dimarts, 11 d’octubre del 2011

EL PEQUEÑO PAIS

Puede que supere, sin prisas, no quiero agobios, el pequeño tapón en que me confinó (no encuentro palabra más apropiada) la lectura de El mundo de los prodigios. A mí me pareció el libro más denso de la trilogía, de una densidad que a veces me resultaba un poco forzada: había que zanjar la historia de las artes escénicas de los primeros tres cuartos del siglo XX, el circo, el vodevil, la magia, el teatro, el cine. El rigor de Davies para encajar, sobre los diálogos de los personajes y ese recurso de la historia del subtexto, esa necesidad de detalle (gran frase la de un miembro del circo : Hollywood nos enviaría a todos al paro), acaba siendo un pequeño lastre pues demora el desarrollo de la trama, y alarga algo innecesariamente el desenlace que acabamos esperando, a medida que los detalles de los otros dos libros acuden a nuestra memoria; cómo intervino Magnus Eisengrim en la muerte de Boy Staunton.

Entonces la vida sigue tras dar cuenta de la Trilogía de Deptford. Estaba claro que otra lectura de tamaño requerimiento hubiese obrado sobre mí un efecto disuasorio. No todo pueden ser platos principales. Así que mi táctica marcaba acometer otro tipo de libro. Uno dinámico, con diálogos sencillos, básicos. Elegí No es país para viejos de Cormac McCarthy casi seguro de que cumpliría esos requisitos, con el pequeño y tramposo acicate de conocer previamente trama y desenlace pues vi esa película hace un par de años. Aparte de situar físicamente la trama y asignar facciones a los personajes, con la indiscutible supremacía de Bardem como Chigurh, haber visto la película ha permitido, en ciertos momentos, volar sobre las líneas y las páginas, de suerte que han sido apenas cuatro horas las necesarias para despachar el tomo.

No diría que McCarthy sea un escritor con un estilo espectacular, pero es indudablemente un gran novelista en el sentido ortodoxo. Crea buenos personajes, es original en la trama, la resuelve con solvencia. Ninguno de los tres libros que he leído de él me haría levantarme a aplaudir encendidamente, pero en ningún momento me he sentido decepcionado, y no he acabado hasta llegar hasta el final. Ahí es donde James Salter o Richard Ford pinchan un poco: McCarthy no adormece al lector yéndose de la trama o ralentizándola. No es país para viejos es un libro que funciona tanto si has disfrutado de la película antes como si (recomendado) lo haces despues. Diferente que Soldados de Salamina, pues detrás de la pelicula no está un nerd ávido de colocar a la novia y demostrar a todo el mundo que, además de guapa, tiene talento (Trueba & Gil), sino los hermanos Coen, cineastas que han metido cagadas, y de las buenas, pero que se redimen de ellas bastante a menudo. Leído el libro, lo que de ellos han desestimado lo está, siendo importante, en función de conseguir un ritmo visual, para nada con la intención de conseguir un impacto comercial o un guiño a una historia menos desesperante. Gran libro y gran película, y esto no es muy frecuente.

kd lang (con minúsculas en sus iniciales ) me fascinó un corto período de tiempo, en los primeros 90, por las inexplicables razones que nunca seré capaz de aclarar. Un físico andrógino y poco agraciado, un género (country de camisa de cuadros y zamarra con corderito) que me repelía por principios, y unos referentes completamente ajenos a mi cuadriculado mundo en esa época (el house, el acid, New Order, et al). Shadowland, disco de covers, es su absoluta cima creativa antes de ser fagocitada por una combinación de su propia estampa militante y la inevitable marea AOR que su discográfica lanzó sobre su obra para vender cifras con muchos ceros. Aunque sus discos ya viven muy alejados de mis reproductores, tres cosas tan ideológicamente dispares como un cover de Cole Porter, otro de un clásico de Peggy Lee, y, para acabar, uno de Donna Summer y Barbra Streisand (una especie de final de fiesta gay/lesbiana con la loca de Andy Bell, cantante de Erasure empeñado en mostrarse en todo momento más femenino que ella misma), no hacen más que revelar que a veces, copiar, o inspirarse bien, es otra vía de salida para el talento.


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