No hay que estar quieto. No s'ha de estar quiet. Ez da geldirik egon behar. Don't stand still.
dimecres, 31 d’octubre del 2012
UNA TARDE CUALQUIERA
PANTALONES DE CAMPANA
Qué fácil le parece a uno escribir un libro como Las leyes de la frontera. No puede ser complicado. Te informas un poco, aderezas esa documentación con parte de tus recuerdos personales, convenientemente distorsionados como para que nadie se sienta mal aludido, cambias nombres o circunstancias banales a personajes, a veces combinas trazos de uno con características de otro. Pillas de aquí y de allá, si hablas de una época concreta lees libros de esa época, recorres bibliotecas y hemerotecas, editas, empleas tu estilo, estructuras, montas una trama que actúe de argamasa unificadora. Ya está.
Bueno: eso parece.
Ahora, cómo haces que un estilo teóricamente llano y directo no llegue a cansar, cómo para que los diálogos se limiten a lo que aporta algo sustancial al libro, cómo para que los personajes se revelen en infinidad de matices con apenas unas apariciones y unos hechos, aunque esos sean, sí, los que definen y determinan a las personas. Cómo haces, entonces, para que las páginas, más de 380, vuelen, para que cierto suspense se mantenga, aún escribiendo a base de entrevistas narrando hechos de 30 años atrás. Cómo haces, entonces, para que algo que parece tan superado como las historias de quinquis, aquellas que llenaron películas de De la Loma, aquellas de las que siempre se decía que los protagonistas eran reales (eran entonces precursoras de The Wire?), aquellos mitos urbanos que marcaron no a fuego, sino a punta de navaja, los últimos 70 y los primeros 80, acaben protagonizando una novela tan evocadora?.
Quizás llamándote Javier Cercas.
No voy a intentar profundizar mucho más.
Las leyes de la frontera es una historia de oportunidades, de traiciones y amistades, de engaños constatados y de engaños supuestos. Una historia de regusto clásico, una especie de extraño triángulo amoroso aderezado con una trama casi aventurera (al principio, luego se volverá más trágica) de delincuencia juvenil. Los que habitábamos las grandes ciudades recordamos aquella época, aquellos barrios y aquellas calles que convenía no cruzar, ni tan siquiera acercarse. Aquellas pandillas en las puertas de los bares y en las entradas de las salas de billares y futbolines, aquel miedo al doblar la esquina, aquellas miradas atrás. El Gafitas, la Tere, y el Zarco son ya personajes, reminiscentes en mayor o menor medida de personajes reales, que formarán parte del imaginario de Cercas, como lo era el ambiguo narrador de sus dos novelas anteriores, y aunque aquí el escritor no juegue tan abiertamente al equívoco sobre su situación respecto al libro y a la realidad. Obviamente cualquiera que haya vivido en Girona en esa época debe leer esta novela y, casi obligatoriamente, darse una vuelta para ver qué fue de todos los lugares que se describen en ella. Cualquiera que lea esta historia y se pasee por allí correrá a vivir las sensaciones atravesando las calles y las fronteras de las que se habla. Y la prisión y el nuevo parque. Cercas podrá, o no, escribir libros que vendan a porrillo y sean presas de esa etiqueta que a tantos nos pone a la defensiva. Pero su formidable capacidad de contar y evocar no puede quedarse ahí. Cercas no es un escritor de éxito, es un grandísimo escritor de éxito más que merecido. Brillante novela de un autor que empieza a generar un auténtico mito. No creo,por cierto, que la película tarde demasiado.
dimarts, 30 d’octubre del 2012
MAS HISTORIAS DE NIÑOS
A raíz de cierta polémica muy ligera acerca de los premios Nobel, sus merecimientos o no, y su errático criterio de valoración, acabo interesándome por la lectura tanto de algunos premiados como de algunos de los que, leo, deberían serlo. Coincidencia, el de Patricio Pron, uno de los últimos libros que me ha impresionado, también presentaba en portada una foto en blanco y negro con tiernos infantes. Aunque estos no eran los protagonistas. En el caso de esta novela de Amos Oz, el protagonista sí es un niño, aunque la narración es por parte del ya adulto que ha crecido y, pasados más de cuarenta años, rememora en muy vívida primera persona los hechos que le acontecieron a sus tiernos doce añitos. Lo cual ya descarta el componente trágico: sabemos, salvo colosal sorpresa que no se produce, que lo que pasa en el libro no representará riesgo para su protagonista.
Parece ser que mucha gente considera que Amos Oz debería alzarse con el Nobel una vez la gira que dé dicho premio vuelva a Israel, tras pasarse últimamente por China, Escandinavia, Sudáfrica, y otras literariamente exóticas (para la mayoría occidental) zonas del globo. El caso es que esta es una novela bien escrita, con una, intuyo, aunque debería callarme con mis nulos conocimientos del hebreo, excelente traducción. Lo digo porque es meritorio el estilo literario que ha quedado al traducirlo, algo que no siempre se da por sentado cuando hablamos de lenguas no tan difundidas como inglés o castellano. Sin ir más lejos, en el libro de Imre Kertész de hace unos días noté cierta artificiosidad en la traducción literal desde el húngaro, cierta dificultad de encaje. No pasa con el de Amos Oz: Una pantera en el sótano (título que obedece a una imaginaria película con Tyrone Power que el protagonista recuerda profusamente) es un libro con una prosa impecable, con una historia que interesa rápidamente, ambientada en el mandato británica en la Jerusalén previa a la creación del estado de Israel, y con un personaje que no hace del niño blando y repelente de otros libros: este es un preadolescente judío al que las hormonas empiezan a despertar y que entabla juegos con sus amigos que ya acarrean cierto riesgo físico.
En uno de sus juegos conoce al soldado inglés interesado por la cultura hebrea que intercambiará conocimientos de idiomas con él. Y al que el niño intentará sonsacar información para la organización de ayuda a su pueblo que ha creado en juegos.
La trama da para hablar de esa nación judía sin estado de 1947, de la sensación de desconfianza en que anda sumida (hacia lógicamente, alemanes y árabes, pero también hacia ingleses) y de su sorprendente (aunque Amos Oz es un escritor israelí y ello hay que tenerlo en cuenta) cohesión como pueblo, y su impecable instinto de supervivencia.
Con estos mimbres la novela podría haber ido a más, optar incluso por el amago de narración con tono ligeramente aventurero, y se queda en una especie de fresco de un escenario previo a hechos históricos: tentativa interesante pero algo desleída pues emplea más esfuerzo en sus mensajes subliminales historicistas y algo dogmáticos que en el puro estímulo del suspense más policíaco.
dilluns, 29 d’octubre del 2012
RAZONES PARA LARGARSE #933
Bien alineadito a la derecha para que su sonrisa sea más franca |
Los clásicos nombres y apellidos hispánicos comparten la característica de no incluir la letra W. No así en Hispanoamérica, o como queráis llamarla, donde hay profusión no solo de W sino de Y al final de apellido (y antes de consonante), de K, y de dobles consonantes, PP, SS y TT, indudablemente estas últimas procedentes de apellidos italianos, e indudablemente dobles grafías que nunca serían conscientes de las múltiples interpretaciones a las que el avance de los tiempos las expondría.
Entonces: queda claro que Wert no es un apellido directamente español, ni españolizado. Siempre me hizo gracia el nombre de un jugador argentino que se alineó con Madrid, Español y Zaragoza, allá por los 90. Juan Esnáider: eso era una adaptación. O quizás la obra de un funcionario demasiado vago y un padre demasiado temeroso en el registro de nacimientos. Pues indudablemente el apellido en cuestión fue Schneider, y sufrió una evolución, seguro, nada darwiniana. Toda urgencia y pragmatismo: muy complicado, pongámosla como suena, y respetemos, por eso, las reglas de acentuación y el uso de los diftongos.
Si hubiera pasado algo así, el ministro de educación del estado español se llamaría Güert, y su nombre en vez de sonar alemán, sonaría hasta medio catalán, por el uso de la diéresis.
Bien: Wert ha dicho ya abiertamente que la educación de los niños españoles (saco en el que muy coherentemente con su ideario y las directivas recibidas ha incluido a los catalanes) debe contener elementos ideológizantes. Es decir, que se ha de instruir en un determinado sentido y anular (el grado ya lo establecerán cualquier día de estos, las mayorías absolutas es lo que tienen) tanto el libre albedrío como la voluntad que cada uno tiene para decantarse por un ideario en función de la contemplación de la realidad y la adaptación a sus circunstancias. Que es como algunos configuran su ideario.
Va a ser lógico entonces que unos cuantos queramos largarnos de un estado donde los niños no son educados para tomar sus decisiones. ¿O no?. Sin saber lo que hay al otro lado del espejo, seguro que es lo mejor de lo que hay en éste.
diumenge, 28 d’octubre del 2012
DEJANOS RESPIRAR
Y es posible que viceversa.
Tengo un delantero ante mí que siempre quiebra hacia el lado diferente al que yo defiendo.
Y es posible que viceversa.
