Mi primera reflexión es muy clara. Prologar los posts les quita trascendencia literaria. No hay que explicar lo que se dice, hay que decirlo y ahí queda. Queda anulada por la siguiente. Y es que usar tal pretexto para evitar hacer algo que me apetece no solo es absurdo, sino de una pretensión insoportable, que la palabra trascendencia en el ámbito de un blog que leen unas pocas decenas de personas ya es lo bastante patética. También por el hecho de que esta será la primera entrada del año, y la provoca no que Catalunya tenga gobierno o que Messi siga acrecentando su leyenda, sino que haya muerto Bowie y que ello me haya pillado leyendo a Knausgard.
Mi abuelo, el único carnal que llegué a conocer, murió en 1973. Mis padres me llevaban a verlo algunas tardes de los fines de semana, al viejo piso de alquiler en una empinada calle en Poble Sec,, donde vivía con la mujer que se había casado con él en segundas nupcias. Mientras los mayores hablaban de sus cosas, yo me quedaba en una pequeña sala donde había una TV sobre una de aquellas antiguas mesas que contaban con una plataforma donde se amontonaban revistas y periódicos. Debía ser el año 71 o el 72, cuando en una de esas revistas, y debo recordar que entonces aún vivía Franco, vi por primera vez fotos de David Bowie. Con pies de foto escandalizados, con colores absolutamente excesivos, supongo que eran las fotos de sus conciertos de su era más osada en lo estético. Pelo rojo, cejas afeitadas, maquillaje estridente. No puedo decir que me quedara fascinado. A esa tierna edad, 7 u 8 años, y rodeado de la austeridad y la tristeza que flotaba en el ambiente de la época, bastante tengo con recordar esos momentos en que arrodillado en el suelo y pasando páginas, su aspecto me inquietaba, casi puedo decir que me daba algo de miedo.
Pasaría algún tiempo hasta que tuve mi siguiente encuentro. Fue en la habitación de una prima algo mayor que yo. Un dibujo a lápiz de una portada de uno de sus discos. puede que Aladdin Sane, imposible recordarlo. Colgado en la pared del cuarto, me resultó algo difícil concebir tal idolatría hacia alguien, siendo Bowie como era alguien muy alejado de los vacuos ídolos adolescentes al uso en la época. Curiosa mi situación en aquel momento: sabía perfectamente cual era el aspecto del tipo y aún no había oído un solo segundo de sus canciones. Creo que el primer disco que oí fue Diamond dogs, un disco algo agresivo e indefinido que quedaba entre su etapa glam y la época de Berlín. Me sorprendió que fuera un disco más anclado en el sonido rock de lo que me esperaba, aunque he de decir que sinceramente no sé lo que esperaba en su lugar. Había que seguir avanzando. Un bar de esos en los que acabas metido, desesperado a la hora de apurar un domingo por la tarde, fue el extraño escenario en que oí por primera vez Heroes. Suficientemente consciente de que era una figura respetada por la generación punk, generación que no respetaba a demasiada gente, y bien que hacían, solo ahora tomo consciencia de que, por encima de que Bowie había parido un clásico instantáneo (ayudado por Brian Eno, prófugo de Roxy Music, la única banda que podía competir para eclipsar su posición en el trono del glam-rock), Heroes era krautrock, era reinvención otra vez, y lo mantenía a flote a salvo de que cualquier nueva oleada pretendiese hundirlo.
Más adelante acudí (un repaso oportuno ha desvelado que ya hablé de eso aquí) a ver Yo Christina F., impactante película alemana de yonkies que daba mucho miedo, y en la cual Bowie acaparaba la banda sonora con muy oportunas canciones de su época de Berlín.
Y no mucho más tarde me compré su primer disco consciente de hacerlo: fue Scary Monsters, y lo hice tanto por la fascinación que me despertaba una canción increíble como Ashes to ashes, con el personal aditivo de que en su vídeo apareciera Steve Strange, como por algunas curiosas circunstancias relacionadas con algún empleo ocasional que tuve un verano, que no viene al caso entretenerse en detallar. Mi decepción con su carrera artística empezó con Let's dance, cuya estridente producción me pareció incoherente e impropia, y se consolidó con Never let me down. Era una decepción a muchos niveles, tanto me parecía inconcebible que un tipo capaz de empaquetar sus discos en portadas horripilantes de haberlo hecho en otras ejemplares e icónicas, como las de Heroes o Low, como echaba de menos el tono épico en las composiciones. No debo andar tan desencaminado,, cuando posiblemente el último gran clásico de Bowie fue China girl, que encima era una composición de Iggy Pop. Hasta The next day no sentí la necesidad de oír a fondo ninguno de sus nuevos discos, y recuerdo, pero no me lo tengáis en cuenta, que ya mencioné lo cansada que sonaba su voz en aquel destacable disco. Podríamos especular tanto sobre los motivos de ese cansancio.
