Imagino, y me quedo ahí, porque en la página 39, lo dejo correr. Gracias, DeLillo, por permitirme la reseña mas corta y precisa de mi breve carrera de crítico amateur.
Body art, de Don DeLillo. Menudo coñazo.
Como soy incapaz de escribir un post tan corto, y aún me queda una hora y media de observar a mi hijo progresar con el balón, sentado desde el banco, obligo a mi imaginación a volar. Sobre carroña. Porque es indudable que, en principio, DeLillo es mejor escritor que Amélie Nothomb, diría que eso, cualquiera lo afirmaría tajantemente. Pero resulta que pude leer tantos (cuatro) libros de la Nothomb, para acabar metiéndome con su goticismo chic puritano y remilgado de niña bién, sin excesivo esfuerzo. Por lo que DeLillo acaba haciéndome, casi, enojar. El teclado de la BB funciona aún peor, cosa que la edición posterior disimulará. Hace frío, y me arrepiento de no haber hecho caso a mi primera intención, agarrar Todo arrasado, todo quemado de Wells Tower, que, al menos, son relatos cortos, con lo cual siempre encuentras el que te pueda gustar o, como mal menor, no disgustar profundamente. Pero no tengo más remedio que escribir enfadado sobre la absurda manía de DeLillo de epatar con la meticulosidad de las descripciones. Para que, finalmente, estas descripciones no aporten más que pretensión impostadamente literaria. Diez páginas iniciales sobre un desayuno con soja y arándanos. Joder, ni le veo la excusa ni el más mínimo sentido. Y sé que alguien dirá que no puedo tirarme a tumba abierta por la ladera de una crítica tan sumamente demoledora con solo esas páginas, y que mucho menos debería hacerla extensiva a todos sus libros. También que no es justo, que he dejado muchos libros, no solo los de DeLillo, a medio leer, y les he ahorrado el varapalo de una crítica cruel. Sí. Pero venid aquí, a un parque en medio del centro de Barcelona, sentaros dos horas viendo flotar volutas de polen de varias especies de árboles, muchas de esas volutas, seguro, acabarán alojadas en mi tracto respiratorio y harán que estornude, violentamente, en cualquier momento. Añadidle el incómodo frío de la hora del crepúsculo en abril, el teclado defectuoso de este mecanismo del demonio, viendo cómo las 150 páginas que tengo sentadas en el banco , a mi lado, tan inofensivas y aparentemente asequibles, se han convertido en un muro alto e impenetrable que no franquearé. Entonces, no me habléis de la palabra perdón.