Los párrafos: si soy ese que ya han definido, el del exceso de subordinadas, la sobredosis de paréntesis (y me he fijado. Hay más gente que usa puntos seguidos dentro de los paréntesis.¿Será eso correcto?), el uso algo errático de los dos puntos (que en inglés se llaman colon, y no le veo relación), y las frases atropelladas, según Karina, como si me fuera la vida en ello, según Álex, para provocar vueltas de campana, vamos, poneros de acuerdo. Si soy ese tipo de estilo tan heterodoxo, qué hago un día cualquiera preguntándome si ese horrible hábito de enganchar un tema con otro, eso que en literatura fina se llama concatenación, no es en realidad el causante de que mis párrafos sean largos y monolíticos y no vea, aunque lo busco, el momento de intercalar, zas, un punto y aparte, un retorno de carro, y dar, entonces, el tema por zanjado.
Entonces pienso que eso no deja respirar y pienso en el estilo a definir como urgente, que suena a médico, o atropellado, que suena a accidente de tráfico, que también suena a médico, y pienso cuánto atrás habría que ir en el tiempo, hasta encontrar un momento en que la palabra atropellado ya no tuviera el sentido que tiene ahora, el físico, el del coche que no frena a tiempo, y el golpe seco, el sonido de fémur partido o de radio hecho migas. Pienso en el origen de la palabra, estimo que la palabra tropa tenga algo que ver, y los veo desfilando, a los soldados, disciplinados, hasta que uno pierde el ritmo o se pisa el cordón de la bota que no pudo atarse porque prefirió ir a mear, los soldados mean, no orinan, son soldados y no señoritingas, ése que se pisa el cordón tropieza, o se para, o cambia el ritmo. Y los que van detrás se aturullan. Se paran, se desordenan.
dissabte, 27 d’octubre del 2012
EL OBSERVATORIO
Siempre que se había parado en sitios así le parecía estar escuchando una vieja canción de Captain Beefheart. Una canción curiosamente normal. Pero aquella vez no le dio tiempo a reproducirla en su cabeza: el comisario se presentó con una puntualidad exquisita. Justo a esa hora en que el sol se ponía: las siete de una tarde de octubre.
-Mirando el paisaje?.
-Hola. Más o menos.
-Esta hora siempre me ha gustado.
Unos metros más allá, un par de coches empezaban a acumular en sus cristales la nebulina de vaho tan característica. Un clásico sitio discreto al que la gente acudía para estar solos en compañía. El comisario no le comentó nada, pero a veces se ponía místico respecto al uso de esos rincones. Claro que pensaba en las parejas y en sus encuentros sexuales. Pero también pensaba en quitar el freno de mano y dejar caer el coche lentamente hacia el precipicio. Entonces pensaba en aquello simbólico de la vida y la muerte. Pero eran sólo pensamientos que se reservaba para sí. La gente le iba a tomar por loco si lo dijera. Tebía que preservar su imagen. Esas cosas de hablar sobre cómo uno se sentía o pensaba no eran, decididamente, para él. "Revelar esas cosas es dar información al enemigo."¿ Qué enemigo?."Los hombres como yo siempre tienen enemigos".
-Ve todas esas luces.
-Miles.
-Sí, miles. Pero hace años había muchas más.
-Vaya.
-Esta ciudad crecía. Crecía y crecía y cada vez que yo pasaba por aquí había de mirar más lejos para ver dónde acababa. Pero eso se ha terminado.
-Ya.
-Esta puta situación nadie sabe cuándo va a mejorar. Ni cómo. ¿Ve la torre más alta que se ve, al lado del puerto?.
-Sí.
-Pues allí mismo, al lado, conocí a mi mujer. Era recepcionista de una empresa donde trabajaba un informador. Que ya murió, por eso se lo puedo decir.
-Lo siento.
-Déjelo: el tipo era un capullo, pero en esa empresa, fíjese, me ponía las botas. El tipo nos informaba y además el propietario nos daba dinero para que estuviéramos seguros de que si pasaba algo malo, no fuera a su negocio.
-Menuda suerte.
-Y no era él solo: montones de gente nos tenían, como le llamaban, atenciones. A final de año, pero durante el año también. Y mire cómo me tengo que ver ahora.
-¿Cómo?
-Pues con cuatro malnacidos que dicen que nos evalúan y nos miden la productividad y no sé cuantas mierdas más. Y que nos han amenazado con echarnos a la calle. Aunque seamos funcionarios fieles de toda la vida.
-Mucha gente está así.
En ese momento, el comisario cambió de postura. Hasta ese momento los dos estaban mirando al frente, a la ciudad que, oscureciendo lentamente, se extendía a sus pies. Pero cuando dijo esta frase.
-Yo no soy mucha gente.
Se puso en frente de Jesús, y le miró, o eso quiso hacer, muy fijamente a los ojos.
Cuando llegó a su casa, a la hora de la cena, tras quedarse casi un cuarto de hora sentado en el coche, a oscuras en el párking de su edificio, oyendo la radio, su mujer estaba en la cocina atendiendo pacientemente una sartén en la que un líquido amarillento burbujeaba.
-Hablaste con ese chico.
-Creo que ya le he convencido.
-¿Y qué le dijiste?
-Sabes que no tendría que explicarte cosas del trabajo.
En ese momento, su mujer cambió de postura. Hasta ese momento los dos estaban mirando al frente, a la salsa que, humeando lentamente, se cocinaba antes de ellos. Pero cuando dijo esta frase.
-¿Ni cuando son imaginarias?
Se puso en frente del comisario, y le miró, o eso quiso hacer, muy fijamente a los ojos.
Y él le contestó.
-Le dije todas las mentiras que necesitaba decirle.
divendres, 26 d’octubre del 2012
LA TRAYECTORIA EJEMPLAR //1
Hace días tuve un conato de rifirrafe en la red. Bueno, tengo algunos, sobre todo en Twitter, donde la gente se escuda tras el anonimato para amenazar y mostrar mal perder. No amenazar en general, sino hacerlo personalmente, aludiendo a derechos fundamentales, justo los que ampara la constitución que algunos defienden ahora que les conviene.
El rifirrafe al que me refiero era sobre Pet Shop Boys y el raquítico (apenas media docena de canciones memorables) balance de su trayectoria desde 1994. Fue una chica argentina quien se lanzó a mi yugular en defensa del dúo. Lo cierto es que todo volvió a su cauce. Yo usé la diplomacia que sólo la edad y las hostias te otorgan, y la chica argentina se contuvo y actuó de la manera más educada y considerada. Tocar los ídolos es peligroso, y no quiero pensar cual hubiera sido mi respuesta en diciembre de 1990, cuando Behaviour estaba empadronado en el plato de mi giradiscos. El caso es que esta discusión ya la recuerdo con cariño, cómo, si no, si nada hay que me guste más que la pasión de la gente, aunque obviamente me decante por que esa pasión tenga un objeto decente. El incidente también trajo a mi memoria cierto comentario que leí sobre los Gutter Hearts, agresivo grupo de fans a muerte de Marc Almond, dispuestos a todo con tal de defender al cantante británico. Que es, aún, junto a David Sylvian, uno de los nombres que siempre acuden a mi cabeza cuando se habla de trayectoria ejemplar y de coherencia absoluta. No sé si ya quedan muchos Gutter Hearts por el mundo. Los clubs de fans de artistas tan alejados de la corriente tienden a concentrarse y menguar, hasta reducirse a reuniones de chalados intransigentes que ponen disco tras disco, sonándose los mocos entre llantos de nostalgia y promesas de no tardar tanto en verse la próxima vez. Por eso este que escribe ha abandonado la mitomanía hace ya tiempo. No me permitiría dar una imagen tan patética.
Aunque tened muy claro que si yo fuese un fan lo sería de este hombre.
La primera vez que oí Tainted love yo tenía 17 años; daban un programa en una emisora de FM donde un locutor aún en activo llamado Jordi Beltràn la puso y habló de la música de la nueva era. 1981 o 1982. Soft Cell, dúo electrónico que había grabado la versión del clásico del Northern Soul, cuyo cantante era Marc Almond, aún viven puntualmente de los royalties que les da esa canción. Y muchas versiones, como la repugnante que hizo Marilyn Manson, lo son de su adaptación y no del original. Jodido empezar una carrera con un hit global de esas dimensiones; todo fue, a partir de allí, cuesta abajo, en lo que a repercusión comercial se refiere.
Tras vender trillones con el LP que contenía la canción, un sabiamente titulado Non-stop erotic cabaret, el dúo empieza a apagar luces en The art of falling apart, donde abandonan un sonido amateur y callejero para pasar a un plano menos carnal. El primer disco era sexo sin amor, el segundo es sexo con amor. A pesar de lo cual yo noto cierta presión del grupo por repetir un bombazo como Tainted love.
Para el tercer disco, apropiadísimamente titulado This last night... in Sodom el descontrol es absoluto. El caos del disco ya es perceptible en la abigarrada y caótica portada, y las canciones son bizarras, difíciles, casi voluntariamente poco melódicas, acabadas a martillazos, desprovistas de ganchos y no dando una sola facilidad al oyente. Tainted love está desterrado. Almond grita, se desquicia,desbarra, la producción tiene aristas, las canciones son tortuosas, los estribillos brillan por su ausencia, el desorden llega para quedarse. Normal que el grupo se desbandara. Dave Ball, el teclista, era un tipo discreto. Almond se había transformado en una loca sobremaquillada y sobreactuada con tendencia al histrionismo, una especie de frontman incontrolable, un animal de escenario al que un tipo con unos teclados no podía atar corto ni seguir el ritmo.
Así que Marc Almond inició una carrera en solitario en la que sólo contaba con la fama que le precedía. Peor: condenado a la genuflexión ante un público que le pediría Tainted love, que le pediría Bedsitter, que le pediría Say hello, wave goodbye. Canciones que, por cierto, cometió la torpeza de intentar actualizar en futuras reediciones. Rosas toqueteadas.
