DULCE COMO LA MIEL

Cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo.

No encontrar en kilómetros a la redonda ni un libro decente que no haya leído ya, provoca que me acuerde constantemente de esa frase.

No me gustan los crucigramas.

Me harté de los sudokus un lejano día hace unos seis o siete años, cuando me di cuenta que no servían para nada. No es que los crucigramas sirvan para gran cosa. Si esas cosas se llaman pasatiempos, a falta de otro nombre, será que es para lo que sirven.

Así que dispongo de tres opciones:

Descarto rápidamente la de leer por segunda vez alguno de mis tres libros: hay que dejar un lapso entre dos lecturas de un mismo libro. Tiene que merecerlo, primero, pero también sus recuerdos tienen que reposar hasta que empieces a echar de menos sus pasajes y sus frases. La precipitación es la madre de muchos errores.

Podría destripar cada titular de la prensa diaria hasta la saciedad: qué pasa con Italia, cuando fichamos a Cesc, como puede ser que se ponga a llover en pleno julio. Pero eso supone seguir el ritmo de la prensa, y ya me he enfadado porque cierta prensa no se ha comportado a la altura (a la de mis caprichos, de acuerdo, pero eso también es una altura). Además casi todo lo que sale allí es tan triste que mis comentarios van a estar de más, no sirvo para endulzar artificialmente, todo es tan apocalíptico (menos para unos pocos) que ni el más sarcástico de mis comentarios va a empeorarlo.

Podría formular un alegato sobre (contra) cada uno de los escritores cuyas obras he rechazado, esas que se hacinan en los estantes, y que no tengo intención de leer. Podría incluso comprar uno de esos libros y leerlo para poder machacarlo luego. Eso no haría más que fortalecer cierta fama surgida de verter bilis sobre todo lo que se ponga por medio.

Si alguien quiere aconsejarme, será de gran ayuda.