divendres, 16 de desembre del 2011

CELEBRES MARCAS DE QUESO

Aquí somos unos cuantos los que pasamos de los cuarenta. Que fuimos niños, aunque la perspectiva nos engañe y haga que parezca luminosa, en una época muy oscura. La dictadura tenía muchas cosas absurdas, difícil decir cuales lo eran más. Las trabas a los productos de otros países, por ejemplo, fueran coches, publicaciones, o productos de alimentación. De manera que los bienes de importación acababan siendo exclusivos de ciertos privilegiados. Recuerdo ciertas marcas de queso francesas, quizás suizas, pues aquellos anuncios llenos de verdes prados y de vacas perfectamente bicolores nos hacían pensar, al menos a los niños que entonces éramos, que un simple mordisco nos elevaría por encima de aquellas montañas nevadas. 
Ahí podría estar oculto el motivo primigenio por el cual me cae tan bién Ricky Gervais. Porque ya superé mi filia de hace décadas por el humor inglés, esa especie de filón que TV3 explota hasta la saciedad, como si nadie supiera decirles que ya hay bastante Mr. Bean. Son pocas las series inglesas que me fascinan, en parte por cierto razonable uso de la contención (rara vez pasan de dos o tres temporadas, que siempre son bastante parcas en número de capítulos), pero en definitiva por que siempre me parece que conservan cierta tendencia feísta, algo histriónica, una especie de dirty realism que no acaba de convencerme. Quizás Inglaterra necesita su California, véte a saber. Pero Ricky Gervais (sin olvidar a su socio Stephen Merchant, que parece una especie de ideólogo en la sombra, una especie de tipo de los teclados de los Pet Shop Boys) empieza a fascinarme. 
The Office, la inglesa, no porque haya sido superada por la americana (van ocho temporadas, en la última de las cuales tiene que enfrentarse al hándicap de la baja de Steve Carell) debería olvidarse su condición de producción seminal, casi anticipándose al terrible malestar que la jodida palabra que empieza por c ha extendido sobre las oficinas y las empresas que tienen filiales y sufren procesos de fusión y absorción. O mostrando todos los tópicos de la aburrida vida en los despachos, con todos los submundos capaces de generarse (sabemos de qué hablamos). Con los rumores, las charlas de café, las reuniones a puerta cerrada, las reuniones a puerta abierta, los silencios cómplices y los silencios culpables. La genialidad de la producción americana (de la que estoy disfrutando su séptima temporada: para aullar) sólo es posible porque Gervais concibió esas dos cortas temporadas de la inglesa, con otros personajes, otros actores y, dijo Gervais, peores dentaduras. Sólo que Gervais plantara esa semilla hizo posible que, años más tarde, Rainn Wilson diese vida a Dwight Schrute, impecable secundario que acapara escenas, personaje arquetípico y demencial, ante el que la veneración más absoluta queda como la única de las opciones. The Office, la inglesa, data en una época valle en la cual las empresas están entregadas a sinergias, economías de escala, mejoras en el mapa de costes, y optimización de recursos. La cosa está cruda pero se adivinan otras opciones. La americana, de la sexta temporada en adelante (muestra de la rabiosa contemporaneidad de los guionistas), ya es una serie puramente de terror. Terror a la incerteza. Terror a la depuración. Habrá quien recrimine el pequeño exceso de almíbar en la relación del matrimonio de Jim y Pam, que no deja de ser el pequeño oasis de normalidad y voluntarioso american life style reservado como guiño a las mayorías. No sé que pasará sin Steve Carell, alma absoluta de la serie. Los zombies que le rodean dan suficiente de sí para sostener suficientemente las tramas, pero cualquiera que entre en ese despacho ha de saber a lo que se expone. Basta de mantequilla.



Extras cambió completamente el registro de Gervais, si bién se dirá que sólo cambia el hábitat en el cual la mediocridad sobrevive. Llena de personajes escandalosamente célebres interpretándose a sí mismos (Kate Winslet, Daniel Radcliffe...), sus dos escasas temporadas dejaron ya claro que Gervais se atreve con todo, que tiene una agenda bien nutrida de gente haciendo cola, o esperando su llamada para colaborar con él, que apesta a talento por los cuatro costados. Su presentación en la gala de los Globos de Oro, hace cerca de un año, hizo trizas los anquilosados shows llenos de correcciones en guiones y chistes políticamente correctos tan propios de las celebraciones americanas orientadas a todos los públicos. Life's too short, su última creación, será, seguro, tan genial como incómoda. Estrella en ciernes o no, Ricky Gervais ya es una influencia tan omnipresente como casi desconocida para el gran público.


1 comentari:

  1. Estupendo lo de Ricky Gervais.
    Me enteré de las quejas que gerenó pero no profundicé. Cojonudo. Me anoto el 15 de Enero de 2012.
    No veo series por tv salvo The walking dead y Dawnton Abbey. Y no siempre, por lo que las series de que hablas se me escapan. Y si no se acercan a Los Soprano y The wire, seguiré pasando de puntillas por tus comentarios no sea que me enganche.

    6Q

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