Continuará, cualquier día de estos.
dijous, 25 d’octubre del 2012
TITO Y EL CANTARO
Ni yo puedo creerme tanto tiempo sin hablar aquí de fútbol. Bueno, sería más bien privándome de hablar de fútbol, aun teniendo ganas, y tema sobre el que hacerlo. O sea, venceré ciertas reticencias, aquellas que tienen que ver con el tratamiento de temas demasiado prosaicos (excepto la política, pues la política es prosaica, pero es un yogur donde demasiados metemos la cuchara), y me lanzaré. Pues empieza a parecerme que es el momento de tratar un poquito de este hombre. Tito Vilanova tiene características que, como el aloe vera, aún no han sido descubiertas o explotadas en todas sus posibilidades. O directamente que son francamente desconocidas. Por ejemplo, el común de la gente desconoce cual es su auténtico nombre de pila. Pues Tito es un apodo, en realidad un diminutivo algo atiplado, de ciertos nombres, de algunos de esos nombres que se usan en esa partícula cursi propia de la infancia y luego se recortan y se consolidan, hasta que uno se mira al espejo, se ve ante él pasada la cuarentena y piensa si ese nombre le refleja. Tito era, también, el famoso militar que mantuvo unida la antigua Yugoslavia. El mariscal Tito, se decía, el que mantenía cohesionada a Bosnia con Croacia. Del que, curioso, el común de la gente desconoce, pero de éste, el apellido. Vaya, Yugoslavia y los Balcanes (y su fantasmal figura retórica, la balcanización) también tardaban en salir por aquí.
Tito Vilanova, por cierto, se llama Francesc. Con Pep Guardiola no había duda: Pep es el catalán por Pepe, y Pepe es como se conoce popularmente en España a los José. Leí que porque las siglas PP significan padre putativo (o sea, el que en realidad no lo es pero se comporta como tal) y ese era el título que en la tradición católica se otorgaba a San José. Vaya, a estas alturas de un escrito sobre fútbol ya han salido Yugoslavia, mi propio nombre, las siglas PP y los inverosímiles milagros religiosos de las extrañísimamente escasas parteras vírgenes. Otra cualidad de Tito es su curiosa verborrea: más monótona que la de Guardiola, más de cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y pose de yo lo que prefiero es estar en el campo con mis muchachos, que de estar a gusto hablando, consciente de que se le analiza con lupa, cuando no con escepticismo. Guardiola empezó así también, pero su condición de antiguo jugador estrella ya le hizo bregarse rápidamente, mientras Tito Vilanova es un paradigma del catalán poco hablador de interior, del que no ha nacido en esa Barcelona cosmopolita y pan-europea que se vende al exterior, sino del que viene de comunidades más reducidas y más cerradas. De un mundo completamente uncool. Tito ni tiene la impecable pose de Guardiola, capaz de marcar tendencias por el mero hecho de no apetecerle afeitarse una semana, o de salir en las listas de hombres más deseados o de sobreponerse a haber sido injustamente vilipendiado con toda clase de rumores sobre su persona. Tito es un tipo que hace un tiempo superó una enfermedad grave, igual que, cuando Armstrong triunfaba, no se dejaba de recordar que había hecho Armstrong. No jugó con eso ni nada el tipo. Vaya, Lance Armstrong era otro que también tardaba en salir por aquí. Tito superó esa enfermedad y acudió a los partidos sentándose discreto en su silla del banquillo y restableciéndose poco a poco hasta que, pasado un tiempo, le dijeron, (tuvo que ser así): toma, aquí tienes a los mejores jugadores del mundo, encabezados por el mejor jugador de todos los tiempos, la gran parte ya está hecha, tú haz como tú sabes, y todo irá bien.
Y él aceptó, porque es imposible no aceptar eso, y volvió a casa y le dijo a la mujer, me tendré que comprar nuevos trajes y corbatas, y la mujer le dijo y cómo te los compro, y él dijo no sé, y ella dijo, te gustan como los que lleva Pep, y él dijo así ya va bien.
Y él aceptó, porque es imposible no aceptar eso, y volvió a casa y le dijo a la mujer, me tendré que comprar nuevos trajes y corbatas, y la mujer le dijo y cómo te los compro, y él dijo no sé, y ella dijo, te gustan como los que lleva Pep, y él dijo así ya va bien.
Pasado un tiempo, les dijo a los periodistas que si se quejaban de aburrirse, pues que remontar partidos y ganarlos por la mínima y dejar que una diferencia de tres goles en un cuarto de hora pudiera acabar en un partido pidiendo la hora, que todo eso ya no era aburrirse. No se lo echó en cara, no hacía falta, lo de las diez victorias y un empate sobre once partidos. No les echó en cara, no hacía falta, restablecer que los partidos emocionantes en una temporada no sólo sean los enfrentamientos con el Madrid.
A mí Tito Vilanova me cae muy bien. No sé si hasta ahora, a estas alturas de este escrito, se había notado. Me gusta que ponga esa cara indefinible que los catalanes llamamos de peix bullit (pez hervido) que es a la vez estoica e inexpresiva e impasible. Me gusta que haga esa pinta de transición que se consolida y me gusta que sus trajes y sus pintas sean tan grises y tan poco de diseño. No sé el motivo, cuando la liga está llena de entrenadores más elegantes y más agresivos y con menos pinta de ir al barbero cuando se ve el pelo largo. Me gusta que responda con un nada estudiado pragmatismo rayano con la socarronería cuando recibe provocaciones de Mourinho, aquél que se autodenomina the special one y se queda tan pancho. Me gusta que se mantenga en un segundo plano real mientras las cosas están yendo bien, porque los barcelonistas de siempre, y a más mayores más cierto es lo que voy a decir, siempre hemos sido especialistas en encontrar pegas y en crear problemas donde no los había.
Motu propio, o porque había que vender periódicos. De esos periódicos que últimamente dicen que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe.
dimecres, 24 d’octubre del 2012
LA CARPETA OCULTA
Nada más satisfactorio que las sorpresas agradables. Uf, pedazo de frase de gentilhombre burgués. No, hay que encontrar otra manera para describirlo. Sin tirones de orejas a algunos argentinos que no sabían de la existencia de este compatriota suyo que tan bien lo hace. O es que existe la obligación de saber de todo el mundo que escribe, y más, si hace años que no residen ya allí. Hacer las europas. Quizás así le dirían al periplo de Patricio Pron por Alemania y por España, donde, según se detalla, está instalado traduciendo y publicando. Publicando libros como éste, cuyo título algo tendrá de endemoniado que no consigue que yo lo memorice. Mal que me sabe, aunque asocio esa situación a lo extraño de la frase, a una estructura algo atípica.
Pero sin asustarse, porque ese es el máximo esfuerzo al que nos someterá su autor. Leer este libro es fluido y es placentero. Entrar en la historia del hijo que se ve obligado a regresar al hogar familiar alertado por el estado de salud del padre, y al cual ese regreso aboca a una especie de encuentro consigo mismo, a una suerte de investigación prácticamente casual, resulta ser una experiencia sumamente gratificante.
Pron, se dice, es un fiel seguidor de la escuela de Bolaño. De todos los que he leído a los que se ha atribuido esta condición, Pron es el que lo hace con más merecimiento. Y no se trata de imitar estilos o estructuras o sablear ambientes. Se trata de escribir con prosa impecable, minuciosa y culta pero a la vez accesible y evocadora, de respetar al lector procurando seguir interesando a cada frase, y de dejar escapar con sutileza mensajes entre líneas, eludiendo lo panfletario y lo propagandístico. Ignoro, aunque no he indagado en profundidad, por qué un libro así ha pasado relativamente desapercibido a crítica y lectores. Tampoco he necesitado indagar demasiado, pues eso, en el fondo, me da igual. Quizás porque el tema del oscuro período de dictadura de la junta militar en Argentina haya sido ya objeto de tratamientos previos en libros y películas: aunque éste no sea el centro físico del libro, sí es el punto de fuga hacia el que se desplaza su perspectiva. El sentimiento de culpa de supervivientes que, por el mero hecho de serlo, pasan a considerarse una especie de traidores morales. La descripción de las precauciones y las medidas. Algo me recuerda en esa temática, en ese cauto devenir de la gente inocente que percibe que, para alguien, han dejado de serlo, a mi entronizado Estrella distante. Así que hablamos de palabras mayores, de formidable literatura confeccionada, como mucha gran literatura se confecciona, en base a muy poco: a meras experiencias personales orquestadas y aderezadas para que muchos viajemos por sus páginas. Un formidable libro.
