Perfeccionismo y completismo.
Una pareja íntimamente asociada a la condición de obseso por la música (aunque me gusta más autodenominarme vinyl junkie).
Quieres hacer ese (dependiendo de la época) cassette / CD intachable, donde cada tema sea el perfecto preámbulo del siguiente, donde alternes temas cortos pero intensos con temas largos, pero no en exceso. El tempo es sutil en un crescendo de tensión, pero también puede haber aceleración y momentos introspectivos. Instrumentales, voces femeninas, voces masculinas. Europa, Detroit, Brasil y Jamaica. Un hilo invisible que lo una todo. Una canción con vibráfono, otra con theremin, quizás una con piano solo (aunque lo descartes cuando te acuerdes del desastroso disco de Rufus Wainwright), o con una tenue sección de cuerda.
También quieres todo lo que alguien ha grabado. Ese dueto decadente en una entrega de premios (Bjork con Pj Harvey, pero kd lang con Andy Bell??). Esa colaboración con un artista que ya murió. Esos coros en el disco de un amigo. Esa extraña mezcla donde, del original, sólo queda una sílaba que se repite y va de un baffle al otro. Esa instrumental donde crees que simplemente, bailaba en un rincón del estudio mientras hacían las tomas. O dormía en un sofá. Pero estaba allí.
Pareja y dúo no es lo mismo. Ya no hablemos de terceto y trío.
Lo primero que pensé cuando oí West end girls de los Pet Shop Boys, por ese tono ligeramente nasal de la voz de Neil Tennant y la hierática pose de Chris Lowe, parapetado tras los teclados, fue en Soft Cell. En 1986 Soft Cell ya eran un exquisito cadáver con un último disco delirante (This last night... in Sodom) y su compañía discográfica conformándose de una manera agridulce: no habría otro Tainted love, pero sólo con ése ya podían llenar y llenar recopilatorios.
Yo no sé si mucha gente tuvo esa asociación de dúos pop tecnificados, pues la voz de Tennant siguió, más o menos, igual, hasta ser prácticamente una marca de fábrica de un estilo, de una época, mientras la voz de Marc Almond vivió muchas experiencias y pasó por algún que otro cabaret de los horrores.
Sí, 6Q, la horrorosa melodía de Chuck Mangione tiene una especie de territorio común con Suburbia.
Y sí, si te portabas peor, había que añadir otra palabra.
Así que cuando oí a los Sparks decir hasta mañana Monsieur, con ese riff de guitarra que también dice adiós, tuve ese efecto Proust. Me ví leyendo y recortando críticas de discos firmadas por Ramón de España en la Guía del Ocio de Barcelona, hacia 1980. Críticas de los Sparks, Devo, Roxy Music, los Damned y Magazine. No estoy 100% seguro de Damned, pero sí de los otros. Los Sparks me generan otra curiosa asociación de ideas. No sé si el del bigote era Ron o Russell Mael, diría que Russell, pero su bigote me hacía recordar a Dieter Meier de Yello, aunque aquél (Mael) fue primero. Y los dos me daba que eran dúos centroeuropeos, ligeramente tecnificados, algo sarcásticos, algo enloquecidos. OMD, Yazoo, (en voz baja, Erasure) los Suicide, DAF, qué raros, ayer menciono la sauna gay y los DAF son (imagino) tecno cutre y machacón de cuarto oscuro. No pienso en los Proclaimers ni en Simon & Garfunkel. Pienso en dúos europeos de música sintética, porque hubo una época (que debía ser sobre 1986 pero a lo mejor en mi inconsciente no ha acabado aún), en que pensaba que para hacer buena música electrónica había que ser europeo. No conocía, todavía, a Derrick May, a Kevin Saunderson, ni a Juan Atkins ni a Carl Craig y faltaban diez años para que Glenn Underground colase ésto en un recopilatorio, al ladito de Matthew Herbert.
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