dilluns, 11 de juliol del 2011

EL CATALOGO DE LOS HORRORES

Lanzado a tumba abierta una vez superé la página 600, era previsible que el cálculo cuadrase. Se acabó El poder del perro.
En su favor, su trama y su trepidante estilo, completamente visual, con lo que ya me extraña que algunos años tras su edición aun no haya sido adaptada.
No diría que el resto son contras: le pasa a este libro que su género, el policiaco, es difícil de juzgar con criterios literarios en un sentido estricto. No hay frases que subrayar fuera de cierto sentido épico. No se juega con el lenguaje (John Self se ensañó con la traducción, servidor ha convivido con mexicanos como para estar habituado a sus giros), no hay sutileza (hay una estudiada crudeza en las situaciones más violentamente descarnadas) y ciertos pasajes ligeramente introspectivos lo son al servicio de la trama. Al servicio de la trama lo está todo: hay que generar un suspense y su resolución hay que dosificarla. Winslow ha urdido una red y lentamente (pero leyendo a toda velocidad) nos deslizamos en esa trampa. Hay que saber qué acabará pasando, ha de haber una lista de bajas y supervivientes, mentalmente uno repasa (como, por ejemplo, en The Sopranos) quién llegará al final. No todos los personajes son profundamente descritos. Qué he de concluir si me veo obligado a ello ??. Que El poder del perro tiene todas las condiciones propias de un best-seller, excepto, para desgracia de los bolsillos de su autor, el aparato promocional y las cifras necesarias que le otorgan esta condición. Puede que su autor se encumbre con su siguiente libro, que los críticos consideran inferior. El poder del perro es fresco, creíble y riguroso, con ciertos guiños politizados en los que uno ve reflejada la situación de Centroamérica en las cuatro últimas décadas. Un buen libro de género, pero tambien el BigMac que uno se zampa cuando tiene mucha hambre.
Para degustaciones, hay que buscar en otro lado.

Qué es lo que pasa ahora ?. Pues ya ha pasado; un deprimente paseo que incluye la sección de librería de un gran almacén (donde la encargada de librería, para mi pasmo, no sabe lo que es la Editorial Anagrama), junto a otros tres lugares, incluyendo un Opencor. Magro balance: no pienso empezar a leer a Javier Marías con Los enamoramientos: su portada y su título no me representan (por distintos motivos me pasa lo mismo con Porno de Welsh y Perros callejeros de Martin Amis; no pienso leer otro Murakami porque no quiero que éstas sean las vacaciones con Murakami (no me importaría con Kapuscinski pero es diferente); y no hace falta que ponga otro clavo en los ataúdes de Coelho, Allende y Bucay, o Larsson. Porque lo de Federico Moccia ya suena a cachondeo. 

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