Pron, se dice, es un fiel seguidor de la escuela de Bolaño. De todos los que he leído a los que se ha atribuido esta condición, Pron es el que lo hace con más merecimiento. Y no se trata de imitar estilos o estructuras o sablear ambientes. Se trata de escribir con prosa impecable, minuciosa y culta pero a la vez accesible y evocadora, de respetar al lector procurando seguir interesando a cada frase, y de dejar escapar con sutileza mensajes entre líneas, eludiendo lo panfletario y lo propagandístico. Ignoro, aunque no he indagado en profundidad, por qué un libro así ha pasado relativamente desapercibido a crítica y lectores. Tampoco he necesitado indagar demasiado, pues eso, en el fondo, me da igual. Quizás porque el tema del oscuro período de dictadura de la junta militar en Argentina haya sido ya objeto de tratamientos previos en libros y películas: aunque éste no sea el centro físico del libro, sí es el punto de fuga hacia el que se desplaza su perspectiva. El sentimiento de culpa de supervivientes que, por el mero hecho de serlo, pasan a considerarse una especie de traidores morales. La descripción de las precauciones y las medidas. Algo me recuerda en esa temática, en ese cauto devenir de la gente inocente que percibe que, para alguien, han dejado de serlo, a mi entronizado Estrella distante. Así que hablamos de palabras mayores, de formidable literatura confeccionada, como mucha gran literatura se confecciona, en base a muy poco: a meras experiencias personales orquestadas y aderezadas para que muchos viajemos por sus páginas. Un formidable libro.
dimarts, 23 d’octubre del 2012
EL VIGESIMOQUINTO VERANO DEL AMOR
Si ya hay algo complicado en llamar a un grupo unipersonal (de los que abundan en el techno: tipos metidos en sus cuartos o en sus estudios o en sus garajes, atreviéndose con todo) How to dress well, esto, "Cómo vestir bien", pues qué puedo decir de llamarse Teengirl fantasy (fantasía de quinceañera), y esperar que toda esa gente armada con sus buscadores no salga huyendo. Más la portada de la rosa, no la toqueteada que mencionaba ayer, pura casualidad, mirad, qué cosas tiene el azar. Sino esa portada, que me recuerda a un disco de John Beltran , Ten days of blue: si hasta en eso.
Teengirl fantasy han publicado Tracer, disco que casi instantáneamente nos retrotrae (a los que estuvimos allí, claro, a los no tan encallecidos por el tiempo y las escuchas habría que preguntarles qué sienten) a los primeros 90, a las recopilaciones de Artificial intelligence del sello Warp, a los primeros discos de Black Dog Productions o Plaid, también a algunos de la segunda oleada de Detroit (la que ya experimentaba trayendósela al pairo el tema del club y la bailabilidad), grupos como Model 500 o cualquiera de las trescientas mil guisas usadas por la hermandad sagrada (May, Atkins, Craig , Saunderson, Pullen, Larkin, y alguno que me dejo) en sus ya algo lejanos tiempos de apogeo. Habrá quien atribuya a esa decisión una enorme dosis de valentía, habrá quien acabe por pensar que esos son caballos ganadores tanto para el público ya cuarentón (ejem, alguno habrá aquí) añorado de esas sonoridades, como para el más joven: los ritmos aún mueven los pies, el sonido no suena tan retrofuturista. Aunque a este disco le pasa lo que a otros últimamente: la manía de usar las voces invitadas, la puta manía de intentar convertir solventes fragmentos de música instrumental de alto octanaje en himnos hedonistas a base de imponer (sí: imponer) un cantante y una voz y una letra que no voy a entretenerme en saber de qué pretende hablar. De qué narices se puede hablar en una canción techno: de echar un polvo a la rubia del fondo de la pista, de colocarse, de hacer eterno el fin de semana, de correr con el coche por las vías de acceso a las grandes ciudades, del neón que deslumbra, del sonido, del sonido, del sonido. O sea, menos los tres últimos, motivos todos de una futilidad y una carnalidad tan pronunciada y tan estereotipada que prefiero dejárselos a otros para que jugueteen con ellos. Ese tipo de nostalgia todavía nadie ha pedido que sea actualizada hasta este extremo.
dilluns, 22 d’octubre del 2012
ROSAS TOQUETEADAS
Aunque todos seamos conscientes de que la música electrónica ya no ostenta el trono que ocupó hace ya unos lustros (y que no sabemos quién ocupa, pero rezo a los dioses por que a nadie se le ocurra sugerir nombres sacrílegos), la escena mantiene aún un cierto movimiento al que me convendría muchísimo no mostrarme ajeno. Resulta frustrante no haber podido encontrar más que unos cuantos discos durante ese tiempo que me hayan impresionado realmente. Aunque a la vez resulte tranquilizador ver que su vecino de rellano, el pop transfronterizo con todo tipo de influencias, aporta cierta compensación a través de artistas difíciles de encasillar: no voy a satisfacer todavía al amigo de CaféKubista (que, felicidades, ha puesto en marcha un nuevo blog para desorientar aún más al universo) amagando otro post con los resultados de mis continuos babeos con los discos de The XX o con el inmenso opus de Frank Ocean: no antes de hacerle sufrir un poquito más. Así que me doy un pequeño atracón de discos relativamente recientes y me encuentro un poquito de todo, aunque con una argamasa unificadora que no me acaba de dejar muy conforme. Empezaré con este.
Veamos: este tipo de aquí a la izquierda se llama Tom Krell y graba bajo el nombre How to dress well, curioso nombrecito para un tipo que actúa con horrorosa camiseta imperio sin mangas, gafas de la seguridad social y bigotito que Russell Mael era el último autorizado a llevar en el planeta Tierra (esto es oficial aunque los de Astrud se lo saltaran). Graba una música curiosísimamente introspectiva y sutil. Canta sobre ella con un falsete etéreo y modulado: buenas canciones con matices y aparato eléctrico de alta efectividad sonora y melódica. Su segundo disco, Total loss, podría considerarse una joya y una de las sorpresas del año si uno no se pusiera de los nervios cuando ese falsete pasa de ser modulado y adecuado (como el de los primeros discos de Prince) a ser excesivamente afectado y casi grotesco: cambio que estimo se produce alrededor de la quinta o sexta canción, diría, afinando aún más la puntería, cuando empieza a alternarlo con gimoteos que me hacen cambiar mi referencia sonora: pasa de sonarme a los sensacionales Junior Boys para recordarme a los imitadores de la más baja estofa de Michael Jackson. Los aullidos que yo daría si Total Loss fuera un EP o una coleccioncita de seis o siete canciones, y evitar parar cuando el exceso de lucimiento vocal pasa a dar lugar a una especie de compota donde mi cabeza se lía y acaba, también, pensando en mucha gente de aquellos que te preguntas qué fue de ellos: Jimmi Sommerville, Enya... qué manera de malograr un puñado de canciones por estar convencido de que hay que otorgarles una unidad como disco, de que tiene que ponérsele una portada que atufa un poco a new age, que hay que ponerle interludios instrumentales y temas de relleno o de pretendido lucimiento vocal, que si no, la gente no te toma en serio. Eso ya pasó a la historia, Nick.
diumenge, 21 d’octubre del 2012
NOBELISTAS
Ya me perdonaréis que sea tan brusco, pero empieza a parecerme que los premios Nobel empiezan a premiar en función de méritos no estrictamente literarios: o sea, no es que empiece, es que no había encontrado otro momento para decirlo hasta ahora. A lo mejor hasta lo de empezar es un eufemismo: creo que si no fuera a veces tan perezoso para probar con ciertos autores nuevos, lo diría con una contundencia absoluta, pero no soporto hacer afirmaciones sin fundamentos firmemente cimentados. Lo del Nobel de este año a un autor chino, igual que los Nobeles a autores escandinavos, israelíes, japoneses, sudafricanos. Y lo del Nobel de este húngaro cuyo nombre no consigo pronunciar sin dudar de las consonantes de su última sílaba: Imre Kertész. Al menos el acento está en una vocal y no me hace sufrir como las consonantes acentuadas de Kapuscinski (con el que, por cierto, poco tiene que ver: ya se merece Kapuscinski 50 Nobeles pero Polonia no estuvo en ese bombo cuando le tocó). Pues probar esta novela, la primera que este autor húngaro publicó tras obtener el premio en 2002, me ha parecido un buen libro, una historia original con coartada política e incluso histórica, pero su mala resolución, su cierre algo precipitado y sin aclarar en exceso los dilemas que plantea: el suicidio de un escritor, teóricamente atormentado por un pasado, y alguna otra cuestión con el sempiterno tema del nazismo... me hacen levantar la ceja con escepticismo: no entiendo el criterio de los Nobel, me sumo en una especie de convencimiento de que esos académicos quieren jugar al elitismo y al despiste, que me parecen muy bien a veces como antídotos de la previsibilidad y el adocenamiento: pero igualmente dados al hastío si acaban siendo un fin por sí mismos.
divendres, 19 d’octubre del 2012
CON CIEN PALABRAS POR BANDA
Esquemático y preciso. El libro de Monzó es magnífico, aunque hay cuentos que son situaciones de menos de dos páginas. La cosa va primero del errático funcionamiento del deseo femenino: luego hay dos largos cuentos sobre la casualidad en las decisiones de las personas, y al final se escapa un poco de la temática satirizando cuentos clásicos. Yo no puedo usar en reseñar El perqué de tot plegat más palabras de las que son necesarias. Si no aprendemos de esos ejemplos, qué nos queda.
Nota: la traducción al castellano se llama El porqué de las cosas y el propio Monzó intervino en traducirla.
dijous, 18 d’octubre del 2012
EUSKALDUN IZAN NAHI DUT
Quiero ser vasco para poder tener incerteza sobre los resultados de mi equipo de fútbol.
Quiero ser vasco para comer pescado todos los días sin un pretexto concreto.
Quiero ser vasco para acabar de aclarar que las tres letras de mi apellido no son ni pon, ni pont, ni pons, ni bom. Quiero volver loco a los teleoperadores con ofertas inverosímiles, deletreándoles un primer apellido de 24 letras para aclararles que el segundo apellido es aún más largo.
