Y menos que tendré. Porque tras leer Seda hace un par de años llegó a parecerme que Alessandro Baricco iba a ser un escritor favorito. Me impresionó su extrema concisión, cómo el estilo minimalista, con capítulos que eran a veces meros párrafos de cinco o seis líneas, se manifestaba de una manera tan óptima y evocadora. Como la historia evolucionaba y como llegaba a un desenlace. Eran apenas unas 70 páginas, pero uno no se quedaba con la sensación de haber leído un cuento alargado. Más bién al contrario. Seda era una extensa novela despojada de todo lo superfluo, quedando entonces como un sólido armazón cuyos silencios eran tan importantes como sus palabras.
También influyó lo mucho que me gustaba City reading, arriesgado experimento de Air a base de suministrar bases para el propio Baricco leyendo en italiano algunos de los cuentos incluidos en otro libro suyo, City.
Pero ahí donde Seda y el disco de Air fueron fuente de placer, todo se ha reducido a eso.
Baricco es un personaje en Italia. Es un escritor que ha tenido programas de televisión sobre libros, que los ha vendido a millones y ha recibido premios. Tiene esa imagen del intelectual vagamente rebelde, con el pelo rizado algo largo, nunca con corbata. Bon vivant a costa de talento y originalidad, que no de pelotazos y especulación.
Probé con City, y me aburrió. Ahí no había concisión por ningún lado, más bien historias surrealistas con extraños personajes y situaciones estrambóticas.
Pero lo de Emaús ya ha sido demasiado: el libro prometía en sus primeras cincuenta páginas, sugería historias de la primera juventud, la que entronca con la adolescencia. El determinismo, la rebeldía, el progresivo alcance de la madurez a través de los escalones de la osadía y el atrevimiento. Correctamente escrito, y con un cierto punto de tercera persona que parecía presagiar algo relativamente excitante, para bien o para mal. Pero hacia la mitad una disquisición metafísica toma el poder de la trama. Menciones a los Evangelios, menciones a la influencia de la educación religiosa sobre el cuarteto protagonista. Parece que estamos frente al momento clave del libro, cuando se nos revela cómo esa creencia incide en las personalidades. Yo me aburro soberanamente, y decido cerrar el libro para no abrirlo nunca más. Ventajas del sistema bibliotecario. El arrepentimiento es gratis, y no tendré que acordarme eternamente del cúmulo de bostezos que me impidieron superar esa página ochentaypico (perdonad, decirlo a la Bolaño me resulta refrescante y evocador de que otras maneras de describir la juventud han sido posibles - véase Los detectives salvajes). Por segunda vez en menos de una semana; el libro de Bellow, ahora éste. Con Las correcciones de Franzen descansando para los momentos de placer que son sus cómodas dosis de 20 o 30 páginas. Hasta en eso parece ser un libro inteligente.
Respecto a Baricco : siempre me ha dado la impresión de que los italianos tienen demasiado cerca al Papa para estar convenientemente relajados. En literatura y en cine, y ya no digamos en música. Un país entero entregado a cantantes melódicos. Qué bien están los descendientes de italianos en Argentina alejados de ese extraño medio. De Benigni, de Ramazzotti, de Mocchia. Por favor, alejémonos de Mocchia.
Pues yo con Baricco todavía no he probado...y no será por no ver a gente leyendo y recomendado Seda...pero creo que de momento voy a seguir pasando...buen apunte lo de Argentina!
ResponEliminaAbrazo
Gracias por leer y comentar !!
ResponEliminaSeda vale la pena, apenas una hora de lectura. Si no hubiera estado en Anagrama ni lo hubiese considerado. Ahora tengo curiosidad por Camilleri.
Espero que los argentinos encajen bien el comentario.
Soy profundamente anticlerical. Bueno, soy anti-demasiadas cosas.
Salud !!