dijous, 3 de març del 2011

LA INDIFERENCIA ANTE EL ENTORNO

Ocurre de vez en cuando. Frustrado por no atrapar todas las grandes frases, esas que servirán (con notas a pie de página) para que futuros escritores mencionen esta página como una referencia ineludible, me siento ante el ordenador sin otro propósito más concreto que dejar que los dedos se deslicen sobre el teclado, y el resultado mantenga una mínima coherencia, un mínimo respeto a las reglas establecidas (las ortográficas, las gramaticales, y las del caos imperante).
Así que sin saber cómo y dónde (si cuándo) acabar, pongo ese añejo recopilatorio de Astrud Gilberto, música que te mece, ya sabe uno lo que pasa cuando le mecen, vas y vienes al mismo sitio, es un balanceo placentero, te dejas llevar y puedes acabar dormido, o alargar el relax de esa constante vigilia. Astrud Gilberto entró en lo de cantar porque en las sesiones de Getz/Gilberto necesitaban alguien que cantase en inglés. Y su voz les gustó, y esa perezosa inflexión casi poética, casi monótona, vamos, todos los casi que pueden escribirse pues esa suma de imperfecciones acaba siendo perfecta. En portugués o en castellano, una deliciosa golosina vocal que te hace pasear por la playa e imaginar (ponle tú la cara) cuerpos de piel morena. Y aunque Jobim, Joao Gilberto, el mismo Sinatra (todos en pié por favor cuando menciono estos tres nombres) también dejaron ahí su impronta, en esa eterna celebración de joie de vivre que es la bossanova, la voz de Astrud Gilberto lo eleva todo por encima de la atmósfera. Y yo vuelo gustoso.
El vínculo : leo el fabuloso Un día más con vida de Kapuscinski donde la guerra de Angola envía gran cantidad de portugueses colonizadores hacia Rio de Janeiro. Angola se queda para que los autóctonos se maten entre ellos, sin saber muy bién por qué, sin que los que se autoproclamen vencedores tengan muy claro cual será el premio que obtengan por la victoria. Todos pierden, sólo se trata de que un bando está perdiendo más lentamente. De esto ya hace varias décadas, pero en Africa las décadas no avanzan como en Occidente. En Occidente los 60 son las flores, los 70 las drogas, los 80 las hombreras, los 90 los ordenadores y los dosmiles Internet y el poder global. Parece que en Africa el plato del día, y perdón por la involuntaria ironía macabra, ha sido y es, en todo este tiempo, el mismo, miseria, hambre, violencia, corrupción, ingredientes todos que acaban en el mismo lodo de la desesperación. Por eso importa poco que ese libro sea de 1975. Todo parece muy contemporáneo. El desierto sigue ahí. No, no sigue ahí, alcanza sitios donde no estaba. El desierto gana, él sí.
Vulnerando algo la declarada intención de poca intimidad, debo confesar cierta satisfacción por dos absolutas nimiedades que, sacadas del contexto de un padre relativamente blandurrón, me causan esas capsulitas de felicidad, esas que los psicólogos  y los escritores de tres al cuarto (con Coelho delante llevando  la pancarta) definen como real manifestación de la felicidad ( y los publicistas llaman momentos Nescafé). Mi hijo escribe una novela con sus 9 años (llena de referencias autobiográficas y plagios solapados de todo lo que le impresiona tanto de la realidad como de los muchos libros que devora). Mi hija, de 13, alaba ante sus amigos en Facebook (que son como dos centenas más de los que tengo controlados, con lo cual mi férreo control parece tener alguna grieta) la agudeza de su padre, que ha colgado un excerpt de CSI donde Justin Bieber (recomiendo saber quien es Justin Bieber, sólo conociendo a tu enemigo serás capaz de neutralizarlo) muere ametrallado. Le gusta lo que he puesto y lo ha copiado. No es una victoria, no es una guerra, el conflicto generacional es eso, una brecha donde puedes romperte una pierna si no vas con cuidado, es un pequeño hito ser un cuarentón en medio de tanto adolescente, siendo comprendido, al menos en parte. 
Y mientras estas líneas tomaban cuerpo, caían de las estrellas, o subían encaramándose a la pata de la mesa, el disco de Astrud ha llegado a una de sus cúspides, a uno de esos momentos mágicos. Los dos minutos más melancólicos, más evocadores, La mañana del Carnaval


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