Quiero ser vasco para ponerle a niños nombres de valles y de paisajes.
Quiero ser vasco para tener un idioma extraño y enrevesado que no se parezca a ningún otro. Mimarlo y conservarlo.
Quiero ser vasco para disponer de una opción unitaria de izquierda soberanista: que no tenga miedo de pronunciar la palabra marxismo y que no funcione y se autodebilite estúpidamente a base de ir cada uno por su lado cuando (temen) que se acerca el momento culminante. Porque la izquierda independentista catalana quiere parecer una sesión eterna de sexo tántrico, pero acaba siendo una pertinaz e inútil insistencia previa al gatillazo.
Quiero ser vasco, entonces, para votar a Bildu y proclamarlo: para mostrar la papeleta y que la caverna se retrate llamándome asesino y terrorista, cuando esta mañana ni siquiera estoy seguro de haberle dado al mosquito con la zapatilla.
Quiero ser vasco, entonces, para votar a Bildu, que dicen lo que harán a nivel social y a nivel económico, y que estoy seguro que intervendrán y regularán para acabar (o al menos, mitigar) las desigualdades.
Quiero ser vasco, entonces, para apretar los puños e indignarme por ese PNV beato y conservador que amaga y amaga y amaga y nunca da el golpe porque tiene ya previamente decidido no darlo nunca.
Quiero ser vasco, entonces, para carcajearme de cómo los del PP andan con miedo atávico metido en el cuerpo y no dejan de agruparse y protegerse los unos a los otros, como una camarilla en una prisión.
Quiero ser vasco para saber el 22 de Octubre lo que pasa, y no tener que esperar hasta el 26 de Noviembre, sabiendo que esa espera es larga y opera casi siempre a favor de los que ya están contentos con que las cosas estén como están, que ya los conocemos. Cada día, un paso atrás.
Quiero ser vasco para poder decir que, sin otra causa que ejercer la libertad de expresión, un líder político lleva injustamente encarcelado tres años. Cárcel. Repito.
Y quiero ser vasco porque sé que eso, normalmente, no me impide seguir siendo catalán.
dimecres, 17 d’octubre del 2012
OCASIONES DESPERDICIADAS
Sí: promociono mi blog. Si no quisiera que la gente me leyera lo escribiría en uno de esos cucos diarios con llave y escondería la llave en una caja de cerillas que metería en una caja de CD que guardaría en una caja de zapatos.
O pondría una clave a través de Blogger. Me haría el exclusivo y el misterioso y conseguiría rápidamente que la gente me enviara solicitudes de claves: porque nada hay más efectivo que prohibir. Jodido debo estar para parafrasear, creo, a Lucía Etxebarría: que dijo que lo mejor para que los niños leyeran era prohibírselo.
Debería dejar pasar el rato y ver ese arsenal con el que me he hecho gracias a mi despiste: tres capítulos nuevos de Treme y cuatro de Boardwalk Empire. Con ganas y un par de cafés, qué haría con ellos.
Pero resulta que hoy me publican en la página (larguísima página, estoy al final del todo) en www.lavanguardia.es, y resulta que el texto que hago para presentarme es cochambroso y patético y para rematarlo nada me inspira medianamente un post del que no me avergüence como si fuera un cura pederasta (perdón, esos no se avergüenzan). Y lamento que tan gran ocasión me pille con la guardia y las defensas y los leucocitos por los suelos (esto último inventado, ejem), porque me gustaría aprovechar tan gran ocasión y tan breve paso a la fama para decirles a los lectores del medio que sí, que lean ése, que a donde escribe Monzó uno tiene que acudir, pero que lean más cosas: que lean el prospecto de las medicinas y el catálogo del Lidl y la carta del restaurante donde coman de vez en cuando, porque a veces lo mejor no es lo que está más a la vista. A todos los lectores habituales no hace falta que os aclare nada sobre los vaivenes y los baches creativos y el cerebro en blanco como en un examen de final de carrera. A los esporádicos, que espero que no lo sean, que eso de las esporas suena a reproducción vegetal y está muy feo: haceros habituales, que aquí siempre hay happy hour, que si he conseguido, milagro, dijo 6Q, que www.elsofataronja.blogspot.com vaya por la segunda temporada de The Wire, ya me veo capaz de cualquier cosa. Bueno, no de votar al PP, que uno tiene sentido del decoro y de la prosodia, que decía Bolaño para despotricar de la Allende. Lamento malgastar frases que luego ya me da corte poner, en @Francescbon, lamento esta precipitación que no lleva a ningún lado, este mal andar, pero joder, uno tiene que aparecer en las fotos: despeinado, sin afeitar, con ojeras por los suelos. Todo antes de que un día así el papel quede en blanco.
dimarts, 16 d’octubre del 2012
SENTADO EN LA BARRA
A saber cual será el preocupante motivo por el que tan poca gente comenta últimamente. No identificaré los casos. Pienso en ello y llego a conclusiones contrapuestas, alguna de las cuales es un alarde de chulería e inmodestia y alguna otra, la de justo al final de la calle, es lo completamente contrario: estás acabado, no interesas a nadie, esto es el muro de las lamentaciones que ha acabado aburriendo a todo el mundo, lo tienes bien merecido, baja al metro (al subte) y tírate, tírate.
Pero no tengo el pase: que está cada vez más caro. El IVA, sabéis, al 21 %, y los borreguitos a seguir balando.
Beee, beee.
Leo a Carver y la casualidad quiere que Sigma comente justo sobre ese cuento que acabé de leer: "Parece una tontería": leo a Carver y luego leo a Quim Monzó, que le da una catalana vuelta al espíritu de Carver: ahorra aún más palabras, escupe aún más las frases, y desnuda aún más los escenarios. Te parece que los personajes de Monzó habitan en una página blanca donde todo menos lo que les pasa es completamente accesorio. Como una chroma. Pero sobre Carver: cuánto divorcio y cuánto acto casi intrascendente que muestra su importancia. Botellas en los rincones, escondidas en muebles que deberían guardar toallas o sábanas. Rincones a los que acuden los personajes, casi siempre los masculinos, a encontrar respuestas a sus preguntas. Lástima tener tan poco tiempo para decir lo grande que es Carver (lástima que éste no sea el momento adecuado para decir qué grande es Monzó), pero igual a los dos, al que murió en el 88, con 49 años y bebiendo de lo lindo, y al que aún vive y aún bebe, les gustaría así: corto, breve, sin más en la maleta que lo que vaya a usarse: maestros absolutos.
dilluns, 15 d’octubre del 2012
CASA CONESA, plaça SANT JAUME
Unas 20 personas: la familia toma asiento en una diminuta mesa mientras el padre abnegado, hace cola, como es habitual. Los machos alfa y el sentido de la caballerosidad; las idas y venidas confirmando detalles del menú y si las bebidas son las habituales y si la salsa estará fuerte y si las salchichas denominadas del país contienen algo de pollo. El día agradable, el trasiego de gente, el interminable tránsito de guiris al que está sometida la zona: dije, (¿o no dije?), lo agobiante que me resulta como barcelonés el parque temático en que se han convertido las zonas céntricas de la ciudad. Al tipo de ayer, al que escribía sobre las erasmus, le harían mucha gracia las extranjeras con pinta de extremadamente liberales que parece que, por su procedencia, no abandonan el short ni la camiseta de tirantes hasta entrado el mes de octubre. Pero a mí los guiris (gentilicio global castellano homologado para los turistas extranjeros, de preferente aplicación para los de procedencia europea) me tienen frito, con su omnipresencia y con la complicidad de los comerciantes, que planifican todo -su oferta, sus precios, sus horarios- con el objetivo de apurar al máximo sus bolsillos.
En fin. La cola para pedir los bocadillos no tiene guiris: todos somos, o muchos parecemos, autóctonos. No hay enormes cámaras réflex para hacer fotos a los edificios ni pulseritas de identificación de grupos de visita, ni mejillas sonrosadas como reacción al aún calentito sol mediterráneo. Hacia atrás, un aburrimiento. O sea, gente como yo. Una madre e hija a juego, ambas hablando catalán ( o sea, no guiris, rubias como la miel y ataviadas con la socorrida chaquetita tejana, tan útil en este octubre traicionero en que sol y sombra mantienen 10 o 12 grados de diferencia).
Señoras jubiladas, que conocen la zona y dan su paseo sabatino, algún corazón solitario al que le da igual comer de pie en un rincón. Pero me fijo en los de delante: eso sí es 3D.
Y una pareja hablando despreocupadamente en un tono que parece invitarme a intervenir en su conversación. Es decir; ni a gritos ni manteniendo confidencia. Aspecto completamente progre de los últimos años 70.
Él, unos 38, pantalón de tono caldera en algodón o, puede, lino, con motivos ligeramente étnicos recorriéndolo horizontalmente. Chaqueta de paño con pinta de hacer sudar mucho. Peinado con un quiqui. Como se peinaba a veces Beckham, o Ibrahimovic, o hasta Guti (bueno, eso es algo redundante: Guti siempre se peinaba como Beckham mientras éste estaba en el Madrid). Barba recortada y ligero aspecto de que su color de pelo ha sido ayudado cosméticamente. Lleva uno de esos bolsos de lana en bandolera: lo lleva tan abierto que no me es difícil fisgonear en el interior. Una botella grande de agua, semi-llena, y dos libros: uno más delgado, unas 200 páginas, y otro ya más grueso, unas 450. Dependiendo del gramaje del papel, estimo. Lamentablemente no están del lado que deja visible el lomo. Especulo que uno de ellos sea de Tagore o Lobsang Rampa. Especulo enfermizamente que el otro podría ser, por sus dimensiones, alguna de las deleznables sombras (alucinante: libro que ya tiene hasta imitaciones), pero rápidamente sano e imagino que sea algo de ficción ligeramente intrincada o hasta un tratado de filosofía ligeramente zen.
