Si uno no quiere sonrojos (y cierto nivel de sonrojo a veces provoca efectos coercitivos), es bueno abstenerse de mirar hacia atrás en lo escrito anteriormente. Pero a veces la cuestión estadística lo requiere. Entonces, uno debe despojarse de devaneos nostálgicos y apreciar el criterio que aporta disponer de cierta perspectiva. Por una parte, para comprobar que se acerca la entrada publicada número 500 (con cierta trampa por la presencia de entradas en dos idiomas), por otra, porque ese breve vistazo me permite constatar un hecho avergonzante: llevo tres semanas y dos días sin reseñar nuevas lecturas.
Cuando, apenas hace cinco meses, me planteaba prácticamente un ritmo de libro diario (planteamiento tramposo, por eso, con libros de menos de 200 páginas). Que era una cosa de locos, lo sé, un sinsentido que solo lleva a la confusión (palabra que hoy me trae de cabeza), pues es humano reconocer que, sobre todo en la ficción, tantas lecturas seguidas acaban por enredarse como la hiedra, y las tramas y los personajes terminan, en ese enigmático lío que es el cerebro humano, por sentarse en las sillas que no les corresponden.
Un tímido indicio que indica que esta fase puede acercarse a su final es que, por fín, he vuelto a alcanzar el nivel de concentración necesario para una lectura algo exigente. Y ese modesto renacimiento está a punto de producirse (muy apropiadamente pues Bolaño prendió la mecha que encendió esta hoguera, por lo cual él revivirá las ascuas) gracias al magnífico, pero curiosísimo, falso ensayo titulado La literatura nazi en América. Obra aparentemente primeriza (publicado inicialmente por Seix Barral en 1993, reeditada por Anagrama), pero en la cual ya está presente el desbordante potencial creativo del escritor chileno. Que se manifiesta de una manera suntuosa, en muchas vertientes. Nombres. Títulos de libros. De capítulos. Evoluciones de la obra de escritores imaginarios. Vínculos entre ellos, imaginería, circunstancias biográficas. Maneras de morir. Alternativas al final de la II guerra mundial. La imaginación y el talento de Bolaño trabajan en este libro a pleno rendimiento. Ahí está la semilla que más adelante es el frondoso árbol de Estrella distante. Está, descarado, ese sencillo disfraz con el cual Bolaño viste a la trascendencia. La literatura nazi en América parece, a primera vista, un ameno divertimento con el cual Bolaño juega a crear un universo literario virtual. Pero en esas descripciones, más sintéticas a veces, más detalladas otras, está oculta la realidad más oscura y temible de la ideología de ultraderecha. La que debe alimentarse de sangre y violencia para crecer. La que no puede celebrar sus ritossin que existan trastiendas de horror y de sordidez. La que precisa del odio como combustible que pone en marcha la maquinaria.
Debo reconocer que alguna de las primeras novelas de Bolaño (Amuleto, Amberes) son recomendables solamente para fans rendidos. No es el caso de este libro. Aquí los grandes trazos de su estilo están presentes. Por encima de todo está su portentosa imaginación, casi abrumadora para los amateur (otra palabra que hoy me desorienta) que nos vemos incapaces de penetrar tan hondo en unas escasas líneas. Resplandeciente como un espejo en medio del desierto y, otra vez, la tabla que me engancha al fragor literario más inmisericorde: el que te obsesiona y te impide conciliar el sueño.
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