dijous, 8 de febrer del 2018

ENTUSIASMO


Y de repente estoy ahí embobado, mirando fijamente un vídeo en Youtube, y luego otro, y algunos más, quizás hasta una media docena, y en todos sale más o menos lo mismo, hombres o jóvenes (puede que alguno supere la treintena, pero no por mucho) que se han grabado y han subido a la red un curioso invento que parece ser real: sus reacciones a la primera escucha de un disco, en este caso DAMN., último y premiado álbum de Kendrick Lamar. Vídeos grabados en habitaciones y en salones de casas pero también en curiosos escenarios como asientos delanteros de coches, en algunos casos hasta con un tercer tipo en el asiento trasero, ubicado estratégicamente en una posición centrada que le otorga cierta  dignidad triangular. Vídeos que contienen efectos de edición para aportar dinamismo y evitar esa desagradable sensación casera y documental. Y los tipos, muchos de ellos de raza negra, que bailan y se mueven en la silla o en el asiento y a veces se levantan, pero casi siempre aúllan y gritan ante ciertos momentos clave y esos gritos que se escapan desde los auriculares causan extrañeza a  mi esposa que no acaba de asimilar mi desmedido entusiasmo y mi entrega casi incondicional de los últimos tiempos hacia la música de unos pocos artistas (Lamar, Ocean y algunos fogonazos de Kanye West) que no hace demasiado hubieran despertado cierta indiferencia. 
Y DAMN. es un disco magnífico y BLOOD. una canción inicial extraordinaria y PRIDE. o ELEMENT. están a la altura de las perlas que llenaban To Pimp A Butterfly pero este no es un post sobre un disco sino sobre cierta sensación de la que alguna vez os he hablado.
Porque no siempre puedo andar leyendo o viendo algo profundo o creando textos que pretendan explicar el mundo, de repente estaba embobado, mirando fijamente un vídeo en Youtube como para comprobar si otros reaccionan a primeras tal como yo lo hago a medida que comprendo el disco, y esto de comprender no lo toméis como jactancia o pretensión, más bién como mera constatación de que hay algo que conecta al oyente con el artista, sea la reflexión a que inducen las cuerdas de BLOOD., la súbita interrupción con el disparo, el arranque rítmico de DNA. y esos tipos de mirada perdida y ladeada al mismo tiempo, esa mirada de concentración en la audición hasta que la música cala y se apodera, mientras se intenta transmitir una sensación rápida y urgente y a la vez precisa porque esa primera escucha es, si no hay trampas (que puede perfectamente haberlas, aunque no tendría sentido), una única primera escucha y esa sensación en vivo no pueden ser interpretadas y ese testimonio ha de ser veraz (y los miles de visionados parecen reflejar que muchos andan a la búsqueda de esa autenticidad) y entonces uno ha de pensar en cómo este mundo de saturación informativa y mediática y visual ha cambiado (y cada uno juzgará si el cambio es o no de su agrado y por qué) y esta obsesión por el placer intenso e inmediato en el primer contacto no tiene algo de onanista o hasta de insano en lo que conlleva de urgente y de competitivo. Nuestro mundo ha perdido la paciencia y hasta el placer de lo lento y lo reposado es un pretexto para elevar la intensidad y que esta acabe imponiéndose sobre lo inmediato. A cuantos músicos y escritores y directores de cine acabaremos condenando al ostracismo por no ser capaces de impactar a primeras, cuántas obras no tomarán cuerpo o no disfrutarán de la atención que merecen si llegan a tomarlo porque hemos dejado que la prisa o la impaciencia o la presión de la inmediatez (y de lo corta que es la vida y lo injustas que son las arbitrariedades que la complican y la amenazan) se hayan apoderado de nosotros.

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