diumenge, 23 d’agost del 2015

Y15W31: DIOSES MUERTOS

Debería ser un pretexto para negarme a hacerlo, pero no lo será. Hago la cama y me quedo absorto: una sábana a rayas, en tonalidades a medio camino entre lo mediterráneo y lo levemente árabe, me sume en pensamientos que toman curiosos vericuetos. Que si ese algodón que ha necesitado ser plantado, recolectado, tratado para convertirse en hilo. Que si las máquinas que lo han tejido hasta convertirlo en tela. Los tintes, los minerales extraídos o los componentes vegetales para obtener los distintos tonos. Los aditivos químicos para evitar que, una vez teñida la ropa, el detergente no acabe con sus colores al primer lavado. La red de distribución para que eso haya llegado a mi casa. Las carreteras, los camiones, los barcos que han llevado a la fábrica cada uno de los materiales. La construcción del edificio donde está el comercio donde se adquirió, los empleados que allí te atienden, como llegan desde sus casas, el transporte público, las infraestructuras, la motocicleta que el dependiente aparca a la vista para vigilarla mientras trabaja, la gasolina gracias a la cual funciona, el poste donde la dispensan, la máquina de autoservicio, la manguera, la presíón del combustible a través del tubo, el mensaje desde el terminal de cobro hacia la máquina para que entregue tantos litros o el equivalente de tantos euros. Solo estoy haciendo la cama y ya me he entregado a una cábala que abarca miles de elementos.
Me da miedo pensar en todo eso y pensar a la vez en lo sencilla que es la existencia de la mosca que se ha colado aprovechando que he abierto la ventana, para dejar que la estancia se ventile, aunque sea con ese desagradable y húmedo aire caliente del agosto barcelonés. Me da miedo porque, a continuación, el proceso lógico es pensar en la humanidad como en un estado avanzado de algo y en el mundo animal como un estado más primario. Y me da miedo pensar que de eso a creer en las divinidades puede haber muy pocos pasos. Pero como, frase que suscribiría ese silencioso espectador llamado Horacio, para algunos escribir es difícil pero no escribir es aún más difícil, heme aquí, pensando qué foto ilustrará esta disquisición, qué final o qué conclusión aparecerá, pasadas treinta o cuarenta líneas. Pensando que si los fines de semana toca texto y aquí hemos pasado por encima de laberintos políticos, de comienzos de temporada futbolísticos repletos de falsas dudas existenciales, pero que no, que hay que ser serio, hay que cumplir y hay que esperar la respuesta de turno, la que no llega, la de dijiste el 1 de septiembre y ahora qué. El lamento sobre lo mermado de nuestro poder de convocatoria, que ahora no merece ya ni esa palabra, poder. 
Pero volví a perderme. No tengo ganas de creer en dioses. O quiero creer que si fueron superiores para organizar el inicio de todo esto, la cosa no les dio para más y ya lo de inmortales no pudo ser. Dioses muertos. Eso. Sin herederos ni código genético a clonar. Puede que sea otro de los efectos colaterales de hacerse mayor. Pero, por encima de todo, no me apetece nada que condicione mis actos al margen de mi voluntad, que tan mala no es. Ya hay bastantes cortapisas y bastantes límites dictados por la física y la química y la naturaleza. Valorarlo todo en función de. No. Esa sensación de necesidad de sentido de todos los actos me resulta nauseabunda. No es suficiente la presión del instinto de supervivencia, que ya es muy poderosa, para qué pensar en seres superiores y en sentido de todo, simplemente porque el pensamiento se vaya por las ramas mientras se allana una sábana. Para esto ha dado, para uno de esos inexplicables textos que no llevan a ninguna parte, salvo que alguna parte sea la reiteración de ciertos recursos que ya deberían empezar a cansaros. Para otro aleteo inútil, otro número en la estadística, otro esperar un cada vez más lejano e improbable regreso a tiempos pasados.