Ella, unos 35, un pantalón abombachado cuyos bajos reposan sobre el suelo: color granate, liso. Zapatillas deportivas de color negro: camiseta de tirantes de color indefinido y pelo recogido coquetamente en un moño, con una pinza o un broche multicolor con falsos acabados rastas. Pelo moreno en medio del cual se adivina alguna cana aislada. Guapa. Quizás algo descuidada, pero no lleva maquillaje. Sí; es guapa. Tiene rasgos de chica de familia algo conservadora que ha decidido tomar una vida algo bohemia. Curioso: ella se dirige a él en todo momento en un catalán nativo: dicción perfecta, acento ligeramente de interior (sólo ligeramente, como si ya llevase un tiempo en Barcelona como para atenuar las vocales neutras) y él le responde en un castellano que adivino algo sudamericano (sólo ligeramente, como si ya llevase un tiempo en Barcelona para haber neutralizado acento de origen). También lleva un bolso en bandolera, este de tela y cruzado, y bien cerrado. Corrijo: no parecen pareja: no hay química ni cercanía física que delate más relación que la de amigos (quizás, como dice mi hijo, follamigos) que deciden comer juntos.
Se les une (intuyo que sale del toilette que está en el interior del bar) una mujer de una edad difícil de establecer: diría que anda por los 55 pero podrían ser 60. No parece tener otra relación con ellos que la amistad. Pelo largo y rizado completamente sobreteñido de negro. Piel sobre-expuesta al sol: maquillaje y pintalabios, rímmel copioso, ropa más convencional y aspecto ligeramente intelectual. Interviene en la conversación, a la que yo no he prestado hasta entonces la mínima atención, absorto en contemplar el aspecto físico. Repito: desde que la estética militante izquierdista pasó la transición de los primeros ochenta, la polarización del aspecto ha sido extrema: está el perroflautismo por un lado y está el deleznable eco-yupismo, pero progres como los dos primeros, progres de bandolera y ropa ecológica quedan muy poquitos. Y entonces ya empieza la conversación; la tercera integrante, la recién llegada, tampoco está preocupada por que ésta pueda ser oída. Me pregunto si mi intervención no sería hasta bienvenida, como en esas tertulias que los jubilados entablan (no sé si lo hacen aún) en la parte alta de la Rambla, frente a Canaletas. La recién llegada cambia de idioma: se dirige a él en castellano y a ella en catalán, pero cuando parece hablar con los dos emplea más bien este último. Se me ocurre que el caso particular sería una excelente demostración para el zoquete de Wert sobre el uso indistinto de dos idiomas tan, parece, incompatibles y discriminados. En cualquier caso me quedo fascinado con la conversación, que en el caso de la no-pareja inicial transcurría por diversos tonos confesionales relacionados con la afirmación de la personalidad y cuando la recién llegada se ha presentado toma un nuevo cariz. Habla de una visita a su madre que le ha producido particular indiferencia: habla de que aún hoy no se siente aceptada pues sus padres esperaban un niño cuando ella nació y, textual, se encontraron que dónde había haber un pito había otra cosa. Que esa falta de aceptación le afectó y, desde los tres meses de vida empezó a tener infecciones, problemas del aparato urinario que se habían prolongado hasta un tiempo muy reciente, y que ello lo achacaba a que ella había interiorizado hasta el extremo de nunca haber estado muy tranquila con su sexo: que igual debería haber probado emparejarse con una mujer por ver si eso resolvía o aclaraba algo.
Yo sé disimular: si la inclinación de la cabeza, como un girasol, hacia el lado en que la conversación se produce, me delata, podría ser. En este caso no hacía falta: apenas dos o tres palmos de distancia de espacio personal no eran suficientes para que perdiera ni una palabra de la conversación. Mientras ella explicaba, en apenas un par de minutos, esa circunstancia crucial de su vida y de su personalidad, justificada sutilmente por los cánones educativos antiguos, que hacían prevalecer a los hijos varones, la cola avanzaba y el camarero pasó a solicitarles el pedido. No me fijé en lo que pidió él. La señora mayor pidió una hamburguesa y una cerveza, para llevar. La chica más joven, coherente con su aspecto de convencida naturalista, optó por la hamburguesa bio y el agua mineral. Vi su cara, por última vez en mi vida, y la imaginé emperifollada con otras ropas, estirada descuidadamente en un caro sofá, aburrida ante la TV esperando que un atribulado marido ejecutivo del sector de la banca se sentara a su lado y se aflojara la corbata sin comprender del todo por qué no iba al gimnasio y se quedaba en su casa leyendo esos extraños libros.
Los bocadillos eran extraordinarios y en el local hacía algo de calor.
El párking costó unos siete euros.
Señoras jubiladas, que conocen la zona y dan su paseo sabatino, algún corazón solitario al que le da igual comer de pie en un rincón. Pero me fijo en los de delante: eso sí es 3D.
Y una pareja hablando despreocupadamente en un tono que parece invitarme a intervenir en su conversación. Es decir; ni a gritos ni manteniendo confidencia. Aspecto completamente progre de los últimos años 70.
Él, unos 38, pantalón de tono caldera en algodón o, puede, lino, con motivos ligeramente étnicos recorriéndolo horizontalmente. Chaqueta de paño con pinta de hacer sudar mucho. Peinado con un quiqui. Como se peinaba a veces Beckham, o Ibrahimovic, o hasta Guti (bueno, eso es algo redundante: Guti siempre se peinaba como Beckham mientras éste estaba en el Madrid). Barba recortada y ligero aspecto de que su color de pelo ha sido ayudado cosméticamente. Lleva uno de esos bolsos de lana en bandolera: lo lleva tan abierto que no me es difícil fisgonear en el interior. Una botella grande de agua, semi-llena, y dos libros: uno más delgado, unas 200 páginas, y otro ya más grueso, unas 450. Dependiendo del gramaje del papel, estimo. Lamentablemente no están del lado que deja visible el lomo. Especulo que uno de ellos sea de Tagore o Lobsang Rampa. Especulo enfermizamente que el otro podría ser, por sus dimensiones, alguna de las deleznables sombras (alucinante: libro que ya tiene hasta imitaciones), pero rápidamente sano e imagino que sea algo de ficción ligeramente intrincada o hasta un tratado de filosofía ligeramente zen.
Ella, unos 35, un pantalón abombachado cuyos bajos reposan sobre el suelo: color granate, liso. Zapatillas deportivas de color negro: camiseta de tirantes de color indefinido y pelo recogido coquetamente en un moño, con una pinza o un broche multicolor con falsos acabados rastas. Pelo moreno en medio del cual se adivina alguna cana aislada. Guapa. Quizás algo descuidada, pero no lleva maquillaje. Sí; es guapa. Tiene rasgos de chica de familia algo conservadora que ha decidido tomar una vida algo bohemia. Curioso: ella se dirige a él en todo momento en un catalán nativo: dicción perfecta, acento ligeramente de interior (sólo ligeramente, como si ya llevase un tiempo en Barcelona como para atenuar las vocales neutras) y él le responde en un castellano que adivino algo sudamericano (sólo ligeramente, como si ya llevase un tiempo en Barcelona para haber neutralizado acento de origen). También lleva un bolso en bandolera, este de tela y cruzado, y bien cerrado. Corrijo: no parecen pareja: no hay química ni cercanía física que delate más relación que la de amigos (quizás, como dice mi hijo, follamigos) que deciden comer juntos.
Se les une (intuyo que sale del toilette que está en el interior del bar) una mujer de una edad difícil de establecer: diría que anda por los 55 pero podrían ser 60. No parece tener otra relación con ellos que la amistad. Pelo largo y rizado completamente sobreteñido de negro. Piel sobre-expuesta al sol: maquillaje y pintalabios, rímmel copioso, ropa más convencional y aspecto ligeramente intelectual. Interviene en la conversación, a la que yo no he prestado hasta entonces la mínima atención, absorto en contemplar el aspecto físico. Repito: desde que la estética militante izquierdista pasó la transición de los primeros ochenta, la polarización del aspecto ha sido extrema: está el perroflautismo por un lado y está el deleznable eco-yupismo, pero progres como los dos primeros, progres de bandolera y ropa ecológica quedan muy poquitos. Y entonces ya empieza la conversación; la tercera integrante, la recién llegada, tampoco está preocupada por que ésta pueda ser oída. Me pregunto si mi intervención no sería hasta bienvenida, como en esas tertulias que los jubilados entablan (no sé si lo hacen aún) en la parte alta de la Rambla, frente a Canaletas. La recién llegada cambia de idioma: se dirige a él en castellano y a ella en catalán, pero cuando parece hablar con los dos emplea más bien este último. Se me ocurre que el caso particular sería una excelente demostración para el zoquete de Wert sobre el uso indistinto de dos idiomas tan, parece, incompatibles y discriminados. En cualquier caso me quedo fascinado con la conversación, que en el caso de la no-pareja inicial transcurría por diversos tonos confesionales relacionados con la afirmación de la personalidad y cuando la recién llegada se ha presentado toma un nuevo cariz. Habla de una visita a su madre que le ha producido particular indiferencia: habla de que aún hoy no se siente aceptada pues sus padres esperaban un niño cuando ella nació y, textual, se encontraron que dónde había haber un pito había otra cosa. Que esa falta de aceptación le afectó y, desde los tres meses de vida empezó a tener infecciones, problemas del aparato urinario que se habían prolongado hasta un tiempo muy reciente, y que ello lo achacaba a que ella había interiorizado hasta el extremo de nunca haber estado muy tranquila con su sexo: que igual debería haber probado emparejarse con una mujer por ver si eso resolvía o aclaraba algo.
