Todo anda un pelo convulso con el tema de Spanair. Pero ya basta de asuntos empresariales. Aquí nos deberían cansar enseguida temas relacionados con inútiles como Soriano. Aunque sea para acumular fuerzas y darle más fuerte las próximas veces. Que hace toda la pinta de írselo a merecer.
Además, hay cosas que hacer. He podido rearrancar con cierto nivel de lecturas, y aunque el sentido de la profundidad aún está algo afectado, parece que las cosas andan por buen camino. Si más no, he podido arrancar con tres libros sin que la falta de concentración haya incidido en mi primera opinión sobre ellos.
John Fante : Llenos de vida. Parece una especie de fábula sobre el nacimiento, hacia los años cincuenta, del mito del american way of life. Aparcado pues busco, para esta especie de relanzamiento, una trama algo más oscura, y, de momento, el libro de Fante anda repleto de optimismo, aunque se adivine alguna corriente subterránea que pueda hacerlo trizas.
Bernard Schlink : El fin de Selb. Ya mejoramos: la clásica historia del investigador de capa caída que es reactivado, que recibe una nueva oportunidad de reivindicarse a través de una serie de circunstancias casuales. Prometedor, dinámico. Lo que le da una buena chance.
Pero la joya de la corona es otra.
Francisco Casavella : El día del Watusi. Mi rentrée en el consumo compulsivo de literatura del máximo nivel no podía producirse con algo ligero y manejable. Tampoco, y que nadie me tome por un fundamentalista, con una obra que no fuera capaz de leer en el mismo idioma en la que fue escrita. Llevaba mucho tiempo postergando lo de abordar semejante novela : 1200 páginas largas, trilogía convertida en una única obra, Barcelona entre los años 1971 y 1995. Parece que este es el momento idóneo para enterarme de las andanzas de Atienza por la Barcelona del tardofranquismo. Será seguro, largo y difícil, pues, como Robertson Davies, Casavella es (era, murió en 2008) otro de esos escritores que no desperdicia la oportunidad de buscar lo literario frase tras frase. Lo cual dice mucho en su favor, pero es un hándicap. Uno no puede leer estos libros en maratonianas sesiones de 300 páginas diarias. También hay que ser consciente que debe enfrentarse a altibajos, a pasajes en que el tiempo se detiene y todo parece estar de más. Como aquel episodio en The Sopranos, cuando Tony está en coma y piensa que es un vendedor y que su vida es legal y normal. Circunstancia que estimula mis sentidos respecto al libro. Hasta en las vacaciones más agitadas uno tiene que echar una siesta de vez en cuando. Bolaño era muy claro respecto a las obras largas y ambiciosas. En el fondo, agarrado a la concisión y a la austeridad de medios, cualquiera sería capaz de alargar una buena historia hasta unas cómodas 200 páginas, dejarlo ahí, pero el gran escritor no tiene miedo a volcarse. Aunque eso baje los promedios, la hoja en blanco frente al escritor en estado de excitación es una tentación demasiado poderosa. Seguiré informando.