dissabte, 15 d’agost del 2015

Y15W30: SINE DIE

Si en el fondo es lo que nos encanta. Nada mejor que un suicidio como final para un músico que admiremos.
Suelen entregarnos bonitos cadáveres y dan lugar a especulaciones llenas de teoría y poesía. Son más misteriosos que los asesinatos, pues de esa muerte podemos culpar a todos, en un sentido u otro. Los suicidios pueden ser aparatosos, como parece que fue el de Cobain, o algo más discretos. Hay suicidios que son hasta inconscientes. O la entrega a la mala vida no es justo eso. Ahora fumo o bebo o me drogo y que sea lo que Dios (o los límites biológicos de la sabia naturaleza) quiera. En este sentido Billy McKenzie acabó con su vida, allá por 1997, sin cumplir los 40, con tan poco ruido y brillo como el que había suscitado, ante la gran masa, su obra ya en solitario. Un falso solitario; deshecha la banda que componía con Alan Rankine (del que, salvo colaboraciones con una belga supuestamente alternativa llamada Anna Domino, poco más se supo), McKenzie usó aún el nombre The Associates para publicar, creo recordar que en Circa (una subsidiaria de alguna major, creo que Virgin, que nos regaló fogonazos, creo, de Neneh Cherry, Massive Attack o, erm, Sidney Youngblood) Wild and lonely, penúltimo disco de su carrera.
Nunca fui un gran fan de los Associates. Me ponían un poco nervioso sus portadas, sus horrendos peinados, la producción aguda y estridente, y debo reconocer mi desconfianza hacia los combos de synth-pop que se fueron añadiendo a la moda después de que los pioneros reales hubieran allanado el camino. El synth-pop nace al mundo con Dare! de The Human League, primer y acaso único momento de la historia en que vanguardia, calidad y éxito multitudinario confluyen en lo alto de las listas. Ni siquiera ellos mismos que optarom por escaparse de la frialdad disco para abrazar un erróneo camino entre las guitarras extemporáneas de Lebanon y la histeria de (Keep Feelin') Fascination, consiguieron continuar trazando el camino que habían creado. Quienes les toman el testigo, Soft Cell y Depeche Mode al frente, exploran nuevas vías, pero nada vuelve a ser igual. El synth-pop, al que habría que llamar tecno-pop, se llenó de dúos, parece, formato idóneo para combinar la necesidad de distintos enfoques creativos con la versatilidad que la tecnología aplicada a la música permitía. Soft Cell, Yello, Orchestral Manoeuvres in The Dark, Tears for Fears, Blancmange, DAF.

Pero los dos discos de McKenzie en solitario siempre han tenido un significado especial para mí. Wild and lonely, publicado en 1990, resulta especialmente memorable. Ostenta el honor de ser el primero de todos los discos que, poseyendo en vinilo, me fue imposible encontrar cuando decidí usar el Emule para hacerme con copias en mp3 de toda la música que poseía. Para que uno no se sienta único e individual en este inmenso planeta, tomad esa muestra: nadie se había decidido, allá por el año 2006, a digitalizar su contenido. Y a fecha de hoy, la búsqueda sigue sin dar resultados. Youtube es diferente, claro. Allí puede disfrutarse de la belleza lánguida de canciones como "Strasbourg Square"



Y curiosamente McKenzie matizó (como hizo Marc Almond) su portentosa voz: dejó de forzar las cuerdas vocales y ganó matices. Contuvo los agudos y alcanzó ligeras reminiscencias del Bryan Ferry más nasal. Cedió parte del protagonismo a las partes instrumentales, concedió importancia a las bases, empaquetó canciones que emocionaban sin ceder al histrionismo. Su madurez venía con un regalo envenenado. Empezó a cubrirse la cabeza para disimular su alopecia, empezó a reemplazar el histrionismo vocal por una especie de pose afectada que nada bueno hacía presagiar. Colaboró en uno de los proyectos de la plataforma Red Hot. Versión de Bowie versioneando a Nina Simone. Y guardó alguna de sus últimas esencias para un último trabao de larga duración, Outernational, donde la oscuridad tomaba el poder a todas todas. McKenzie era consciente de que la cúspide de su carrera, en popularidad y en ventas, quedaba atrás. Scott Walker hubiera hecho otra cosa, o Marc Almond, o David Sylvian. 


diumenge, 9 d’agost del 2015

Y15W29: ACTIVIDAD BALCÁNICA

Me quejé, me quejé mucho de lo lejos que estaba el 27 de septiembre. Seguramente me he lamentado tanto de la lejanía de esa fecha que el tiempo se ha puesto a pasar deprisa, como para contradecirme o ponerme en evidencia. Y estamos en agosto y agosto debe ser por definición el mes que más rápido pasa de todo el año (en el hemisferio norte, claro). Pues uno o está de vacaciones o está entregado a esas jornadas de trabajo faltas de tensión y ritmo de competición. Y agosto se convierte en una pretemporada, sobre todo cuando el calor urbano desestima lo de dar una tregua y las tardes se suceden, mortecinas, entre somnolencia y las noches se suceden, mortecinas entre insomnio.