Yo sé disimular: si la inclinación de la cabeza, como un girasol, hacia el lado en que la conversación se produce, me delata, podría ser. En este caso no hacía falta: apenas dos o tres palmos de distancia de espacio personal no eran suficientes para que perdiera ni una palabra de la conversación. Mientras ella explicaba, en apenas un par de minutos, esa circunstancia crucial de su vida y de su personalidad, justificada sutilmente por los cánones educativos antiguos, que hacían prevalecer a los hijos varones, la cola avanzaba y el camarero pasó a solicitarles el pedido. No me fijé en lo que pidió él. La señora mayor pidió una hamburguesa y una cerveza, para llevar. La chica más joven, coherente con su aspecto de convencida naturalista, optó por la hamburguesa bio y el agua mineral. Vi su cara, por última vez en mi vida, y la imaginé emperifollada con otras ropas, estirada descuidadamente en un caro sofá, aburrida ante la TV esperando que un atribulado marido ejecutivo del sector de la banca se sentara a su lado y se aflojara la corbata sin comprender del todo por qué no iba al gimnasio y se quedaba en su casa leyendo esos extraños libros.
Los bocadillos eran extraordinarios y en el local hacía algo de calor.
El párking costó unos siete euros.
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COSAS PENSADAS EN LAS COLAS
diumenge, 14 d’octubre del 2012
ERASMUS
Queridos señores de la Unión Europea: les escribo sumido en una honda preocupación. Ya hace días que leo noticias que han alterado mi existencia sobre el futuro del programa de becas Erasmus. Antes debo confesarles que no tengo ni hijos ni nietos en edades de poder optar a una de estas becas. Por fortuna, mis hijos son ya mayores y los tengo colocados, mis nietos son apenas niños pequeños a los que la Universidad aún les queda muy lejos, y váyase a saber lo que el tiempo habrá cambiado para aquel entonces. Pero debo confesarles lo que alegra mi espíritu toda esa gente de otras tierras que anima el barrio. Lo llena también, mi pecho está henchido del orgullo de pertenecer a esta comunidad europea que, a pesar de las dificultades y de los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir, nos ofrece esa oportunidad de convivir con juventud de todas partes del continente, con perfectos ejemplares de nuestra especie, con chicos y chicas en la flor de la vida, frutos del progreso, la buena alimentación, no la cantidad, también la calidad, las visitas a dentistas y dietistas y dermatólogos. Toda esa salud y ese buen ambiente se transparenta en sus miradas y en su andar: en sus poses relajadas en las terrazas de los bares.
No puedo renunciar a eso, pues a mi avanzada edad no sé cómo ni cuándo volver a tener tanta alegría.
Porque estoy en la cola del supermercado y los veo, veinteañeros que me miran con pose despreocupada ante el hecho de vestir con escasos ropajes: carros llenos de pizzas en cajas de cartón, enormes montones de sopas de sobre y comida precocinada, que reposan sobre botellas de ginebra y algunos refrescos: montones de latas de cervezas, bolsas de chips, y esas cajas de condones, que, descuidadamente, dejan a la vista: a mi vista, sí, a la mía, para que yo vea sus sonrisas cómplices y elucubre sobre esas fiestas y esas noches y esos cuerpos jóvenes, elásticos y rebosantes de salud que, seguro, echaré de menos.
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COSAS PENSADAS EN LAS COLAS,
UNION EUROPEA
dissabte, 13 d’octubre del 2012
SONRISAS Y LAGRIMAS
Retorcido, siniestro, alambicado, barroco. Parece que, porque me gusten preferentemente cosas que no son sencillas ni inmediatas ni cómodas, tenga que ser refractario a todo lo que sí lo es. Y sí, dos series como Modern family y The big bang theory son estupendos ejemplos de series televisivas que se convierten en mayoritarias y son premiadas y aclamadas por el sencillo motivo de que acaban gustándole a todo el mundo, de que son comedias que optan por la amabilidad y por mantener bajo ciertos controles de corrección sus diálogos. Aunque no hay que considerarlas sensibleras ni blandengues: Modern family es una especie de adaptación multipropósito que moja pan en dos series gamberras como Arrested development (por el tema de la familia de estructuras poco convencionales) o The Office (por su uso del mockumentary), mezclándolo en sabias proporciones que le han permitido alcanzar brillantez. The big bang theory, se aventura por su sexta temporada y parece disponer todavía de un cierto margen de recorrido, pues los guionistas han sido hábiles en desplazar los centros de la trama y dar protagonismo a teóricos secundarios. A veces no es indispensable ser emitida por canales de primera línea: el boca a oreja se basta por sí solo. Eso, los guiones calculados, el trabajo de los actores, el acierto en la creación de personajes (¿quién con interés por las series contemporáneas no sabe quien es Sheldon Cooper?), y el saber hacer de las productoras, conforma cócteles irresistibles, perfectas para rellenar cómodos espacios de no mucho más de veinte minutos, justo el tiempo en que uno puede entregarse al cada vez más autoinflingido sufrimiento de leer cómo está el mundo, pero en que, alternativamente, se opta por reír un rato, que a veces es lo mejor que se puede hacer.
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MODERN FAMILY,
THE BIG BANG THEORY
divendres, 12 d’octubre del 2012
BIZARRE LOVE TRIANGLE
Si todas las películas fueran biografías, esto sería un soberano aburrimiento. Decía Quim Monzó aquello de las mujeres y el cine porno: que veían la película hasta el final para ver si se casaban. Y hablaba de nuevo cine porno con final, al uso del cine romántico. Pero yo no hablaré de amor, sino de muerte. Jo, qué frase para iniciar una carrera literaria. Dejadme que la repita. No hablaré de amor, sino de muerte. Igual vuelvo a ponerla más adelante. Pues Control narra la vida de Ian Curtis, desde que empieza sus escarceos con el grupo, con Joy Division, hasta que se cuelga de una viga en el apartamento de su mujer. Esperaba la señal, con una televisión encendida viendo Woyzeck, para prepararme para ver su previsible clímax. Como es una película biográfica, sé que se va a morir, y como conozco la historia, sé cómo, y cuándo. O sea, que la gracia de las películas biográficas consistiría en cortar ahí donde todo lo demás ya es de prever. Morir, previa agonía, previa enfermedad, por sorpresa, como sea, pero si el cine cuenta cosas, pues las cosas de la vida son los ríos que decía el poeta. Por eso, supongo, David Lynch decidiría un día publicar películas sin sentido aparente, para que la gente pensara que se puede morir en medio de la película y volver a la escena final a echarle un polvo a la protagonista. Encima, a Control no le hizo un gran favor que un director anterior, Michael Winterbottom, incluyera en 24 hour party people escenas del final de Ian Curtis, que se recuerdan poderosamente aquí: a Tony Wilson con su perenne foulard al cuello y la historia triangular de la esposa inglesa y tradicional y de la amante belga y cool; y la circunspección de los miembros del grupo conscientes de perder a su cantante, de ver cómo un mito se pulveriza y no se sabe cuándo surgirá otro. Por cierto, Michael Winterbottom hizo una película con secuencias porno, 9 songs, que me pareció absurda. Por mucha inclusión de concierto de Goldfrapp, absurda.
Pero volvamos a Control.
Anton Corbijn la dirige en blanco y negro en clave de manifiesto estético: parece que no se puede usar color para hablar de Joy Division. Mira esas portadas, lee esas letras, capta ese espíritu. El disco, decía mi mujer, de la portada del cementerio. Robert Smith puso los pelos, Ian Curtis la actitud vital. Bueno, sin bromas con lo de vital. Hunky Dory, The idiot, 2.H.B., la portada de Transformer de Lou Reed. Todo eso aparece oportunamente, todo eso y más cosas: el absurdo de la precipitada boda juvenil, los ataques de epilepsia, la gestación de la banda. Basar una película en un icono de la música alternativa que se cuelga a los 23 años es, quiero pensar, una manera de rendir homenaje. Aunque Corbijn no aporta nada: la película es una lenta melodía sin tono que se ralentiza constantemente hasta parar. Y sí: la música de Joy Division está presente: con una sorprendente omisión de canciones de Closer, sólo Isolation, creo, en una versión de ritmo absurdo, en una, esta sí, memorable escena donde se contempla, espero, en su plenitud, lo borde que era Martin Hannett. Puede que otra: en una escena , Ian dice que ya todo estaba dicho con Unknown pleasures, su disco anterior. No lo sé: la película tiene justo lo que esperaba. Desesperación, dolor, sentido del absurdo, y a Curtis encajonado en una caja de esas cuyas paredes avanzan hasta aplastarte: enfermedad mental, matrimonio fallido, nihilismo, presiones artísticas, alienamiento. Excelente música de cuatro tipos que redefinieron cierto ámbito del sonido: el bajo, la guitarra áspera, el eco inquietante. Quizás, entonces, sea un mérito de una película no gustar porque sabes que la historia no te puede gustar, que es gris y agobiante y sólo podía rodarse así, como si las imágenes fueran fractales de la realidad. En cualquier caso, a Corbijn no le veo haciendo una en color sobre New Order.
