dimecres, 16 de febrer del 2011

EL ORDEN DE LAS COSAS

Hacia el año 2003 yo era una persona algo diferente de lo que era ahora. Aparte del pelo, y otras obviedades que permitirían a enemigos más o menos declarados mojar pan en la salsa, algo dentro de mí no era como es ahora. Compraba manuales de management, los leía ávidamente y volvía a la tienda a por más. Como era una librería especializada en temas empresariales, cuando puntualmente veía libros de narrativa arrufaba el nas pensando qué poco oportuna era su presencia ahí. Lo que sí era igual en mí era la obsesión por la música, que en el 2003 debía andar centrada, creo recordar, en contemplar estupefacto y triste cómo los grandes iconos de la música electrónica empezaban a languidecer. Creo que en agosto de 2003 Muzik Magazine cerró, y eso olía a cambio de ciclo.
Tuvo que pasar un cierto tiempo dónde seguía fiel a publicaciones musicales, que empezaban a verle ciertas orejas al lobo ( Napster ya había enseñado a todo el mundo por dónde podían ir las cosas ) y que por tanto empezaban a incluír en sus páginas secciones no estrictamente musicales. Cine, literatura, algo de TV, un pelo de política. Fue en una de esas listas de final de año, creo que fue la del 2004, donde leí, en Rockdelux, una encendida crítica positiva hablando de 2666 y otorgándole, a parte de considerarlo Libro del Año, cualidades literarias que lo convertían en una obra completamente fuera de lo normal. Uno siempre puede pensar que algo le impacta especialmente, y sólo a uno (a veces que oigo música particularmente rara me da por pensar si algún otro habitante del planeta oye lo mismo justo en ese momento), pero ese entusiasmo rápidamente lo percibí como generalizado. Me gasté los 35 euros que costaba el libro ( más de 1100 páginas ) y decidí esperar el momento adecuado para leerlo. Tuve varios intentos, pues no todos los momentos son adecuados para todos los libros ( un ejemplo : no leáis El túnel, claustrofóbico libro de Ernesto Sábato, en una piscina en un mes de agosto, como hice yo ). Por lo cual acabarlo me llevó lo suyo, pues siempre me faltaba tiempo. Entonces me dí cuenta que cada vez que lo intentaba me gustaba empezar desde el principio. No me importaba, justo al contrario, leer cinco o seis veces sus primeras 300 o 400 páginas. Era un placer que mejoraba a cada vez. Cada uno de esas oportunidades me hicieron confirmar más y mejor que estaba delante de un autor especial, al margen de la iconografía generada por su prematura muerte y el culto creciente por su persona.
Por culpa de Roberto Bolaño, y de su constante mención de referencias a otros autores, reales o inventados, me aficioné de nuevo a la narrativa. A ese arte que hace que del cerebro entren y salgan historias, personajes, situaciones, pueblos, ciudades, mundos, vuelos que van y vienen, actos dignos de admirar o actos repulsivos. Y una cosa llevó a la otra y acabé por referencias (por la madeja de referencias) en otros autores, y me entusiasmó tanto lo que encontraba que me dio por probar hacerlo yo también, y así nació mucho tiempo más tarde este blog que abusa de los paréntesis ( y de su extensión ) y de las subordinadas ( y sus distancias relativas). Y como me gusta escribir aquí y ese fue el germen debo agradecerlo a los cuatro vientos, aunque aquí solo haya, de vez en cuando, una brisa, mediterránea eso sí.
6Q : no he acabado Los detectives salvajes, porque sigue siendo la reserva, el paquete de almendras del pack de supervivencia.
Acabé, como has leído, 2666, y es diferente de Estrella distante, pues son cinco novelas con un hilo tenue que las relaciona, pero que no tienen finales con fanfarria. Son, ya que compartimos esa filia, como la última escena en The Sopranos, cuando Tony espera a la familia en el restaurante, y Meadow no aparca bién, y suena esa puerta, y la pantalla sigue en negro, pero la música continúa. La música continúa  y puede que la vida también.

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