Pero no: ahora podemos, ya, contar con los dedos de dos manos las semanas que faltan para ese nuevo, y ya van siendo demasiados, día clave en el desarrollo de la historia de Catalunya. Uy, he olvidado ponerlo en mayúsculas. Si es que tengo una cabeza. Poco puedo decir: dos candidaturas claramente favorables a la independencia, unas cuantas en una tierra de nadie indefinida que no es más que un pretexto para, pasada la jornada, apuntarse a toda prisa a caballo ganador, y otras abiertamente en contra, pero ellos dirán a favor de otras cosas, ya sabemos eso de los mensajes en positivo y aquello de eludir las confrontaciones. Ahora mismo todas las candidaturas empeñadas en asaetearse las unas a las otras para recoger las escasas migajas que representa el voto indeciso o la abstención potencial. Rajoy, inútil y despreciable como persona, como político y como gobernante, se ha apresurado a pedir participación, advertido, supongo, del elevado grado de convocatoria de las opciones independentistas (visible, por eso, en lugares tan engañosos como las redes sociales y las avenidas de las capitales), en una jugada desesperada que ha pasado algo desapercibida.


A mí me ha dado últimamente por leer libros sobre la guerra de los Balcanes y por informarme sobre los llamados Hechos de Octubre. Nada, cuestiones que vienen a revelar que mi impaciencia va en aumento, y que, a pesar de mis reticencias, la política empieza a tomar las riendas de mi interés. Nada grave: quizás entre 1992 y 1996 yo era otro de esos occidentales más pendientes de mi radio de alcance más cercano, y ahora pago los atrasos. Me pongo las manos en la cabeza por la impunidad de lo sucedido en Sarajevo, en Srebrenica. Cuánto tardaré por ponérmelas sobre lo que sucede, hoy, en Mosul. Estas lecturas no es que me ayuden demasiado: en lo concerniente a mis convicciones, puede que estas se vean reforzadas. Pero también inoculan en mí ciertas otras sensaciones, y algunas tienen que ver con inseguridad y desconfianza. Por si estamos siendo embaucados, por si somos parte de una especie de incontrolable conciencia colectiva, por si algunos de esos que corren a hacerse las fotos de rigor ante las aclamaciones de la multitud no correrán a desdecirse de promesas. 
Será normal, me consuelo, lo achaco al nervios, pero le doy vueltas a las cosas. Tantas listas, tantos registros, tantos cauces por los que la gente está mostrando sus opiniones a los cuatro vientos. Mira que si caen en malas manos y sabrán que he votado el 9 de noviembre y qué, que he vuelto a votar el 27 de septiembre y a quién, qué pongo en mi perfil de Twitter, qué bandera muestra la portada de mi blog, a quién respeto y a quién detesto y a quién insulto. Porque, ya que estamos, no veo a Rajoy o a Aznar mejores que esos militares serbios que dieron órdenes a sus tropas para bombardear Sarajevo, que instruyeron a los francotiradores para que aterrorizaran a los civiles. Tampoco a Pedro Sánchez, por supuesto, ni a Miquel Iceta ni al bellaco de Albiol. Los veo obsesionados por llegar al poder o por mantenerse en el poder o por perpetuarse en el poder. Y los veo haciendo precisos cálculos sobre la rentabilidad en votos de seguir manteniendo a Catalunya bajo el yugo centralista español. Cálculos numéricos, pues de lo único que se duda es de la cuantía del déficit fiscal, y cálculos de intención de voto. La derecha española porque ha de mantener el testigo de su principal referencia, Franco, en aquello de la unidad de la patria, la izquierda porque que desaparezca un vivero de votos ajenos al PP es perder uno de los puntos de apoyo sobre los que orquestar un improbable retorno al poder. Eso sí, ellos, y todos los que les respaldan en redes sociales y foros de opinión, convencidos de que la mejor manera de que alguien quiera seguir a tu lado es una combinación de insultos y amenazas. Un lío, gordo, una oportunidad que dirían los chinos, una fascinante puerta abierta a resolver un acertijo, el del 28 de septiembre, consistente en saber quién se atreverá a hacer qué.
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