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ANTON CORBIJN,
JOY DIVISION
dijous, 11 d’octubre del 2012
EXCESO DE CARACTERES
Prometo acabar con esta concisión precipitada y volver a aburriros con frases repletas de paréntesis, perífrasis, elipsis, subordinadas que llegan a ramas de la altura de un campanar, y otros devaneos.
Pero me ha dado por pensar lo bien que le va al PP que, de mantenerse Catalunya secuestrada en España, el PSC vaya a experimentar una debacle de votos como la que predicen las encuestas.
Cuando en elecciones anteriores ha sido el volumen de escaños obtenidos por el PSC en Catalunya el que causó, por ejemplo, la reelección de Zapatero. Así que ya tienen otro motivo para prolongar nuestro cautiverio: que Catalunya ha dejado de ser un bastión de fiel voto socialista. Ni expresamente lo hubieran hecho mejor. Lejos de enmendar el fallo, mañana el PSC lucirá músculo pro-español al lado de la Falange. Es que el PSC ha optado por la vía del lento suicidio, es eso, el PSC está en huelga de hambre porque no sabe dónde meterse. Bueno, sí que sabe, al lado de los del aguilucho, con sonrisa de circunstancias. Por cierto, si alguien ve una bandera española colgada en algún balcón en Barcelona, que me lo diga.
dimecres, 10 d’octubre del 2012
REMATE DE STOCKS
He desarrollado una curiosa habilidad a lo largo de mi carrera. Es lo que yo llamaría capacidad de enfoque auditivo. Acostumbrado a tratar con gentuza de todas las calañas que no hacen más que gritar y quejarse y usar su verborrea para influir en ti, soy capaz de leer, incluso de mantener una conversación separada con otra persona, de lo que sea que se supone que acapararía completamente la atención de alguien normal, mientras alguien grita o insiste en ser oído. Y estar sin hacerle ni caso, a no ser que alguna palabra o algún detalle me ponga sobre aviso. En ese momento cambio el plano de las cosas y sigo oyendo hasta que veo si merece la pena prestar atención: si no, rápidamente vuelvo a lo mío pero conservo ese ralentí, mira, también podría llamarlo así: si surge otra palabra, volveré a fijarme. Es como poner una pequeña caña con un cascabel mientras estás pendiente de la grande. No puedes desestimar nada de lo que sucede a tu alrededor. No lo aprendí en la escuela de la Policía, no. Allí no enseñan estas cosas. Eso viene con los años.
Así que, aunque la barra del bar está desierta y el tipo no ha parado de hablar y señalarme cosas del papel que me ha dado, me he puesto a pensar en el puto dinero del viaje de Shanghai y en el imbécil del ministerio y en mi mujer empeñada en montar un despliegue impresionante y hacer que pulan el suelo de parket de todo el piso. Cómo no va a estar gastado: esos suelos estaban pensados para familias que eran de dos adultos y algunos niños: no cinco adultos viviendo en una casa durante más de treinta años.Ya estoy viendo al tipo de la tienda entregándome un presupuesto desorbitado y ya estoy oliendo ese producto, ese barniz o cera o lo que sea, que te droga y te aturde. Estoy viendo a los vecinos recriminándome con cortesía (más les vale si saben quién soy y quién fui) que todo el inmueble se haya visto invadido por ese pestazo mientras nosotros nos hemos trasladado a un hotel cercano cuyo propietario (al menos eso) aún piensa en lo importante que es tenerme contento.
Levanto la vista y suenan las palabras: "materiales tóxicos"
Entonces hago lo del cambio de plano auditivo.
-Es una de las explicaciones que se me ocurren más lógicas. Un stock de piezas plásticas, o de minerales con algún componente peligroso. Que lo usen para fabricarlo pensando que se escaparán de las revisiones. Tienen todo ese montón y no se le ocurre a otro más feliz idea que montar un collarcito para colarle el material a alguien antes de tirarlo. Uno de esos tipos que vacían pisos, que compran chorradas pagando una miseria. Un perista de esos que va a las subastas y paga cuatro duros por comprar cualquier porquería.
Él pasa a pensarse que he fijado la mirada en sus ojos porque lo que me dice me ha impresionado o me ha interesado. Ya me lo dice mi mujer, bueno, ahora no tanto, me lo decía, hace años, cuando aún quería guerra de vez en cuando: "tienes esa mirada que me recuerda al actor ese que salía en El fugitivo con Harrison Ford". Pero no; nada que ver. Mi mirada es la de haber encontrado algo que podría solucionar alguno de mis problemas.
dimarts, 9 d’octubre del 2012
SACAR PROVECHO DEL CAOS
Ya hace un par de años, no acabé de comprender tanto revuelo con el anterior trabajo de Flying Lotus, Cosmogramma, disco agresivo rozando la cacofonía, al que no hay que negar su condición de tratado del caos, pero al que sí que le discutiría una condición más influyente que esa. Se ve que, pasados los años, la gente aún no parece comprender la broma que fue Metal machine music, disco del que he pensado, por una parte leer su reseña en la valiosísima www. allmusic. com y, por otra parte, confeccionar un collage con la hipotética cara de los fans de Reed poniendo ilusionados el vinilo en el plato a la espera de ser mecidos por himnos como los de Transformer, y encontrándose eso. Pero aquí yo no voy a dejar de respetar al creador que arriesga. Las canciones de Cosmogramma seguro que no fueron diseñadas para ponérselo fácil al oyente.
Tampoco lo son las de este Until the quiet comes, canciones sencillas. Bueno, decirles canciones ya lo encuentro algo osado. Digamos que es música que cambia ligeramente de ritmo y tono entre silencio y silencio. Parece ser que una primera toma de este disco circulaba en una sola pista sin pausas entre canciones. Flying lotus juega con texturas completamente quebradas y alteradas, superpone capas, y a mí me sigue pareciendo curioso que muchos críticos no mencionen el drum'n'bass al hablar de este disco pues a mí, sobre todo en los momentos pausados, no deja de recordarme a LTJ Bukem. Cuando acelera todo puede interpretarse más abiertamente. Lo que no sé es el motivo por el cual algunos temas instrumentales sufren de la irrupción de voces aquí: ni hacían falta ni aportan nada. Por no hablar de las palmas (algunas, sacrilegio, aflamencadas) recurso que resulta tan fuera de lugar que me hace dudar de las intenciones del autor. Las instrumentales están bien, si pensamos en términos de abstracción más que en melodías y estructuras clásicas. Habría que ver qué pasa con los números vocales, a los que tótems como Erykah Badu o el mismo Thom Yorke no aportan un motivo de presencia, ya no digamos esas cantantes a la Stereolab. Agradable que los temas sean cortos y que no incidan en su mensaje más de lo debido. No lo digo con mala baba: lo digo porque ciertos ritmos desquiciantes y ciertos parones introspectivos son mejor disfrutados en sus justas dosis. Un disco paradigmático de lo que puede ser el constante desencuentro entre cierto tipo de público y cierto tipo de crítica. Un perfecto ejemplo, oigan, para reunirse y establecer acuerdos de mínimos.
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Por cierto: sobre la reseña de Lou Reed en Allmusic. Dice el crítico: "Difícil decir lo que Lou Reed tenía en la cabeza cuando grabó Metal machine music, y Reed ha hecho poco por aclarar el tema a lo largo de los años, aunque lo resumió enfáticamente en una entrevista en la que dijo "cualquiera que llegue a la cara 4 es más tonto de lo que yo soy". Bien, para que conste, yo llegué a la cara 4. Pero me pagan por ello"
dilluns, 8 d’octubre del 2012
BUCLES Y CONVULSIONES
Además del engaño interactivo de Lost, de proporciones gigantescas, otro ejemplo de mala resolución de una serie es Prison break. Sí: suena añeja Prison break, con su original planteamiento y esa trama heroica y fraternal que luego sufría pequeños retoques, en su primera temporada, pero siempre encaminados a la brillantez y a una resolución mayestática. Pero estropeada al repetir el esquema en sus temporadas subsecuentes hasta la saciedad. Solo que las prisiones estaban en un sitio en vez de otro, los internos eran más malvados, y los funcionarios corruptos a otros niveles. Hasta llegar a una temporada final que no podría tener otro calificativo que parodia de sí misma.
No: no tengo demadiado miedo de que pase lo mismo con Homeland, porque no creo que se puedan bajar tantos escalones de golpe. Pero sí que tengo sensación de que la elección ha sido algo forzada por la necesidad de rearrancar de forma creíble algo perfecto en su primera vez, y, claro, la lógica conveniencia de no abandonar así como así una idea de gran éxito y, a priori, enorme potencial. Así que tenemos otra vez a Carrie ataviada con un pañuelo en Oriente Medio: citándose en condiciones extremas y exponiendo al peligro sus dos integridades: la física y la psíquica. La tenemos en unas condiciones precarias y frágiles, pero está ahí.
Mientras Brody se reclina en el confortable respaldo del mullido asiento de su despacho.
O no.
diumenge, 7 d’octubre del 2012
SEÑALES DESDE EL CANSANCIO DOMINICAL
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