Cuando murió, yo llevaba varios días negándome a leer ninguna crítica de Blackstar que no mencionara en su primer párrafo la ostensible influencia de Scott Walker en este disco. Todo el mundo hablando de la influencia espiritual de Kendrick Lamarr en su proceso de grabación y muy pocos rindiendo tributo a Walker. Cuestiones que me indignan, que algo tan obvio sea ignorado por nadie dispuesto a hablar de un disco me resulta incomprensible.
Desde aquí poco puedo hacer para engrandecer el mito de David Bowie. Es la figura más carismática de la música tal como la concebimos, y solo se me ocurre que Bob Marley pueda estar a la altura. Fuera de universos e iconos personales, su influencia no se limitó a canciones, sonidos o arreglos. Fue un auténtico adelantado a su época en trasladar lo teatral y lo cabaretero a la música y a la estética de varias generaciones, sin complejo alguno, más bien poniéndose de una forma bien clara en el centro de los focos. Fue homosexual, heterosexual, bisexual, claro y turbio, excesivo y elegante, clásico e innovador. Colaboró con Bing Crosby y colaboró con Arcade Fire. Inspiró que letras de Kraftwerk o Radio Futura le mencionaran. Envejeció con una dignidad envidiable y planificó una despedida trágica y astuta como nadie había hecho jamás. Seguramente su alter ego frío y calculador llevaba meses con el plan maestro diseñado, consciente, sin odiosas falsas modestias, de que su vida no iba a tener un final cualquiera, que el mundo se vería conmocionado en capas más profundas que con otros personajes. La modestia no iba con él. Ni falta que le hacía: ved como se movía en el escenario, ved como dominaba audiencias a las que sacaba dos o tres décadas, y decidme quién cojones va a igualar eso, quién narices va a ocupar ese trono.
Más adelante acudí (un repaso oportuno ha desvelado que ya hablé de eso aquí) a ver Yo Christina F., impactante película alemana de yonkies que daba mucho miedo, y en la cual Bowie acaparaba la banda sonora con muy oportunas canciones de su época de Berlín.
Y no mucho más tarde me compré su primer disco consciente de hacerlo: fue Scary Monsters, y lo hice tanto por la fascinación que me despertaba una canción increíble como Ashes to ashes, con el personal aditivo de que en su vídeo apareciera Steve Strange, como por algunas curiosas circunstancias relacionadas con algún empleo ocasional que tuve un verano, que no viene al caso entretenerse en detallar. Mi decepción con su carrera artística empezó con Let's dance, cuya estridente producción me pareció incoherente e impropia, y se consolidó con Never let me down. Era una decepción a muchos niveles, tanto me parecía inconcebible que un tipo capaz de empaquetar sus discos en portadas horripilantes de haberlo hecho en otras ejemplares e icónicas, como las de Heroes o Low, como echaba de menos el tono épico en las composiciones. No debo andar tan desencaminado,, cuando posiblemente el último gran clásico de Bowie fue China girl, que encima era una composición de Iggy Pop. Hasta The next day no sentí la necesidad de oír a fondo ninguno de sus nuevos discos, y recuerdo, pero no me lo tengáis en cuenta, que ya mencioné lo cansada que sonaba su voz en aquel destacable disco. Podríamos especular tanto sobre los motivos de ese cansancio.
Cuando murió, yo llevaba varios días negándome a leer ninguna crítica de Blackstar que no mencionara en su primer párrafo la ostensible influencia de Scott Walker en este disco. Todo el mundo hablando de la influencia espiritual de Kendrick Lamarr en su proceso de grabación y muy pocos rindiendo tributo a Walker. Cuestiones que me indignan, que algo tan obvio sea ignorado por nadie dispuesto a hablar de un disco me resulta incomprensible.
Desde aquí poco puedo hacer para engrandecer el mito de David Bowie. Es la figura más carismática de la música tal como la concebimos, y solo se me ocurre que Bob Marley pueda estar a la altura. Fuera de universos e iconos personales, su influencia no se limitó a canciones, sonidos o arreglos. Fue un auténtico adelantado a su época en trasladar lo teatral y lo cabaretero a la música y a la estética de varias generaciones, sin complejo alguno, más bien poniéndose de una forma bien clara en el centro de los focos. Fue homosexual, heterosexual, bisexual, claro y turbio, excesivo y elegante, clásico e innovador. Colaboró con Bing Crosby y colaboró con Arcade Fire. Inspiró que letras de Kraftwerk o Radio Futura le mencionaran. Envejeció con una dignidad envidiable y planificó una despedida trágica y astuta como nadie había hecho jamás. Seguramente su alter ego frío y calculador llevaba meses con el plan maestro diseñado, consciente, sin odiosas falsas modestias, de que su vida no iba a tener un final cualquiera, que el mundo se vería conmocionado en capas más profundas que con otros personajes. La modestia no iba con él. Ni falta que le hacía: ved como se movía en el escenario, ved como dominaba audiencias a las que sacaba dos o tres décadas, y decidme quién cojones va a igualar eso, quién narices va a ocupar ese trono.