La casualidad, o las circunstancias, a falta de motivos más palpables, son los que hacen que lleve unas semanas en las que esto, más que una bitácora, es una crónica.
Ahora voy (fui, todo ya es un pasado tan remoto que incluso ya he soñado con una Plaça de Catalunya limpia, aséptica, ordenada, tan teutónicamente compuesta que sólo el calificativo de onírica se le ajusta sin rechinar) a ver a las acampadas. Narro lo que veo. Vuelvo a ir, vuelvo a narrar. Diferentes ojos ven diferentes plazas, como las luces en la serie de cuadros puntillistas de Monet. Critico, sin pasarme, o sea, creo que debería haber criticado más sanguíneamente, a los medios del Grupo Godó. A pesar de ello les soy fiel. O quizás he dejado que se lo piensen. Pero en el tema de las acampadas es como si hubiéramos sacado una conclusión idéntica por métodos diferentes. Cosa que me descoloca.
Ahora leo estos libros a lo largo de estos días y los voy enumerando y los voy reseñando en el orden en que los leo y a veces la opinión del libro anterior tizna la del siguiente y parece, como si usase un crossfader, que el último parrafo contenga palabras del que va a continuación, con palabras en diferentes ritmos y tonos, pero que pueden cuadrarse.
Igual que Cass McCombs y los Sparks pueden convivir en una selección, alguna línea habrá que haga coincidir esa fragilidad de los inseguros y acomplejados adolescentes de Murakami con los implacables sicarios de gatillo (y cosas peores, la del gatillo es una muerte envidiable muchas veces) fácil de Don Winslow. 200 páginas de inmersión despues, lo único que me preocupa respecto a El poder del perro es que empiece a leerlo con lo que los Orbital (uno de ellos, imposible recordar cual) describieron como ojo pornográfico: una especie de fast forward que te hace saltar determinados pasajes para buscar los momentos de impacto: torturas, crueldad, masacres, ajustes de cuentas. Temo que eso me haga perder matices, temo que eso me precipite en su lectura, temo que en dos días tenga que rastrear puestos de prensa donde, al lado de espantosas publicaciones sensacionalistas en holandés o alemán, o maléficas revistas de crucigramas, el único hálito de esperanza es 1Q84 (y no le toca aún el turno a otro Murakami).
Eso antes de que esta extraña sensación de aburrimiento programado convierta mis ensoñaciones en delirios y corra en agosto a hacerme un primer tatuaje del que arrepentirme en septiembre. Aunque seguro que antes de que eso pase aparecerá alguna canción que me convenza de lo contrario.
1Q84...lo he tenido en las manos varias veces...agradecería tu opinión
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